El valiente relato de un periodista tucumano sobre un flagelo que crece en todo el mundo y explotó en el fútbol argentino.
Hay una red de prostitución de menores en las divisiones inferiores del fútbol argentino. Las denuncias acusan que por unos botines, o pasajes para volver a sus ciudades, o unas ropas, una especie de regente los vende a señores y señoras. A raíz de estas denuncias, una de las personas menos creíbles del ambiente nocturno (Natacha
Jaitt), prostituta confesa y que asegura tener muchísimas pruebas que no presentó a la Justicia, se sentó en la mesa de la inmortal Mirtha
Legrand a ventilar que periodistas, famosos y funcionarios de alto y menor nivel son clientes de esta red.
De esta manera, la atención se enfoca hoy en los supuestos clientes quienes se rasgan las vestiduras de su "credibilidad y trayectoria" excusándose y acusando a propios y extraños. Así es como la atención general salió del eje central de la noticia para enfocarse en el morbo chismoso de quién de estos actores, conductores y periodistas famosos, será verdad de que "le gustan los pibitos", desviando todo del problema central: la pedofilia.
Estos son tiempos en que las mujeres envalentonadas denunciaron abusos desde Hollywood hasta Tierra del Fuego y los abusadores, en muchos casos, están sin trabajo y dando explicaciones en los Tribunales. Pero lo sorprendente es nuestro mundo del fútbol, en donde, después de la terrible noticia, no salió (ni va a salir) un solo jugador a confesar que le sucedió o por lo menos a decir que lo tentaron. Ni siquiera una bandera que exhorte "Con los pibes, no". Tampoco desde las tribunas nadie que proteste. Ninguno de los programas de panelismo de TyC Sports o Fox Sports fue a preguntarle nada a D'Onofrio, Angelici y mucho menos a Moyano. Es más, el tema del día era apostar entre ellos qué futbolista irá al Mundial. Así, consternado desde lo más profundo de mí corazón, creo que escribo toda esta introducción para ver si me animo a tomar fuerzas y dar la cara hoy ya cerca de mis 40 años.
Yo fui víctima de pedófilos. En la tele puede sonar surrealista, lejano, ficticio. Quisiera que se sepa que no pasa sólo dentro del SmarTV o bajo las sotanas de algún cura que salió en un diario. Tenía 14 o 15 años, eran las épocas de las matiné en las discos de Tucumán: Tokio, La Fábrica, Bulldog, Caramelo y ahí uno conoce gente nueva. Algunos con la moto o el auto que soñás manejar. Y por ahí empieza. "Te llevo una vuelta", una y otra vez. En cada vuelta una serie interminable de adulaciones y halagos. Después te presta el auto o la moto, te lo confía y en una de esas noches, antes del boliche, te invita a tomar algo a su casa.
"Comamos algo acá y luego salimos". Allí empiezan los cuestionarios. "Ya debutaste? Vos deber ser muy dotado... ¿Me dejas ver"? Y viene el pánico. "No pasa nada. Dejame ver. Yo después te presto la moto. Sólo ver". A todo esto ya te tiene el cuello en candado. No hay escapatoria. Habla a tu oído como habla el diablo. Y toca. Y vos querés llorar. Te das cuenta que no sos hombre. Que sos un niñito, que querés que un adulto entre ya y te salve. No te sale una palabra. "No te asustes, voy a probar". Lo olvidé. Pero el cuerpo no. Ya no podés acercarte a la chica que te gusta. Te sentís basura. Pero la adolescencia se banca todo en silencio y en la madurez a veces explota. Como explotó hoy.
Desde siempre quise ser comunicador. Uno o dos años después a mis 16 o 17 dí mis primeros pasos en radio. Gratis, como locutor. Me sentía Dios a pesar que en mí panza por esos años sólo entraba mate cocido y pan, algunas veces. Me pusieron un operador. Mayor. Cuarenta y algo. Adulador. Sospechando mí situación alimentaria empezó a traer facturas, alfajores y también cuestionarios. Vivía a pocas cuadras de mí casa. Teníamos que armar el programa del otro día y lo planificó en su casa con pizzas. Y otro día y otro día. Cada vez más de noche, casi de madrugada y todo porque su madre, una señora de 70 años que apenas caminaba rondaba por la casa.
Hasta que las reuniones comenzaron a 12 de la noche o más. Siempre con una cena mediante, a la que no podía negarme. Hasta que llegó el día que puso música, apagó la luz y tomamos cerveza. Otra vez las adulaciones, los acercamientos y las preguntas: "¿A ver? ¿Puedo? Shhh... no hagás ruido que se despierta mi vieja y se arma". Las amenazas no literales. Ya empieza a hablarte como el torturador frente al condenado. La puerta cerrada con llave. La llave no está a la vista. El pánico el llanto. "Mirá, ¿ves toda esta plata? Es para vos. Disfrutá. Dale. Sacate la ropita. ¡Sacate carajo!". El hombre desnudo. La imagen viva de un monstruo.
Dicen que las madres son ángeles de la guarda. Pero la de él fue la mía. Se levantó la vieja y vio la situación. Huí. Me salvé de ser violado o peor. Nunca lo conté a nadie "porque no es cosa de machos" o por miedo a que me tilden de "puto". Todavía tengo miedo aunque nunca más me sucedió hasta esa instancia. Una década después ví un sketch de Peter
Capusotto y un profe de guitarra pedófilo y lloré como un bebé. Pero las propuestas por parte de señores mayores continuaron.
Por suerte todo fue superado. Hoy tengo dos hijos y ningún problema con la sexualidad. Pero leyendo lo de los pibes en los clubes volvió a mí ese miedo que creí superado. Y no hay mejor forma de ganarle al miedo enfrentándose a él. Por eso escribo esto. Sé que mí familia lo leerá y se sentirá culpable. Pero no es así. Mí familia y amigos arreglaron todo en mí sin saberlo ellos. Todavía siento vergüenza. La misma que aquellas mujeres sienten al denunciar el acoso y el miedo propio de aquellos abusados que se llevarán su secreto a la tumba. Quizá compartimos un asado y vos no sabias que en la mesa había por lo menos una víctima, yo.
Debemos hablar. Debemos discutirlo en nuestras mesas, sin tele. Como ser humano primero y periodista después, quisiera que en este morboso y necrofílico país que vive de una pantalla de una buena vez se quite la venda de los ojos y entendamos que "Con los chicos, no". Lo importante son los pibes y pibas víctimas y que el periodismo nacional llegue a fondo de este flagelo y exija que se encarcele a los culpables.
* Mi nombre es Juan Pablo López. Tengo 39 años. Hasta los 34 viví en Tucumán desempeñándome como periodista. Trabajé en diversos medios de comunicación durante 15 años. Antes de eso (y de estudiar la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UNT) tuve diversas "changas". Tengo dos hijos y soy hijo de padres separados. Mi padre fue uno de los tantos que emigraron a España en los 90 y conocí la pobreza bien a fondo. Hoy tengo una agencia de diseño y comunicación. Hago publicidad, webs y soportes comunicativos.