Después de trajinar los escenarios más prestigiosos del mundo con su música, el pianista franco iraní encontró en la provincia un lugar donde lo adoptaron como uno más: “En Tucumán lo que se expresa se comparte de una forma mucho más íntima”. Por Exequiel Svetliza.
Nima Sarkechik, el francés más tucumano. Foto: ©ceciledentroux
Fue hace más de siete años atrás, durante una de sus primeras visitas a la provincia y cuando todavía no conocía el idioma. Estaba recién llegado y necesitaba un cajero automático. Entonces, buscó entre las escasas palabras del español que manejaba, pero no dio con el sonido ni con el sentido que lo llevaría hasta el dinero. El destino obra de formas misteriosas y hay hallazgos que son tan azarosos como invaluables. Perdido en una ciudad y en un idioma desconocido, atinó a preguntarle a la gente que pasaba dónde había “una cajeta”. La respuesta lógica de sus interlocutores fue la sorpresa y la sonrisa; las mismas sensaciones que todavía despierta su presencia, cada vez más familiar, por estas latitudes. El pianista franco iraní Nima Sarkechik acababa de llegar a Tucumán y, sin saberlo, ya hablaba como nosotros.
“Sentí algo en la panza; algo que no conocía todavía… una parte de mi identidad, boludo… Al boludo lo podés sacar, se me pegó de la calle…”, dice, entre risas, el músico un martes por la noche en una de las mesas de Storni Bar donde está por tocar junto a integrantes de la orquesta de la Fundación Cristian Zarb. Ahí, a metros de la Casa Histórica y en un escenario inusual para la música clásica, el pianista que recorrió algunos de los teatros más fastuosos del mundo con su música recibe a quienes se acercan a saludarlo con abrazos efusivos y la alegría de quien se encuentra a un amigo que lleva tiempo sin ver.
Vestido de negro de pies a cabeza, el pelo crespo y largo prolijamente atado y con un acento donde confluyen la extranjería y cierto aire de vecindad; Nima me contará entre pucho y soda fresca acerca de ese periplo profesional y humano que lo trajo hasta acá; un viaje que lo llevó de la formalidad del universo de la música académica a tocar en lugares como la cárcel de Villa Urquiza y barrios marginales de la provincia. Durante su estadía el pianista fue tejiendo toda una constelación de vínculos con músicos locales: “Acá hay una autonomía cultural y una cuestión de orgullo también, de gente que defiende su cultura, pero que invitan a los demás, no es algo cerrado…Si vos no conocés, estás bienvenido. En Tucumán es así… llegué sin saber nada del idioma y me recibieron, me cuidaron y me enseñaron el español con mucha paciencia”.
De Frankfurt a Nueva York y de Nueva York a Paris o dónde sea que lo invitaran a desplegar su arte, Nima empezó a renegar de los conciertos fugaces que lo llevaban de una punta a la otra del globo terráqueo para compartir el escenario con algunas de las orquestas más prestigiosas del mundo. El circuito profesional de la música académica lo obligaba a estar en muchas partes, pero sin quedarse demasiado tiempo en ninguna. Tocaba y, en un par de días, ya estaba haciendo las valijas de nuevo. No le molestaba esa condición de saltimbanqui itinerante, sino la imposibilidad de estrechar vínculos con esas personas que se iba cruzando en el camino: “En los conciertos de música clásica, lo normal es que te llevan en avión, en tren, en lo que sea; tocás y te vas. Cruzás el planeta y al otro día ya tenés que irte, ya está. Para mí no puede ser eso; no puede ser que compartamos un momento de emoción y no haya un hueco ahí para conocernos. Eso me frustró y por eso me alejé un poco del mundo académico. Empecé a cumplir con los conciertos, pero iba y me quedaba dos semanas más, ponele, así que tenía que cancelar los conciertos que venían después y los managers no quieren eso, para nada, así que empecé a hacer mis propias cosas”.
Foto: ©ceciledentroux
El pianista de 41 años vino por primera vez a tocar en la provincia en 2013 gracias a la red de alianzas francesas. Volvió en 2015 como parte de un viaje donde buscaba recorrer el continente, pero lo que había pensado apenas como una escala, terminó convirtiéndose en un destino: “En ese viaje descubrí como la onda, la energía de acá y descubrí también una identidad mía que quizás escondía, pero quería conocer más. Quería dar la vuelta por toda América o, por lo menos, Argentina, pero me quedé. Me quedé porque conocí gente que me apoyó muchísimo, que me hizo conocer la cultura, encontrarme con músicos y ahí empezamos a pensar proyectos con otras personas”. Durante cuatro años, antes de la pandemia de Covid, Nima volvió a Tucumán cada tres o cuatro meses. En esas visitas, cada vez más prolongadas y frecuentes, tocaba con distintas orquestas locales y con músicos y bandas como La plazoleta all stars.
“Tucumán se volvió un lugar para mí donde la fuente artística es tan fuerte que cualquier chofer de remise sabe algo del folclore, sabe cantar o sabe tocar la guitarra…lo que sea. Y si no toca nada, conoce a los artistas y puede cantar algo ¿no? Hay músicos y artistas que se pueden ver y disfrutar en las calles o en las plazas. Para mí eso es una diferencia con Francia. No quiero decir que los franceses están muy alejados de la cultura musical o artística, pero acá lo que se expresa se comparte de una forma mucho más íntima. Tenemos un dicho en Francia que dice que el jardín del vecino siempre estará más verde que el nuestro y eso es un poco lo que pasa”, reflexiona.
Y en ese jardín rozagante y rebosante de distintas expresiones culturales que encontró acá, el músico francés fue haciendo grandes hallazgos como las empanadas de la peña El Cardón - a las que pondera como las mejores mientras lamenta que en Francia no exista ese formato gastronómico-, las composiciones del Cuchi Leguizamón y nuevos amigos, como la familia del músico José Luis Arcuri, que se ha convertido en su familia adoptiva durante esta estadía en Tucumán. También descubrió palabras muy nuestras como “chango” o “culiao” que revelan la influencia palpable del entorno: “Me llamó realmente la atención la energía y la melodía del idioma, que es algo que hay que tener en cuenta porque crea un ambiente y también es una forma de la solidaridad, de la escucha, de la empatía… todas estas cosas son parte de una realidad social también”.
Para Nima el lenguaje de la música y el resto de las artes permite sortear las barreras sociales y culturales que separan a las personas acá y en cualquier lugar del mundo: “Desarrollé un montón de proyectos que se alejaban un poco del ámbito clásico tradicional para mezclar otros ámbitos, otros grupos sociales y, por supuesto, otras artes. Claro, por ahí las artes se separan, pero también los ámbitos sociales. Quiero decir, es una prueba de la fractura social, de las fronteras que hay entre la gente y que se arman por las diferencias, por los prejuicios… Hablamos del peligro, de la desesperanza, de falta de plata, de la miseria ¿no? Y esta convivencia con todos esos ámbitos me dio realmente el deseo de acercarme al ser humano. Porque, más allá del prejuicio, hay también una fuente de amor”.
Entre esos proyectos, se destaca Urban Brahms donde Sarkechik mezcla la música del compositor y pianista romántico Johannes Brahms con distintas expresiones artísticas urbanas como las danzas o el grafiti. De esa manera, la música clásica puede romper el corsé que restringe su circulación a los ámbitos académicos para circular también por ámbitos populares. Al trascender el formalismo de los teatros y las orquestas, logra fusionarse no sólo con otros lenguajes, sino también con géneros autóctonos como la cumbia o la vidala. En ese proyecto participaron artistas locales como José Luis Arcuri, Valeria Mendoza, Valentín Mopty, Federico Govetto y Leticia Couturier.
“La música clásica representa un ejemplo un poco sectario de un ámbito social que se queda en sí mismo. Como si le dijera al público ‘vos no entendés nada’. Es una idea recibida, como una creencia limitativa, que tiene que ver con el peligro de perder su identidad y quizás su potencia política y económica…podemos llevar el problema hasta ese nivel ¿no? porque la música clásica logra un montón de subsidios por su imagen de alto nivel, entonces, el Estado quiere apoyar eso. La música y el arte en general es una herramienta de un país para mostrar también una imagen mejor de sí mismo”, comenta.
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Es jueves por la tarde y, aunque en su hablar candoroso y efusivo no se traducen signos de cansancio, Nima me confiesa que ha tenido una noche difícil. No ha logrado dormir y se la pasó leyendo las noticias sobre el conflicto entre Israel e Irán donde vive gran parte de su familia. Las novedades que llegan de lo que sucede a 14.000 kilómetros de distancia resultan desoladoras y hablan de un conflicto bélico que puede llegar a alcanzar una escala global. Los ecos de un mundo resquebrajándose por la guerra se cuelan en nuestra conversación en un bar de Barrio Sur: "Hablar de lo que pasa allá es siempre una posición incómoda porque muchos creen que no tomar una posición es validar la crueldad de lo que sucede. Y tomar una postura es visto siempre como un ataque a la opisición. Lo que está claro es que la violencia llama a la violencia, eso es una guerra y en una guerra no hay ningún lado bueno, no hay una guerra limpia”.
Hijo de un experto en informática que fue clave para el ingreso de Aple al mercado árabe y de una doctora en Marketing, Nima nació en la ciudad de Grenoble, en los Alpes franceses. Sus padres habían viajado a Europa para estudiar cuando se desató la revolución islámica de 1979 y ya no pudieron regresar a su país. Se quedaron viviendo en Francia en condición de exiliados y, cada tanto, su padre apelaba al violín, que había aprendido a tocar de forma autodidacta, y a la música tradicional iraní para apaciguar la nostalgia de estar lejos de su tierra natal.
Cuando tenía apenas cuatro años, Nima empezó a jugar a ser pianista castigando las teclas de un pequeño teclado Bontempi. Con el instrumento apagado y un cassette con música de piano de fondo, imitaba los movimientos de un pianista, como si fuera él quien estaba tocando: “Conocía de memoria todas las entradas, cuándo tenía que tocar y todo eso... Así escuché muchísima música y me veía siempre tocando. Ese pequeño teclado para mí fue algo muy importante porque ahí nació mi amor por el piano”. De niño, comenzó a ir a un profesor de piano y después continuó formándose en el conservatorio, primero, el regional de Grenoble y, después, el superior de París.