Reír por no llorar

Humor en tiempos de crisis: ¿De qué nos reímos los tucumanos?

Como crítica o evasión de la realidad, el humor es un salvavidas para sobrevivir al naufragio. El milagro y el secreto de la risa en tiempos de tragedia. Del boom del stand up en la provincia al fenómeno de La Pichoneta. Por Exequiel Svetliza.

22 Sep 2024 - 13:39

Escena de la película El Jocker.

La escena transcurre una mañana cualquiera de septiembre en una verdulería de Barrio Sur; lugar de encuentro casual entre dos viejos amigos que se saludan efusivamente:
 
- Ehhh Negro ¡Tanto tiempo! ¿Cómo andás?

- Acá che… mal, pero acostumbrado… 

Al instante, como en un reflejo plavoviano, el que había preguntado sonríe y quien había respondido devuelve la sonrisa con otra aún más pronunciada. Roto el hielo, la charla sigue su deriva rutinaria: que uno es muy gobernado y nunca lo dejan salir, que al otro lo hacen aca, que hay que juntarse, pero esta vez sin Rubén porque chupa más que ladrillo barato y conviene vestirlo antes que darle de tomar… las risas terminan por contagiar al resto de la clientela que se olvida por un momento de lo mucho que subieron los choclos, el garrotazo de la factura de Edet o las últimas pálidas de los noticieros. El tipo pudo haber respondido con el racconto de sus penurias o con alguna queja catártica, pero, de todos los idiomas posibles, eligió el del humor. 

Un salvavidas en medio del naufragio. Un bastión hedonista en tiempos de crisis. Una medicina –inmune a los recortes del Pami- contra todos los males del mundo. Trinchera, refugio y, a la vez, mangrullo para mirar la realidad desde otra perspectiva y encontrarle sentido en medio de tanta confusión cotidiana. La risa puede ser escudo, arma, soga, paraguas, manta, caramelo, caricia, rebelión y venganza. En forma de chiste, chanza, goleada, comedia o meme. En teatros, redes sociales, televisión o canales de streaming; el humor es un milagro y también un misterio en este presente con traza de tragedia. 

Para la comediante Juliana González humor y amor no sólo suenan parecido, sino que existe un vínculo muy estrecho entre ambos sentimientos a la hora de abordar nuestra existencia: “El humor es como el amor, no puede faltar. Es como comer o tomar agua, es una herramienta de supervivencia. Hacer humor es un gesto de amor porque es tratar de filtrar socialmente lo que pasa de una forma muy empática como es la risa. Puede haber o no crisis económicas, guerras mundiales, pandemias, pueden pasar tantas cosas… Y, aun así, es lo que te mantiene a flote; lo que te hace estar en pie es tener un posicionamiento ideológico, no estar por estar, estupidizado, como una ameba, sino tener un estandarte y, para mí, ese estandarte es el humor”.  

“Según (Sigmund) Freud, el humor es una forma de extraer placer de los procesos psíquicos. Pienso en el humor, antes que nada, como un acto de creación que permite trasformar el malestar psicosocial en un relato que tiene sentido; que historiza algo, ya sea un trauma o una situación política. El sujeto pasa de ser pasivo a raíz de la angustia que vive, a ser un sujeto activo que puede construir un relato humorístico para sortear el sufrimiento”, explica la psicoanalista Lorena Espeche en una pausa mientras prepara un trabajo acerca del vínculo entre el humor y el psicoanálisis para exponer en un congreso lacaniano. 

De la obscena celebración del veto al aumento mínimo a los jubilados con un asado en la Quinta de Olivos, pasando por las escenas cada vez más habituales represión en las calles, hasta la violencia que se expresa sin ningún prurito ni tapujo todo el tiempo en las redes; el humor puede servir de lupa para mirar este presente convulsionado y tratar de sacarle la ficha. “Creo que muchos sentimos que no hay palabras para expresar lo que está pasando. Para (Enrique) Pichon-Rivière, a través de recursos como el humor, es posible convertir lo siniestro, lo indecible, en un producto artístico y, a su vez, establecer vínculos con los demás. A nivel del inconsciente, el humor trabaja con algo que está velado y, a la vez, revela algo. Es ahí donde el arte viene a sanar y creo que el argentino es tremendo en eso porque se ríe de todo”, comenta la analista. 

Hace ya un año, después de hacer un taller con Juliana González, Lorena se decidió a incursionar en el mundo del stand up donde pudo desarrollar su veta humorística: “Siempre tuve esa personalidad de cagarme de risa de las cosas. Lo que yo digo en el consultorio siempre es serio, pero, gracias al humor, puedo ponerle ese manto de piedad para que no sea tan solemne. En el stand up encontré hermosos vínculos y también otras miradas, a mi vida, a los hechos sociales, al trabajo… es una mirada que tiene sentido y, cuando escribo sobre eso, hay una transformación. Es como tomar una distancia operativa de la realidad: me alejo un poquito y veo por dónde le encuentro la rosca. También es algo donde encuentro mucho placer y disfrute”. 

Ante una realidad donde los sucesos parecen una farsa o una ficción de muy bajo presupuesto, el stand up propone, según su mirada, una caída de caretas; un lenguaje honesto: “El poder tiene toda esa cosa de solapar lo que pasa… Adorni (Manuel, el vocero presidencial con rango de ministro) es un personaje, en el stand up no hay personajes, sos vos. Tomamos mucho de lo cotidiano y lo llevamos al ridículo, es al revés de lo que hace Javier Milei. Él es un megalómano que se hace el héroe y en el stand up nosotros somos los antihéroes que mostramos nuestras miserias, por eso es un tipo de humor que genera tanta identificación en el público”. 

Hubo un tiempo donde la sátira social y política copaba diversos medios y formatos: las páginas de la revista Humor, el teatro corrosivo de Enrique Pinti o los programas televisivos de Tato Bores y Antonio Gasalla. También estaban aquellas propuestas humorísticas que apelaban más al absurdo en programas antológicos como Cha Cha Cha o Todo por Dos Pesos. En la actualidad, con la popularización de los canales de streaming, el humor parece haber virado no sólo de pantalla, sino también de registro. Aunque en el éter hay de todo como en las viñas del señor, la mayoría de los grandes referentes del mundo del streaming -como Migue Granados o Luquitas Rodríguez- parecen apelar a un humor más naif y despolitizado; una risa que finge demencia de los grandes temas de la realidad más candente que nos acecha. “Son muy falopa, pero tienen un código que interpela mucho a los más jóvenes. Tenés que saber encontrarle ese código y está bien que así sea porque el humor se maneja con diferentes códigos y capaz que hay gente que se identifica más con ese tono de una ironía casi sin metáforas, más directa”, comenta Juliana. 

Como todo lo que se produce en este país, el humor tampoco está exento de sus bandos y grietas. Encontraremos a quienes prefieren un humor más politizado y comprometido y a quienes defienden las banderas de una comicidad más evasiva.  “Siempre estuvo esa pequeña división entre el humor más accesible y el humor que tiene una segunda lectura, un subtexto; el humor que hace una crítica. En momentos de crisis como estos hacen falta los dos tipos de humor. Uno a veces necesita ese descanso, parar un poco la cabeza y no estar pendiente de los aumentos de los precios, de lo que dijo el presidente… uno necesita ese descanso y disfrutar un poco y a esa función la cumple el humor más accesible, es indispensable. Claro que también hace falta ese humor crítico, irónico, que denuncia, el que hiere… ese también es necesario”, explica el dramaturgo tucumano Martín Giner.

“Me parece que es muy útil cubrir varios frentes del humor. Pararse solamente en una vereda implica pensar que hay solo un tipo de espectador y eso es absurdo, como lo es pensar que un espectador va a ser igual toda su vida. Uno va teniendo diferentes necesidades a lo largo del día, de la semana, del mes y de la vida. Creo que el público tucumano no disfruta de un solo tipo de humor, sino de un amplio rango de posibilidades”, remarca Giner.


¿Y por casa cómo andamos?

Hablar del sánguche de milanesa, de la empanada, del calor infernal del verano. Repetir todo el tiempo esos hermosos vocablos del habla popular como “ura”, “pingo” y “cajeta”. Bardear a los colectivos, a los cortes de luz de Edet, a la lluvia de cenizas de los ingenios. ¿Existe una esencia distintiva del humor de la provincia? ¿Qué lo diferencia del resto? ¿De qué nos reímos los tucumanos?

“Me parece que cualquier comunidad tiene su humor. En general, las comunidades se divierten autoparodiándose, burlándose de sí mismos, y para que eso funcione tiene que ser alguien de la comunidad. Lo que lo hace tucumano es esa mirada hacia nosotros mismos, el juego con las cosas con las cuales uno se identifica; cosas que uno ve por las calles, en la tele… lo que funciona es esa capacidad del humorista de presentarse como parte de esa comunidad”, explica Giner.

Por su parte, Juliana coincide en la importancia de la observación a la hora de hacer humor: “En la adolescencia veía mucho los programas de Diego Capusotto y los de Alfredo Casero. Y si me preguntás de qué me reía con esos programas, lo que me parece muy divertido es que vos te encontrabas con esos personajes que después eran muy identificables en la calle, como el rolinga ese Jesús de Laferrere. Siempre me llamó la atención ese poder de observación porque había una mezcla entre lo político, lo religioso, lo pagano y con la identidad, con la argentinidad. Para hacer humor es importante entrar en un territorio de lo identificable. La gente se ríe de cosas simples, de lo cotidiano, de lo chiquito… el humor siempre tiene que ver con la observación”. 

¿Hay entonces alguna característica que defina nuestro humor? Para Giner, el humor tucumano se caracteriza por una intensidad que es muy nuestra: “Hay muchos tópicos muy evidentes que se repiten, pero no sólo en Tucumán, como el tema de nuestro acento, de la jerga que usamos… esas son cosas que también podemos encontrar en el humor cordobés, por ejemplo. Para mí Tucumán es una provincia muy intensa y eso me gusta. Es intensa en lo artístico, por la gran variedad de propuestas que tenés, y también en la calle. Si salís en el auto, te vas a encontrar con que el tránsito es un caos… Me gusta pensar que esa intensidad y crudeza con que vivimos se traslada también a otras cosas, como el humor”. 

En los últimos años, muchos tucumanos de a pie se han aventurado en el mundo de la comedia. Las distintas camadas que han pasado por el taller de stand up de Juliana González pueden dar cuenta de la expansión de este fenómeno: “Hace un tiempo que el género se ha viralizado gracias a las redes y a las plataformas. Hay mucha gente que hace talleres y se notan esas ganas de meterse y animarse a reír de ellos mismos y de las cosas que les pasan. Hay muchas ganas de decir cosas”. 

En el caso de Martín Giner, el dramaturgo brinda consultorías individuales a personas que están escribiendo sus propias obras y uno de los géneros más elegidos es la comedia: “Llega mucha gente que ya tenía cosas escritas y quiere compartirlas con el público. Siento que hay como una necesidad de expresar la individualidad, de decir ‘me pasa lo mismo que a todos, pero a mí me pasa de forma diferente’. La gente tiene la necesidad de plasmar eso de alguna manera”. 

“Hay una necesidad de expresión, pero también vivimos en una época donde está validada la exposición, y no lo digo en mal sentido. Hoy cualquiera puede ser artista y tener algo que contar, hay una democratización de la creación artística, que ya no pertenece solo a los artistas. Cualquiera puede sentarse a escribir y no va a sentir que comete una mala praxis del arte porque está validado. Ahora todo el mundo tiene las herramientas y las plataformas para expresarse, el tema de la creación artística ya se alejó mucho de la concepción antigua de que era una expresión reservada a gente elevada; gente rara”, aporta Giner. 

 

El fenómeno de La Pichoneta

Más allá de los likes, de las visualizaciones y de las frías, aunque generosas, métricas de sus contenidos en las redes sociales; su popularidad puede medirse en un gesto mucho más humano, cotidiano y con innegable impronta local: la cantidad de veces en un día que le gritan por la calle “Hacete culiá, Pichón” o “A la burra”; las frases de cabecera de esos sketches virales que le han valido un reconocimiento que trasciende las fronteras provinciales. Desde su almacén en Villa 9 de Julio y como quien se caga de risa un rato, Pichón despliega un humor que lo ha transformado en toda una celebridad en las redes. 

Todo empezó como un juego un sábado a la siesta en agosto del año pasado cuando su hija Olivia le pidió grabar un video de Tik Tok en el almacén que Eduardo López, mejor conocido como Pichón, tiene en su casa. El video tuvo buenos comentarios y, esa misma noche, el changuerío del barrio le pidió que hiciera otro más. Y así fue que, ante la creciente demanda, este fanático decano de 36 años que lleva al Pulga Rodríguez tatuado en la piel se volcó a la generación de contenidos graciosos a través de su cuenta PichonetaLópez. La receta humorística de Pichón es bien simple y él la explica con estas palabras: “A mi contenido trato de hacerlo bien del barrio, bien tucumano, que sea bien popular”.

Junto con los likes y las vistas, llegaron también los cuestionamientos en el barrio: “Yo sé que mi contenido es un poquitito fuerte. Por eso he sido muy cuestionado acá porque participaban los chicos del barrio y me decían ‘Pichón, fíjate que los chicos no digan tantas malas palabras’. Pero, mientras tanto, recibía mucho apoyo de gente de afuera, de otras provincias como Salta, Santiago, Córdoba…”. 

Con una producción ultra casera y la participación de vecinos, influencers locales (como La Madrina, Mirandita o Dolores Tomas) y de celebridades de la talla de El Negro Videla, Renzo Tesuri y El Príncipe Ariel; Pichón fue armando una picaresca con lenguaje local, personajes de evidente tucumaneidad y hasta cierta provocadora reminiscencia al hoy cancelable ciclo Rompeportones. A la hora de pensar en referentes, se remite al humor del VideoMatch de los noventa y al personaje de Yayo, pero prefiere definirse como un “hinchahuevos” antes que como influencer o humorista: “Un amigo me dijo: ‘mirá, Pichón, vos con la actuación estás más o menos, pero lo que vos tenés es carisma y ese carisma es el que te ayuda’. Gracias a Dios, uno va mejorando, va aprendiendo a hacer las cosas y nos está yendo bien. Nosotros siempre tratamos de mostrarnos tal cual somos nosotros, todo lo que se ve es como soy yo realmente”. 

Al igual que el equipo conducido por Lionel Scaloni, La Pichoneta fue ganándose un lugar en el corazón de su público y la sigue rompiendo en las redes con una fórmula breve, sencilla y efectista. Por eso, cada tarde, cuando sale de su trabajo en un taller mecánico de La Ciudadela, o cuando sale a correr, Pichón piensa en nuevos contenidos para su audiencia. Según confiesa, su mayor premio es el agradecimiento de todos aquellos a los que consigue robarles una sonrisa: “Mucha gente me escribe y me cuenta ‘Mirá Pichón, venía teniendo un día de mierda y vi un video tuyo, me cagué de risa y como que me sentí un poco aliviado. Creo que eso está bueno y es lo más lindo de esto que hago”.  

Pichón no es un empresario fugador de divisas ni un diputado que vota en contra de los jubilados, sino apenas un tipo de barrio que busca hacer reír a los demás. Para muchos y a su manera, un héroe en este lío. 



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