NUESTRO PATRIMONIO

La historia desconocida del bar El Molino: la catedral del billar y el templo de la bohemia en Tucumán

Nació en los 40 con una orquesta musical de señoritas, en los 50 comenzaron a sonar los tacos tras la partida de Don Vidal y desde entonces siempre fue el refugio de notables de nuestra cultura como Mercedes Sosa y Los Tucu Tucu. Los Paz le dedicaron una canción y aquel cartel de neón de Seven Up vive en las noches del recuerdo. | Por Gabriela Neme

23 Oct 2023 - 17:13

El cartel icónico de El Molino fue realizado por Cacho Rosatto, el creador de Vidriolux.

Desde el 3 de marzo de 2008 el sonido de los tacos golpeando las bolas de billar que resonaba entre las paredes de El Molino solo sigue presente en la memoria de los habitués de ese emblemático lugar. Su recuerdo es imborrable entre aquellos que lo adoptaron como su lu­gar de en­cuen­tro, a donde no solo iban a ju­gar sino tam­bién a com­par­tir entre ami­gos, como si fuese su se­gun­da ca­sa o una clí­ni­ca te­ra­péu­ti­ca. 

Nació en la década del 40, por iniciativa de Don Amador Vidal, como una confitería que contaba con un atractivo especial: un espectáculo llevado a cabo por una orquesta musical de señoritas conformada por cua­tro ban­do­neo­nes, cua­tro vio­li­nes, un contrabajo, un pia­no y la can­tan­te. La atmósfera que reinaba era de un clima totalmente familiar compuesta por clientes pertenecientes a la aristocracia tucumana.

Tras el fallecimiento de su fundador, en los años 50, pasó a ser administrado por sus cuatro hijos: Pedro, Ramón, Amador y José Vidal, quienes decidieron transformarlo en un billar. El espíritu que buscaron lograr fue mantener el buen ambiente y la armonía, para lo que idearon un sistema de expulsiones que consistía en echar por unos días a los clientes que se portaban mal. Si la mala conducta era reincidente, el castigo podía durar meses hasta llegar al exilio definitivo, si se repetía por tercera vez.

Fue así como este bar se transformó en la ca­te­dral del bi­llar tucumano, un lugar en donde no existían las diferencias sociales y prevalecía la concurrencia de gente bohemia como escritores y folcloristas locales (como la Negra Sosa o Los Tucu Tucu) que eran amigos de la casa. También pasaron por sus puertas artistas nacionales como Susana Giménez, Moria Casán, Alfredo Barbieri, Cacho Castaña, Emilio Disi, Dorys del Valle, Rubén Juárez, entre otros, por estar ubicado en este triángulo que se conformó en calle 24 de septiembre al 500, entre el Hotel Metropol, en donde se hospedaban, por presentar alguna obra en el Teatro Parravicini e ir a tomar algo en El Molino.

Contaba con tres sectores diferenciados: a la izquierda desfilaban las bandejas en donde los mozos llevaban los clásicos sándwiches en pan de miga tostados acompañados de aromáticos cafés, porque allí se conversaba y cafeteaba; a la derecha se jugaba al ajedrez y dominó y al fondo, rodeadas de una especie de neblina producto del espeso humo de los cigarrillos y habanos que fumaban los jugadores, estaban las 18 mesas de billar. De tal manera se apropiaron los hombres tucumanos de esta casa, que durante los campeonatos en donde se apostaba dinero, a veces entraban a jugar un viernes a la noche y salían el domingo a la madrugada o hasta que la esposa de alguno llegaba para llevárselos a casa a empujones. Solo cerraban dos días al año: 1 de mayo y 1 de enero.

El Molino junto con Punto y Banca y el Colón eran los billares estrella de la época, que llevaron al grupo de folklore Los Paz narrar sus historias en la canción “Bares y billares”: “Los tucumanos tenemos/ un remedio pal´trabajo,/ un lugar que pa´nosotros/ es presente y es pasado,/ los billares del molino/ en la calle veinticuatro. / Al "Colón" ya lo han cerrado,/ quietas quedaron sus puertas,/ los desayunos se enfriaron,/ ya las siestas no son siestas,/ era parte de la plaza/ donde el taco aún resuena”. 

Con el tiempo, los nuevos hábitos de consumo y las necesidades económicas acallaron la euforia que despertaban los billares entre el público. Esto llevó a tomar una decisión: dejar atrás al billar y transformar a su catedral en un restó-bar contemporáneo, que abrió nuevamente sus puertas en 2008. Quedó a cargo de Ricardo Vidal, nieto de Don Amador, que traspasó el negocio administrado por su madre y por su tía, a sus manos. Decidió que "El Molino" mantendría su nombre para continuar con la tradición familiar. 

El nuevo diseño estuvo a cargo de Alfredo Facio, destacado diseñador de nuestro medio y especialista en arquitectura comercial. La vieja estructura se transformó en un espacio moderno, con sillones empotrados en la pared y mesas amplias. Se dividió al salón principal en diferentes sectores: una barra larga, muy iluminada, un sector de cafetería, otro para almuerzo y cenas, un patio atrás amplio con palmeras.

La memoria no va a dar lugar al olvido ya que El Molino sigue latente, a metros de la Plaza Independencia, como uno de nuestros patrimonios vivos, parte de nuestra identidad como tucumanos.

El icónico cartel de neón de El Molino, al igual que el Maradona de Salvic, fueron obra de Cacho Rosatto, creador de Vidriolux.


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