Espionaje y contraespionaje, infiltrados en filas enemigas y amenazas cruzadas; una serie de audios revelan la creciente hostilidad entre los conductores tucumanos: “Se armó el quilombo, se viene la guerra”. Video.
La guerra fría de choferes está más caliente que nunca en Tucumán. La confrontación entre taxistas y conductores de Uber se encuentra en plena escalada de tensión en las calles y en las redes sociales. En los grupos de WhatsApp que congregan a los protagonistas de ambos bandos (a los cuales eltucumano.com tuvo acceso) se revela un clima bélico: acciones de espionaje, contraespionaje y recontraespionaje; infiltrados de un lado y de otro, amenazas, emboscadas y estado de alerta máxima. Una pelea entre laburantes que tiene al Estado provincial como garante de una paz cada vez más frágil.
“Tengan precaución, están atacando a los taxis los Uber… los Uber motos, también. En 25 de Mayo e Italia hay disturbios en estos momentos, con precaución, por favor, tengan cuidado…”, se escucha la advertencia en la voz de una operadora. El audio se compartió en uno de los tantos grupos de WhatsApp que nuclean a los taxistas de la provincia y revela el estado de alerta de los conductores ante posibles ataques de choferes de Uber. En el mismo grupo, otro audio confirma la tensión actual en la grieta del transporte tucumano: “Se armó el quilombo, hermano… Se viene la guerra”.
Del otro lado, en un grupo similar, pero que reúne a los conductores que utilizan la aplicación, el clima no es precisamente pacífico; tal como lo demuestra un audio enviado por un chofer: “Yo opino que hay que hacer lo mismo que han hecho los uras estos, caerles de 20 o 30 en cada parada de taxi y no dejar que suba nadie a los taxis. Así hay que hacerles, hay que cagarles el laburo a ellos, como ellos nos cagan el laburo a nosotros. Hay que caerles muchos Ubers así no nos pueden hacer nada. Si no nos van a hacer nada esos uras, si son todos viejos chotos”. La estrategia de ataque revela la atmósfera bélica que se vive por estos días; un crescendo de amenazas que podría derivar en violencia.
Estos audios se compartieron después de que la semana pasada Osvaldo Jaldo, futuro gobernador de la provincia, firmó la derogación de la ley 9352, la cual disponía la regulación del servicio de transporte privado a través de plataformas electrónicas. De esta manera, quedaba prohibido el uso de la aplicación Uber en la provincia, que era el reclamo por el cual los taxistas de la capital amenazaban con ir al paro. El día después de la derogación de la ley, Jaldo recibió a los conductores de Uber y escuchó sus demandas. Mientras el Estado provincial se mostraba conciliador y proclive a buscar una solución al conflicto, en las redes sociales y grupos de WhatsApp, los conductores se declaraban en pie de guerra.
Inflación, devaluación, crisis económica. Lo que todos sabemos: la calle está dura y la vida precarizada. Desde que Uber desembarcó en Argentina en 2016, muchos encontraron en la aplicación una forma de ganarse la vida, ya sea como un trabajo a tiempo completo y principal fuente de ingresos, o bien como una forma de sumar unos mangos extras en tiempos donde la carrera para llegar a fin de mes se hace cada vez más cuesta arriba. Desde empleados de comercio hasta empleados públicos y trabajadores independientes de los oficios más diversos, recurren a la aplicación en sus horas libres para emparchar sueldos magros en pelea desigual con la inflación. La lógica de la autoexplotación también es un síntoma de época: la tecnología les permite ser sus propios jefes, muchas veces, incluso más tiranos que los patrones ajenos. Muchos dirán que otra no les queda: no hay plata que alcance ni laburo que llene en el mundo de los laburantes de a pie.
Uber es una aplicación que funciona con la lógica del mercado: el precio de cada viaje se regula de acuerdo a las leyes de oferta y demanda. A mayor demanda, mayor el precio a pagar por el pasajero. En horarios de menor solicitud, el costo de un viaje puede resultar más barato que la tarifa del taxi, pero, en los horarios pico, el precio se dispara y se convierte en una opción de transporte mucho más cara incluso que el taxi. De ahí que muchos usuarios se sorprendan cuando, al pedir un Uber por la aplicación, descubren que el auto que llega es un taxi. En una provincia donde el servicio de colectivos es extremadamente deficiente (parafraseando a una marca vintage de televisores: caro, pero el peor) y muy irregular por los paros constantes, los choferes del servicio privado de transporte (taxis y Ubers) salen a cazar al zoológico. A veces, son lobos con piel de cordero. Otras, corderos con piel de lobo. En la selvática lucha callejera por la supervivencia económica, todo (o casi todo) parece posible. Y como si todo eso no fuera suficiente, éramos muchos y parió la abuela: a ese ecosistema superpoblado, se sumaron recientemente los Uber Motos; la opción más competitiva en cuanto a tarifas. Pero un medio de transporte que abre muchas interrogantes acerca de cuestiones como la seguridad de los pasajeros.
Acaso producto de esa habilidad para camuflarse que supieron entrenar en su lucha cotidiana por parar la olla en casa (taxis que se metamorfosean en Ubers y Ubers que se hacen pasar por autos particulares para no ser descubiertos por los taxistas), es que ahora proliferan las tareas de inteligencia y contrainteligencia que consisten en infiltrarse en filas enemigas. “Hola colegas cómo están…miren, esta personas está en nuestro grupo de propietarios de taxis y es de Uber, yo estoy de infiltrado en el grupo de Uber y él le pasa toda la información nuestra a los Uber”, reza el relato de un taxista que parece propio de una novela de espionaje. “Hay varios taxistas que están en los grupos que nos roban información. Ya he sacado uno que sospechaba y ya me ha mandado mensajes por privado invitándome a pelear… He dado en la tecla”, revela un parte de guerra del bando de los Ubers. Hoy cualquier taxista puede ser un Uber encubierto y viceversa. Una ficción identitaria con ribetes borgeanos donde cualquier traidor puede devenir en héroe y donde el rol del villano de turno es ocupado por otro laburante.
Desde ambos bandos esgrimen razones válidas y atendibles para defender sus respectivas trincheras. Para los taxistas, la presencia de los conductores de Uber, supone una competencia desigual en las calles. Así lo explica un chofer de taxi: “Te da bronca hermano ¿sabés qué? Uno, mes a mes, está pagando esa mierda de canon… de todo… tenés que andar en regla, sino ahí nomás te quieren secuestrar el auto. Todos los años tenés que estar haciendo renovación, tenés que ir al chapista, al electricista… un montón de cosas para que el auto pase y esté en condiciones… Para que cualquiera que tenga el carnet de manejo chape una moto o tenga un autito y se ponga a laburar… Da bronca, hermano, da bronca”. Para los Uber, los taxistas son una amenaza que atenta contra su derecho a trabajar: “Hay que ponerse firme, hermano, con esto. Hay que ponerse firmes porque estos culiaos no nos van a dejar laburar y no es así, todos tenemos deudas, yo tengo una deuda de 200 lucas por mes, culiao, y la estoy pagando con esto, hermano, así que yo no puedo dejar de laburar”.
“La competencia no es equitativa. Para los taxis, hay que cumplir con algunos requisitos como sacar la licencia, pagar un canon, pasar inspecciones… Quizás el debate acá sea quién regula la actividad. Los taxis estamos regulados por la municipalidad y los Uber por un privado, entonces quién se encarga de regular el transporte de pasajeros. La otra cuestión es que nunca va a haber una competencia justa si uno puede fijar tarifa y al otro la tarifa se la fija el municipio. Esto terminó siendo una guerra de pobres contra pobres y el único ganador acá es la aplicación porque la aplicación nunca pierde. Hay mucha gente que se sube a un Uber por necesidad, uno lo entiende porque es alguien que quiere laburar, pero esa persona quizás no sepa que, al principio, está ganando dinero, pero después al auto hay que ponerle plata. Es posible que en los primeros meses le resulte rentable la actividad, pero después se encuentra con un vehículo al cual hay que hacerle tren delantero, cambiarle amortiguadores, cubiertas… y ahí recién se da cuenta que la ecuación no le cierra”, explica un flotero de taxis.
Pero si los Uber están entrampados en esa especie de estafa piramidal donde el negocio es pan para hoy y hambre para mañana. Y los taxis en este contexto se ven obligados a disputar el mercado del transporte en desigualdad de condiciones, entonces, quién gana. Para el flotero, el gran ganador es la aplicación, ante la cual, la decisión del gobierno provincial de derogar la ley 9352 y condenar al servicio a la clandestinidad parece inocua porque el Estado no tiene cómo interferir ni bloquear el uso de la aplicación en Tucumán. "La aplicación hoy sigue funcionando y nosotros seguimos trabajando", confesó hace unos días Alejandro Marchetti, referente de Uber en la provincia, tras el cónclave con el vicegobernador.
Reza un adagio popular que, a río revuelto, ganancia de pescador. En uno de los audios de los choferes en el grupo de taxista, se revela la figura de otro posible beneficiario de la prohibición: el agente municipal, también conocido en estas latitudes bajo la denominación de “zorro”. No se trata, precisamente, de una figura muy bien ponderada por los tucumanos dada cierta avidez que se le atribuye (no sin pruebas ni fundamentos validos) por la coima (antes cotizadas en gaseosas cola y ahora, inflación mediante, vaya uno a saber en qué especias): “Yo creo que esa no es la solución, te sacan una ley anti-Uber, pero no la sacan a la aplicación, por lo tanto, pueden seguir laburando. Sabiendo el Uber que la multa es de, por darte un ejemplo, quinientos mil mangos, le hace ver 20.000 al municipal y sabés qué…terminan de amigos en la casa comiendo un asado juntos ¿Sabés cómo van a hacer moneda ahora?”.
En tiempos pasados, esta encendida disputa se podría haber dirimido con la coreografía circense del catch. Como en las mejores épocas del espectáculo televisivo de “Titanes en el ring”, con el personaje del taxista en un rincón y el del conductor de Uber en otro. En el medio, el Estado haciendo las veces de árbitro de un show incruento. Quizás se podría pensar en un partido de fútbol en cancha neutral con equipos representando a ambos bandos. El ganador se queda con las calles de la provincia y con las suculentas divisas de los derechos de televisación. Incluso, se podía pensar en una clasificación para jugar una final definitoria contra el equipo de los colectiveros. Por delirante que suenen estas opciones, al menos resultan menos dramaticas que la actual y silenciosa guerra fría, cada vez más tibia, entre laburantes que salen a ganarse cada día el mango.