Talentosa como pocas, una de las amigas más cercanas de Alejandra Pizarnik, directa, irreverente: conocé la historia de Elvira, la tucumana que odiaba Tucumán (pero…)
Quien no atraviesa su existencia lleno de contradicciones, es quizás porque no ha estado vivo realmente. Esto era Elvira Orpheé para muchos: una escritora que habitaba y transformaba las contradicciones de su historia.
Elvira nació en esta provincia hace 101 años, precisamente, en 1922. Pasó demasiado tiempo de su infancia postrada a causa de una enfermedad que la mantenía por largos períodos en reposo. “No me gustan las caminatas, pasé mucho tiempo en cama, no sé si eso me dejó el placer de estar en cama cuando debería haber sido lo contrario” aseguraba hace unos pocos años para una entrevista de Audiovideoteca de escritores.
Siendo una muchacha muy joven, después del fallecimiento de su mamá, Orpheé partió hacia Buenos Aires abandonando esta provincia casi de manera definitiva. Dejaba atrás de ella dos cosas que –según aseguraba concienzudamente en sus entrevistas- no le significaban un valor real. Su provincia, y su padre.
“El día que me fui de Tucumán fue el día más feliz de mi vida”, había asegurado al escritor Leopoldo Brizuela en una entrevista que le realizó en el año 2009. En otra ocasión, para Pagina 12 en una nota realizada por Silvina Friera, dijo: “Sabía que me había ido de Tucumán para siempre. Me hicieron falta los olores, los azahares de septiembre. Pero me quedé encantada de haberme ido porque era tan poco lo que te daba la gente. No era nada. Y estaba en un colegio que hubiera sido la representación de una futura generación de tontas. Mi madre, que era un ser tan virtuoso, me falsificó los papeles porque quería que yo fuera un genio. Con Leda les poníamos animación, pero nos detestaban bastante”. El “colegio de tontas” al que se refiere, es El Huerto, y su amiga Leda, nada más y nada menos que Leda Valladares.
Si algo parece haber caracterizado a Orpheé a lo largo de su vida, es su poco interés por caer bien o por tener dichos políticamente correctos. Este es, quizás, uno de los motivos por los cuales no goza de mayores reconocimientos o fama en el Jardín de la República. Jardín que “No es el paraíso terrenal” para Elvira.
Soledad Martinez Zuccardi, estudia intensamente la obra de esta escritora tucumana hace algunos años. Y es ella quien encuentra a través de distintos trabajos y artículos periodísticos cierta caracterización de Elvira en los escenarios de sus novelas, en donde si bien Tucumán no es mencionado nunca como tal, es la evidente locación en donde transcurren historias como ‘Aire tan dulce’ o ‘Dos veranos’. En ambas novelas, las ciudades que habitan los protagonistas están hermanadas, según explica Martínez Zuccardi, por el tedio, la monotonía, el aburrimiento.
La escritora tucumana es autora de cinco libros, las cuales han sido mucho más estudiadas en el ámbito de las letras muy por fuera de Argentina y de Tucumán: Aire tan dulce, La muerte y los desencuentros, Caigo del Cielo, Dos veranos, y la última conquista del Ángel, y de tres grandes cuentos, Su demonio preferido, Las viejas fantasiosas y Ciego del cielo. Se casó con el pintor Miguel Ocampo y tuvieron tres hijas.
Fue una de las pocas tucumanas que vivió la bohemia experiencia de vivir en la Europa (primero en Paris y luego en Roma) de los años 60 a través de su arte, su profesión. Aquí frecuentó a colegas del tinte de Octavio Paz, Julio Cortazar, o Alejandra Pizarnik, reveló Martínez Zuccardi para La Gaceta recientemente.
Existe un cierto revisionismo sobre Alejandra Pizarnik, que parece convertirla en una poetisa cada vez más y más popular, fundamentalmente en las mujeres. Alejandra y Elvira tenían una fuerte amistad. “A Pizarnik la unió una amistad en parte fundada en el humor (jugaban a los ‘cadáveres exquisitos’ y proyectaban con espíritu festivo libros que nunca escribirían), y además en un cierto modo de vincularse con el mundo y con la escritura. ‘Nos alimentamos mucho, la una a la otra, hasta el día de su muerte’, confiesa Orphée en una conversación con Leopoldo Brizuela” escribió Soledad M. Zuccardi para conmemorar los 100 años de la escritora.
La adolescencia se figura para muchas personas como una época de eterna melancolía. Una melancolía que, a quienes miran esa edad desde lejos, les cuesta comprender. Existe en esta escritora de apellido francés una cierta melancolía juvenil que parece haber abrazo con fuerza hasta el último de sus días, ya muy cercanos a los 100 años. Ese enojo innegociable, amor intenso, los reclamos sin dueño, y muchas contradicciones con esta provincia, son quizás las cuestiones que generaron que hoy seamos pocos –poquísimos- los tucumanos que conozcamos el nombre y la obra de esta fémina que, sin duda alguna, apenas comienza a dar que hablar en la historia de las mujeres escritoras de Tucumán.
Alejandra Pizarnik se quitó la vida a la edad de 36 años, un lunes 25 de septiembre de 1972, después de admirar la muerte con una fascinación casi de manual. Horas antes de eso, había hablado con su amiga Elvira. Junto con la muerte trágica de la poeta, nacía el mito y su fama. El día antes, Orpheé la había visitado, sin notar el escenario de mujer de vida ordenada y tranquila que le había pintado su cómplice de las noches parisinas. Inclusive, repasaron el capítulo de un libro en ejecución, juntas. La tucumana se volvió parte del mito, al haber sido una de las últimas personas que la vio con vida. La hermana poeta. La socia en la melancolía.
A pesar de que Elvira decía no querer esta provincia, lo cierto es que nunca dejó de engalanar sus recuerdos con el aroma de los azahares. Tampoco dejó de crear héroes y heroínas inspirados en las hostilidades que se viven en estas tierras. Estos héroes compartieron en sus historias la misma poética que encierra Tucumán, una provincia en donde a mediados de los años 50 se vivía como ciudad y como pueblo de manera simultánea. Un poco hoy también. Y nuestra escritora estrella lo sabía.
Se alejó, pero su mirada parece nunca haber dejado la "tucumanidad" necesaria para interpretar el mundo. Hoy la recordamos, la revisamos de a poco, nos acercamos a ella y a la vez nos alejamos para entender, cómo esa necesidad de distanciamiento, es lo que te transforma en la raíz más grande y fuerte de todas, una raíz fuerte que llena de orgullo a cualquier tucumano que sepa que de aquí fue catapultada a la eternidad literaria.