Llegan de distintas latitudes con la ilusión de progresar a través del estudio. Los sacrificios, el desarraigo, los kilómetros de rutas haciendo dedo y las carencias en el camino a un título universitario: "Iba en ese bolso mi proyecto de vida".
Imagen ilustrativa.
En el norte del país, en cada ciudad del interior del interior, hay alguien que arma su bolso los domingos para ir a estudiar a San Miguel de Tucumán. Desde que se creó la Universidad Nacional de Tucumán en 1914 a manos de Juan B. Terán, ir a estudiar a la capital tucumana ha sido un sueño recurrente en miles y miles de estudiantes del interior de nuestra provincia y de las provincias vecinas. Hoy es domingo por la tarde y alguien en Aguilares está armando su bolso para ir a estudiar a la capital provincial.
Desde entonces entrevistó personalmente o por WhatsApp, por Facebook para que me hablen de lo que significó para ellos armar ese bolso para ir a estudiar a San Miguel de Tucumán. Descubro que conozco a mucha gente que intentó estudiar en la capital de nuestra provincia. Porque la valija es para un viaje largo, un viaje de avión como los de Lionel Messi o Hernán Caciari y este texto es sobre un viaje corto, que dura una semana, dos, un par de meses como mucho. Pero es un gran viaje para aquellos que lo emprenden porque no volverán a ser los mismos.
Roque, Arquitecto egresado de la UNT, hijo de un padre comerciante y de una madre maestra, me dice:
- Me has hecho recordar de esos viejos tiempos cuando le pregunto que significaba armar el bolso para ir a estudiar a Tucumán. Significaba un momento muy deprimente, domingo a la tarde-noche empezar a preparar la partida, yo viajaba los lunes a las cinco de la mañana, irme el domingo era más deprimente.
- ¿Por qué era horrible? - le pregunto.
- Dejar la comodidad de la casa, enfrentarse a las exigencias de la facultad, levantarse al alba- me contesta detrás de su escritorio en el aula de la escuela donde trabaja. Roque es oriundo de Concepción.
Roque junto a su familia
Mónica es docente de Inglés tiene ahora su computadora frente a los chicos en clase, están haciendo un Trabajo Práctico. Hija de un obrero del ingenio y de una madre maestra. Ella es de Aguilares:
- “Poder ir a estudiar en la UNT no era accesible para todos en los noventa. Hacer el bolso era prepararme para ir en busca de mi gran oportunidad, aprovecharla. Iba en ese bolso mi proyecto de vida, por eso lo hacía con mucha esperanza, determinación y alegría. Como hija de obrero de ingenio y una maestra rural, poder vivir en capital para estudiar y obtener el tan ansiado título, era de tremenda trascendencia. Ir en busca de aquello y de lo desconocido, sin duda, era motivante, emocionante y desafiante a la vez. Podía estar un mes sin volver a Aguilares, disfrutaba mi autonomía e independencia. Elegía gustosa cargar mi bolso en busca de mi proyecto de vida”.
- ¿Cómo era eso de armar el bolso?- le preguntó.
- “Armar el bolso era un ritual cuidadoso, que hacía con tiempo. No me ayudaban, ya era muy independiente con eso. Solo me acercaba ropa limpia y planchada, o algunos comestibles que podía embalar. Solo yo sabía qué era útil llevar y qué no. Mi bolso era siempre pesado”, cuenta mientras se ríe. “También llevaba y traía apuntes. Siempre me acompañaban”, remata.
Siempre viajaba sola. Pocas veces en colectivo.
- ¿Valió la pena armar ese bolso?
- Siempre, mi presente y todas las oportunidades que tuve dependieron, en gran medida, de las ganas, esperanzas y expectativas con las que armaba ese bolso.
Mónica haciendo el bolso.
Raúl es profesor de Geografía y es de Aguilares. Hoy lo entrevisto a través del WhatsApp.
- ¿Qué era para vos armar el bolso para ir a estudiar a San Miguel?- lo interrogó.
- Para mí era una gran responsabilidad pensando en el futuro de uno. No todos mis amigos tenían esa posibilidad. Al principio había incertidumbre, pero después, con el tiempo, era una costumbre. Llevaba lo necesario para una semana nomás porque volvía casi todos los fines de semana.
- ¿Valió la pena?
- Sí, valió la pena armar ese bolso porque a la larga me brindó una profesión.
Pedro, Arquitecto egresado de la UNT, él es hijo de un padre comerciante y de una madre maestra, es oriundo de Concepción.
- ¿Qué significaba armar el bolso para ir a estudiar?- le pregunto a través del WhatsApp.
- Significaba mucho sacrificio dejar la familia para estar solo en Tucumán. Armar el bolso era poner la poca ropa que tenía, apuntes y algo de mercadería para la semana. Siempre estuve en pensiones muy modestas, paredes de bloque, puertas de chapa, piso de cemento, techo de chapas usadas y cielorraso de Telgopor… Un calefoncito eléctrico en el baño, sin agua caliente, y una cocina viejita compartida, como el baño. Las piezas estaban en la parte de atrás de la casa, accedíamos por un pasillo y ahí en el patio trasero estaban las tres piezas.
- ¿Qué significó para vos encontrarse en una ciudad nueva, desconocida? le hago otra pregunta.
- Angustia y miedo al principio, adaptarse, que nadie pregunta ni se preocupa por el otro. El vértigo de los viajes en el 17, en el 9 o en el 18. Hasta el moño los colectivos.
Con Mónica Arancibia, es hija de una madre empleada de comercio y de un padre viajante, estamos juntos en la escuela. Es momento del recreo y aprovecho para preguntarle qué era para ella armar el bolso.
- Yo lo relaciono con un sentimiento de angustia. Me costaba irme los lunes… Era duro, me gustaba estar aquí (Aguilares), me sentía más segura, acompañada, tranquila. En Tucumán era aprender a vivir sola, era muy mamera. Era duro viajar por el hecho de ir de un pueblo chico, acostumbrada a la contención a estar sola, valerte por vos misma, la rutina, la responsabilidad de levantarte temprano, ir a clase, estudiar… No había nadie que te esté empujando a hacerlo. Era aprender a hacerlo sola. Ahora creo que hay algo clave: todo lo difícil vale la pena, de a poquito, fui encontrándole el gusto.
- ¿Valió la pena armar ese bolso? le pregunto al final.
- Valió la pena por las oportunidades que me dio armar ese bolso, significó salir de mi círculo más íntimo, abrir mi horizonte, esas oportunidades son únicas.
Suena el timbre y volvemos a las clases.
Mónica Arancibia.
Julio es profesor de Educación Física, hoy tiene un gimnasio en pleno centro de Aguilares. Su madre era empleada doméstica.
-¿Qué era para vos ir a estudiar a San Miguel de Tucumán?- le preguntó
– Me costaba mucho viajar, mi mamá era empleada doméstica, no tenía para el boleto, se llegaba como podía, muchas veces, a dedo y con un vecino que iba al Mercofrut a comprar verduras. Vivía con una tía a cuarenta cuadras de la facultad, estudiaba arquitectura en la UNT, mi tía me bancaba comida y cama, una genia mi tía, más allá de los pocos recursos que pude tener no le ponía mucho de mi y me volví. Volví al año siguiente rebelde a estudiar Geología en el Lillo, vivía con mi hermano y sus cuñadas… éramos muchos en un departamento. No me fue bien así que me volví y estudié Educación Física en el Instituto de Enseñanza Superior de Aguilares.
- ¿Cómo era armar el bolso?- le hago otra pregunta.
- Lo armaba una hora antes de viajar. Allá en Tucumán jamás lo desarmaba. Amaba y amo mi ciudad, un ejemplo de eso es que jamás me quedé un fin de semana allá.
Alberto es Licenciado en Higiene y Seguridad, hoy trabaja en una empresa privada. Antes estudió Abogacía en la UNT. Su padre era mecánico y su madre comerciante.
- Los domingos se volvían duros porque había que dejar tu ciudad para ir a enfrentar los estudios que era el futuro, dejar los amigos, el deporte y la familia.
- ¿Armar el bolso? - le pregunto.
- El clásico era la ropa abajo, elementos de limpieza e higiene a los costados y la comida para la semana en una caja, si tenías suerte ibas en un pirata, sino amontonado en el colectivo.
- ¿Un viaje que recuerdes? - pregunto.
- El primero que hice sin saber dónde quedaba el departamento, le di la dirección al pirata, al bajar y ver el edificio de doce pisos que, para mí, era enorme y la adrenalina de no saber qué me iba a deparar el destino.
Adrián trabaja como licenciado en kinesiología, pero antes estudió el profesorado de Educación Física en la UNT. Hijo de una maestra y un empleado bancario.
- Era atípico, yo tenía clase de gimnasia a las ocho de la mañana. Era la materia más difícil, lo que significaba que tenía que levantarme temprano para llegar a San Miguel de Tucumán, el armado del bolso lo hacía el domingo a la tarde, ahí empezaba el qué tengo que llevar para mañana, el shock psicológico. Por otro lado, el fin de semana era corto, a esa edad uno se desespera por estar con los amigos, te tenés que volver a vivir toda la semana en otro lado…Era un poco triste por ese lado.
- Por qué educación física
- Yo estaba en la selección de vóley del colegio, en el seleccionado de fútbol y en el seleccionado de básquet, así que eso me impulsó a estudiar Educación Física.
Se recibió de profesor de Educación Física y decidió estudiar Kinesiología en Córdoba que era el único lugar más cercano donde se dictaba la carrera por entonces. Él siguió armando su bolso para seguir estudiando.
- ¿Cómo era armar el bolso para ir a Córdoba?- la última pregunta que le hago.
- Era más triste porque pasaban tres meses sin volver, y cuando volvía eran dos días o tres más el viaje, porque, si te quedabas más tiempo, tenías la presión de las materias que te estaban esperando, por eso cuando volvía era por poco tiempo.
Adrián se recibió y hoy trabaja en Aguilares.
Estos estudiantes eligieron seguir viviendo en su tierra natal, ninguno se pudo quedar en la gran capital tucumana, la vida o el destino los trajo de vuelta a su tierra. En cada una de estas experiencias está el viaje; el viaje de aprendizaje, ese tipo de viaje que nos cambia la vida. Estudiar sigue siendo una lucha constante para miles y miles de personas en el sur de Tucumán y de las provincias limítrofes que ven en el título universitario la posibilidad de una vida mejor. Vivir allá es costoso y poder terminar una carrera universitaria requiere más de cinco años con un gasto constante. También están las diferencias entre el nivel secundario y el universitario que queda claramente expuesto al ingresar al último nivel. Y, desgraciadamente, sólo los que tienen para seguir estudiando son los que terminan.
Estudiar sigue siendo un acto revolucionario, capaz de cambiar un destino marcado por la pobreza. Hoy es viernes preelectoral y a esta hora los chicos regresan a sus casas con el bolso lleno de ropa para lavar, traen sus historias de la semana que contarán en la ronda de amigos. Es viernes de amigos porque esa es la edad de los amigos, de esos que nos van a buscar en la casa para salir, caminar, ver los pequeños cambios de la semana, Parece que van a inaugurar un nuevo bar en Aguilares y eso es pura novedad para el que vienen de su viaje de estudios, una semana no es nada, lo sé, pero créanme que para los que están afuera es un tiempo largo, de extrañar a los seres queridos, que ese estar lejos es lo que les permite ver esos pequeños cambios que para nosotros, los que nos quedamos, son insignificantes. Para ellos los estudiantes que regresan son grandes cambios.
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Los de más allá, los que hacían viajes más largos; los que toman dos o tres colectivos para llegar, con bolsos más pesados. Los que se quedaban semanas, meses, sin volver a casa. Algunos armaron el bolso y nunca más dejaron de armar bolsos para ir y venir de su tierra a nuestro San Miguel de Tucumán.
Andrea. Las Estancias, Catamarca. Hija de agricultores. Profesora de Letras de la UNT.
- Que lastima que no pueda poner a mis padres en mi bolso- dice Andrea cuando la entrevisto a la distancia por Facebook, sobre la experiencia de armar el bolso para ir a estudiar.
- ¿Qué llevabas en ese bolso? le pregunto para ponerla en sintonía.
- El primer bolso que armé fue casi inconsciente, quería estudiar así que me traje unas cosas simples. Ropa, calzado y un diccionario. Mi carpeta de lengua del último año del secundario por si algo de ahí me era útil para estudiar Letras en la facultad. El tiempo me enseñó cómo iban a doler esos ratos de armar para venir; para volver. La mayoría de las veces no quería hacerlo, necesitaba más horas, más días, pasando dos meses regresaba a mi casa. A la hora de armar el bolso, mi mamá iba eligiendo pan, mermelada, fideos, milanesas que congelaba para que lleguen bien. Yo buscaba piedritas del río, un cactus. Lo mío era más traer algo de la montaña para que me acompañe en la ciudad.
- ¿Ya se acostumbró a la ciudad? me decían los vecinos cada vez que volvia a mi pago.
- Que no, que nunca lo haría. Les contestaba.
- Ya es más tucumana usted. Me decían los vecinos de Las Estancias.
- No soy bien catamarqueña. Les respondía cada vez que volvia.
Tenían razón, puesto que la mayoría del año permanezco en Tucumán. Pero me niego a decir eso en voz alta.
- ¿Cuando armabas el bolso para viajar? le pregunto.
- La hora de armar el bolso era la más fea. Siempre me mantuve estoica, firme. Sonreía y hacía bromas con mi papá. Los abrazaba a los dos y los saludaba. Les agradecía y quedaba comprometida en avisar cuando llegara. Bastaba subir al auto rural, colectivo, camioneta; bastaba salir de sus ojos para abrir el mundo de tristeza que me ahogaba. No quería que ellos lloren así que tenía cuatro horas de viaje para consolar mi alma y llegar bien a la otra casa. Fue mi elección viajar. No sabía que el viaje iba a durar tanto. Venir a estudiar era un gran desafío, aún lo es. Implica sacrificio, pero no sólo por las horas dedicadas a la carrera sino por las horas que ya no se comparten con la familia. Hay algo mágico y sin sentido al abrir ese bolso porque las cosas que vinieron tienen un toque extraño; parecen recién descubiertas. ¡Pero si las viste cuando las guardabas! No. Ahora huelen distinto. O será que acá el aire es diferente y todavía hay solcito de la montaña en tus cosas. Todavía hay aroma a peperina y al río. La campera tiene la voz de la abuela y textura de verano. Desarmar el bolso es conmovedor también. Es un rato más que te regala la vida para abrazar tus afectos: mientras te comes la pizza casera que trajiste, es fácil verlos sonreír cerca del horno y preparar unos mates hasta que esté el almuerzo. Una se armó y se desarmó como el bolso mismo. Llevamos y traemos. Así voy y aún no puedo regresar.
Gilda, Talavera, Provincia de Salta. Estudiante de Letras en la UNT
- ¿Qué era ir a estudiar a San Miguel de Tucumán? le pregunto a través del Whatsapp.
- Es más difícil cuando no cuentas con muchos medios económicos, ahí radica la diferencia de otros que vienen con muchas facilidades, sobre todo, comodidad. En mi caso, primero un alma cargada de sueño, esperanza, optimista, sin miedo a nada, solo el de superarse en la vida. Y de pronto, llegás a la realidad y te encuentras en otra provincia, con una sociedad diferente, con una idiosincrasia totalmente opuesta a tus valores y debés enfrentar eso y, a veces, un poco de discriminación, suele pasar, entonces hacés grupos con tus paisanos y otros estudiantes o compañeros de pensión de otras provincias. Te adaptas, eres joven, nada te detiene ni te afecta, si hace falta buscás laburo y, cada tanto, la vuelta a casa, las bienvenidas y las despedidas, la vuelta a la city, el crecimiento personal en todos los aspectos, a veces, se logra, a veces no. En la ciudad hay muchas tentaciones de las cuales muchos compañeros no pueden escapar. Pero los que somos de pueblitos del interior estamos criados de otra manera, le gambeteamos a todo, incluso a los malos momentos, a los fracasos amorosos. Sabemos que las tormentas pasan y la calma regresa, sabemos que el camino es uno, que el objetivo es único y que cada día te fortaleces más, que es lo que nos ayuda a continuar y cumplir con tantos sueños que vienen en nuestra mochila.
Gilda en la facultad de Filosofía y Letras.
Yumbel, El Bolsón, Provincia de Río Negro.
- ¿Qué significó venir a estudiar a San Miguel de Tucumán? le pregunto.
- Cambiar de aire, empezar en un lugar en donde no sepan de tus errores pasados. Significó sueños, proyectos y también significa todo lo que uno deja. Estar en una gran ciudad tiene sus ventajas, sos invisible, porque en las ciudades chicas no sos invisible.
- ¿ Qué te ayudaba a terminar de armar el bolso?- le hago la última pregunta.
- Creo que lo que te ayuda a terminar de armar tu bolso son los sueños.
Pamela, El Mojón, Santiago del Estero, hija de madre quesera y un padre pastor de cabras. Es estudiante de Letras en la UNT.
- ¿Qué era para vos armar el bolso para ir a estudiar a San Miguel de Tucumán?
- Armar el bolso para mí era juntar ropa que me daban mis hermanas y mi mamá, acomodar en cajas la mercadería que mi mamá cambiaba por quesos de campo (nosotros le decíamos queso criollo) en los almacenes de la zona. Cuando mi mamá ya no vivía, juntábamos la plata con mi hermana Edith, la plata que ella ponía era de su producción de quesos y quesillos y mi plata era de lo que juntaba de mi trabajo en el supermercado de Nueva Esperanza. La primera vez que nos vinimos con mi hermano Adrián, vivimos en la casa de una tía en el barrio Ejército Argentino, allí nos prestaban una habitación, estuvimos tres meses. Después nos prestó una prima una habitación en el barrio Elena White. Era una habitación sin revoque y sin cielorraso. Cuando hacía frío, se llovía adentro. Tenía baño de letrina afuera, al final del lote. Allí estuvimos alrededor de un año hasta que mi mamá comenzó a cobrar su jubilación y yo comencé a trabajar de niñera y nos alquilamos un departamento modesto por la calle Lavalle al 1200.
- ¿De quién fue la idea de venir a estudiar a la Universidad? le pregunto.
- La idea de que estudiáramos siempre la tuvo mi mamá, siempre quiso que seamos "algo", cómo ella decía porque, a pesar de ser analfabeta, era una gran sabia. Siempre tuvo en claro qué era lo que quería para nosotros, el estudio, algo que para ella estuvo negado porque mi mamá era la mayor de 13 hermanos y en el campo desde pequeño ya tenés trabajo asignado, comenzás a "servir para algo". Mi mamá estuvo condenada a trabajar siempre, no fue a la escuela. Cuando debía ir, ya tenía que trabajar. Siempre contaba con orgullo que su oficio de quesera lo comenzó a ejercer desde los once años.
Hoy mis dos hermanos, Edith es maestra jardinera, Adrián es profesor en Matemáticas, ambos trabajan. Yo estoy a un paso de lograr mi objetivo de recibirme. Cuando llegué a la Facultad de Filosofía y Letras leímos una frase de un autor italiano que siempre me sirve de motivación, "scrivo per vendetta", parafraseándolo decía que escribía por venganza, porque toda su familia era analfabeta y tomaba a la escritura como un arma, como poder; poder decir lo que pensaba y creía.
Estudiar implicaba llevar cosas en un bolso, ropa, calzados, alimentos y dejar cosas, olores, sabores, paisajes que no entran, como el caso de Andrea que dice que si pudiera hubiera llevado a sus padres en ese bolso, para ellos, los de lejos, armar el bolso era más pesado, más doloroso. Y armar el bolso implica dejar personas, padres, madres, hermanos, lugares como nuestra casa, nuestro barrio, las esquinas tan importantes en nuestra juventud. Estudiar es también dejar un poco de uno para buscar nuevas cosas, conocer nuevas personas, nuevos lugares, y entrar en nuevas aulas, con profesores nuevos, aprender a tomar un colectivo, ganar un banco en la universidad pública, aprender qué es el centro de estudiantes, saber que si no estudiás nadie te va a decir qué tenés que estudiar, pero con el tiempo vas a aprender lo que es la vida académica…Lo mejor, los amigos que uno hace en los pasillos, en los bares, yendo de un lado a otro, buscando el lugar de tal o cual materia, llevando el banco… porque siempre faltan bancos.
Los hijos de obreros han llenado la universidad, llegan con bolsos, con cajas, con sueño de un largo viaje y pisan por primera vez una universidad, son los primeros de su pueblo perdido de la mano de Dios, sin asfalto, sin colectivos, sin cospel, sin tarjeta ciudadana. Están poniendo el pie en los adoquines, siguen, ponen el pie en las escaleras de entrada, siguen, ponen sus pies con barro en la mesa de entrada, siguen, ponen el pie en su primera clase. Están adentro, con sus ropitas nuevas para la ocasión, no saben qué les deparará la vida, solo saben que están ahí desafiando el hado maldito que los hizo hijos de trabajadores, luchando para seguir, con poco presupuesto, vendiendo quesos, cosechando papa, trabajando en ingenios. Sus ropas están con olor a campo, con olor a humo de sus cocinas a leña, con lecturas a mechero, sin hospitales, sin rutas de cemento, sin transporte. Pero siguen allí donde nadie los llama.
Estudiar sigue siendo un acto revolucionario. Es el sueño de muchos que lo han intentado. Y de muchos más que no han podido.