Sergio Farías fue uno de los tantos niños tucumanos que pasaron por el programa del popular payaso. La magia de la televisión, el conejo de premio que no recibió y un recuerdo traumático: “Me han secado con el qué tal yo”.
Cuando el recuerdo lo acecha, Sergio Farías vuelve a verse como aquel niño que fue. Aparecen algunas imágenes: la de su propio rostro reflejado en una pantalla; esa dislocación de estar del otro lado, en el territorio fantástico de la ficción. Regresan los olores: el que exudaba el maquillaje blanco todo transpirado del payaso; la máscara perpetua de Tapalín. Y unas cuantas sensaciones que aparecen casi palpables; como astillas perpetuadas en la memoria de un cuerpo, el suyo, que vuelve a la sorpresa de aquel día en que descubrió las entrañas de un estudio de televisión. Cuando Sergio se enteró el viernes pasado que había fallecido el payaso más popular de la provincia, fue un poco como el Coronel Aureliano Buendía el día que lo llevaron a conocer el hielo. Fue, de nuevo, ese niño de cinco años que fue a cantar a la tele para ganarse un conejo vivo y descubrió el secreto que se ocultaba bajo el traje del personaje.
Eran los años de esplendor del cantante Pablito Ruiz y a Sergio le gustaba mucho su look: pantalón blanco entallado, camisa con el cuello abierto y el jopo un tanto rebelde. Por eso, cuando se le presentó la oportunidad, no dudó en cantar uno de sus temas. De yapa, se despachó con “La muralla verde” de los enanitos del mismo color. Por entonces, el payaso Tapalín recorría con su show las distintas barriadas populares de la provincia y esa tarde en que estuvo en el Barrio Centenario para Sergio sería consagratoria. “Me acuerdo que me llevaron y canté, pero ahí no te daban premios. El premio era ir después al programa de televisión”, rememora el hombre de 42 años.
Como se había destacado con ese par de canciones en vivo, se ganó una especie de boleto de Willy Wonka para conocer la fábrica de chocolate. En realidad, su equivalente autóctono: la posibilidad de cantar en televisión en el programa del payaso Tapalín. Era cruzar el umbral para pasar del otro lado de la pantalla. Además, si hacía las cosas bien, de ahí sí se podía volver con un premio a la casa: “Te regalaban un conejo vivo, ese era el premio más top que había y yo quería mi conejo de regalo”.
“Lo que más me ha sorprendido es estar en la televisión. En el barrio no había mucha gente que tenía tele en su casa y entrar y ver cuatro monitores que colgaban del techo, era decir ‘fuaa acá tienen televisores colgados’. También todas las luces que había…Eso es lo que más me ha quedado”, cuenta sobre el impacto que le generó conocer el estudio de Canal 10. Para Sergio fue un episodio que marcó su infancia, pero que también tuvo repercusiones entre sus compañeros y amigos del barrio. Después de todo, iba a estar en la televisión, en ese mundo que habitaban El Zorro, Superhijitus y El Chapulín Colorado y al lado del mismísimo Tapalín: “Era todo un suceso, todos me decían: ‘eh, vas a estar en la televisión’. Después, fue una gastada que me hicieron durante mucho tiempo, me decían: ‘¿Qué tal yo?’… Me han secado con el Qué tal yo”.
Foto tomada del grupo de Facebook A mí de pequeño me traumó el Payaso Tapalín.
Estaba todo listo. Papá, mamá y abuelos en el estudio y los changuitos del barrio pegados a la pantalla para ver a su amigo. “Yo era miembro del Club de la Manzana que era algo que tenía Canal 10 para los chicos. Todavía tengo por ahí el carnet”, comenta Sergio que ese día se volvió a lucir con su interpretación de “La muralla verde”. Fue el ganador del concurso, según recuerda, pero luego de su victoriosa participación, llegó la primera de las decepciones de la jornada: “Fui y gané, pero nunca me dieron el premio. Yo quería mi conejo, era lo único que quería. Una manzana acaramelada es todo lo que me dieron”.
“Ese día fueron dos grandes traumas los que viví. Primero, no me dan el premio a mí y se lo dan a otro changuito que no había cantado ni nada. El segundo fue cuando terminé de cantar y, por una puerta que estaba abierta, vi un muñeco tirado sobre un cajón…Era el muñeco del ventrílocuo que no tenía vida. Fue muy fuerte”, comenta. Sergio hace memoria y recuerda que ese día se había presentado en el programa el famoso ventrículo Míster Chasman junto al aún más famoso muñeco Chirolita. La ficción comenzaba a mostrar sus precarios artificios y la magia se desvanecía.
A sus precoces cinco años, había algo que lo intrigaba del payaso Tapalín y era la singular forma de su típico traje con los bolsillos salidos hacia afuera. Cuando lo tuvo al alcance de la mano al fin pudo revelar el misterio: “Yo quería entender por qué tenía la cintura tan ancha porque tenía una forma que era como un cono. Me acerqué y ahí descubrí que adentro tenía un alambre que le daba esa forma”.
“Había varios chicos que le tenían miedo, pero era bueno, a mí me gustaba. Siempre lo vi como Tapalín, él cuidaba ese detalle de no salirse nunca del personaje. En ese momento de la infancia para mí ha sido algo mágico ir a la televisión y salir en el programa. Más allá de que no me hayan dado el premio, era conocer la magia de la tele y era algo como wow, realmente muy loco”, destaca Sergio de aquella experiencia televisiva.
Acaso por esa imagen infantil del payaso que era todo el tiempo payaso, una vez que creció le costó imaginar al hombre detrás del personaje. Un tipo que, descarnado del ornamento de la ficción, pasaba por uno más del montón. “Me acuerdo que me decían ahí va Tapalín y lo veía pasar en una C90 roja cargando una bordeadora para cortar el pasto. En mi cabeza, trataba de imaginármelo con el maquillaje y me costaba un montón. No creía que era él”, recuerda.
El viernes pasado, los medios anunciaban el fallecimiento a los 79 años de César Quiroga, el hombre que supo encarnar a Tapalín, y Sergio recibió la noticia con una inevitable reminiscencia a aquel día en que fue parte de su programa: “Sentí mucha nostalgia. Me ha llevado a esos años de la infancia”. Cada vez que vuelve a encontrarse con ese niño que fue, el payaso de la tele sigue ahí. Tapalín está vivo y todavía le debe un conejo, aunque hace ya tiempo que le ha perdonado la deuda.