Historias de acá

Corazón de boxeador: dos guerreros peleándole al destino

Esta es la historia de dos tipos que se muelen a piñas arriba de un ring para cumplir su sueño de brindarles un mejor futuro a sus familias. Lee la crónica y mirá el microdocumental.

14 Ago 2022 - 21:30

Frente a frente. Todas las imágenes son fotogramas del microdocumental. Cámaras: Álvaro Simón Padrós y Marcos Arias.

Es el llamado del destino que llega de afuera como un rumor informe, mezcla de canto de sirenas y gritos ansiosos de tribuna, de reflectores incandescentes y brumas parrilleras, de espectáculo y encrucijada existencial. Adentro, en los vestuarios del club Defensores de Villa Luján, dos hombres se mueven en círculos erráticos como fieras enjauladas. La atmósfera está viciada por el olor del átomo desinflamante y no hay palabras, sólo el siseo de la piel sintética de los guantes cortando el aire, golpeando, trazando parábolas ávidas de piel, de carne, de sangre. Apenas un simulacro antes del ruido que hace el hambre cuando impacta la piel, la carne, la sangre y tiembla en los huesos. Alguien vocifera una arenga. Es el momento. Afuera, la noche del viernes es tensa expectativa.

En instantes, cada uno por su lado, Ezequiel “Danger” Casalicchio y Sergio “Beco” Vega transitarán el camino que antes recorrieron Carlos Monzón, Horacio Accavallo, Nicolino Locche, Horacio “La Pantera” Saldaño, Jorge “Locomotora” Castro, Juan Martín “Látigo” Coggi, Reggie Johnson y Emilio Ale Alí, entre otras glorias que han regado con su sudor y su sangre esta arena colmada de añejos recuerdos y eternos fantasmas; ecos espectrales que acaso resuenan en esta gritería excitada y difusa.

¿Pensará quizás Casalicchio en Emiliano, Leonel y Ezequiel, los tres hijos que lleva tatuados? ¿En Rocío, su esposa? ¿En Mónica Ángela, su madre que ya no está, pero siempre lo protege? ¿En la casa que ansía comprarle a su familia? ¿Qué película correrá por su cabeza ahora? ¿Pensará en Vega, en las manos hirientes de Vega, en los flancos que deja Vega en su defensa? ¿Pensará en su propia historia? ¿En el futuro? ¿En eso que llama destino?

¿Pensará tal vez Vega en el apellido tatuado en su puño derecho, la mano que puede darle la victoria y forjarle un mejor porvenir a los suyos? ¿En Bianca y Renata, sus hijas pequeñas, sus angelitos? ¿En una bolsa que le permita reparar el techo de su gimnasio, ese que le voló una tormenta? ¿Pensará en las indicaciones de su entrenador, en cómo dañar a su rival, en el éxtasis del árbitro levantándole el brazo al final de la pelea? ¿Pensará en su propia historia? ¿En el futuro? ¿En eso que llama destino?  

Sonará la campana y 2 minutos y 24 segundos después habrá dos hombres, uno lanzando una andanada de golpes y otro contra las cuerdas; uno vencedor y otro derrotado. Adentro, la satisfacción y el dolor. Afuera, tendrán que seguir peleándola.

 

*****

Faltan unos días para la pelea y, en el corazón del barrio Villa Luján, el gimnasio de Miguel Nasul es el escenario donde Ezequiel Casalicchio guantea con “El Perro” Gambarte. El sol de la siesta que se filtra entre el techo y la pared rebota en los cuerpos sudados y tatuados. Las pieles brillan, resplandecen, tras la película líquida que los cubre. Los gritos con las indicaciones del entrenador se entreveran con las respiraciones agitadas y la conversación de los guantes en su roce constante con otros guantes y con los protectores. Ezequiel interrumpe las combinaciones de golpes sólo para buscar algo de aire que no siempre encuentra. Llevaba más de cinco meses sin entrenarse cuando decidió volver a boxear y pesaba más de 118 kilos. El día del pesaje de la pelea, la balanza arrojará 88 kilos con 800 gramos. Casi 30 kilos bajados a fuerza de correr todas las mañanas por la plaza San Martín y las cuadras que rodean al gimnasio. A fuerza de una rutina rigurosa acompañada de una dieta estricta. A fuerza de sacrificio como motor para impulsar su sueño. Nasul dice basta y Casalicchio resopla como un toro para confirmar que está vivo. Y está de vuelta.

“Es mucha dedicación, hay que ser un atleta. Yo había subido mucho de peso, lo que tengo es conducta… no tomo, no fumo, no me drogo… nada de eso. Entonces eso me ayuda a la hora de volver y creo que volví con un objetivo puesto en lo que soy y en lo que puedo llegar a ser. Creo que estoy en mi mejor momento. Volví con todo, veo una foto mía de hace siete meses atrás y me veo ahora y soy otra persona”, comenta el boxeador de 33 años que nació en la ciudad de Rosario y se afincó de muy pequeño con su familia en Tucumán.

Ezequiel tuvo una infancia marcada por las carencias y el sacrificio. Fue el primero de siete hijos y tuvo que dejar la escuela a los 12 años para trabajar y ayudar a su familia. Creció con bronca por la realidad que le tocó vivir, pero encontró en el boxeo una forma de canalizar esa violencia. También, una vía de superación personal: “Por la vida de uno…es como que uno se vuelve muy temperamental. A la primera de cambios, siempre quiere ser agresivo por la vida que le ha tocado y me peleaba jugando a la pelota… una patada y problemas así. Pero una vez que empecé a hacer deporte me di cuenta de que, de alguna manera, era superior a los demás por el hecho de hacer un deporte de contacto. Entendí que no servía salir y pelear en la calle con nadie. Eso me marcó la diferencia para ser lo que soy ahora”.


seguí leyendo

las más leídas