Hoy se inaugura una muestra “Dardito, de Hileret a la ciudad. Imágenes del viejo Tucumán” que reúne 30 oleos donde Dardo Leoncio Orquera traza la fisonomía antigua de la ciudad: “Puede ser considerado como un fotoilusionista”.
Trazos de una provincia que no conocimos
Las calles con adoquines, las vías del tranvía, los carros a caballos y algunos autos que animaban el paisaje urbano de San Miguel de Tucumán antes de que comenzaran a construirse edificios en altura. Esa es la ciudad que trazan las pinceladas de Dardo Leoncio Orquera que podrán disfrutarse a lo largo de todo este mes en el Centro Cultural Virla (25 de mayo 265). La muestra “Dardito, de Hileret a la ciudad. Imágenes del viejo Tucumán” reúne 30 óleos del artista que tienen a ese Tucumán antiguo como protagonista. Hoy a las 20 se inaugura la exposición con entrada gratuita y el evento contará con la participación de la artista Susana Bollati , Fabián Castro y Susana Ale. También se proyectará el corto audiovisual “Crónica en colores de un viaje primordial” de Fabiola Orquera.
Las obras de Dardo Leoncio Orquera (1931-2016) están basadas en fotografías de Tucumán antes de la construcción de edificios de altura. A través del fotorrealismo, el paisajismo urbano, cierto minimalismo y la frescura de la mirada del niño que fue, Orquera nos traslada a lugares de nuestra ciudad que fueron emblemáticos.
En la reseña realizada por su hija Fabiola Orquera, la investigadora y docente destaca el periplo vital y artístico de Dardo. Según el texto, el pintor fue músico, ensayista, fotógrafo y paisajista. Hijo de Leoncio Miguel Orquera y Limbania Peralta, nació en Concepción, Tucumán, el 23 de enero de 1931. Siendo niño vivía con su familia en Villa Hileret y pasaba los veranos con su abuelo, Werthel, en Alpachiri. A los seis años le regalaron una armónica y se perdió por varias horas, hasta que lo encontraron en un circo de gitanos, tocando canciones para un público embelesado que lo cubría de caramelos.
Poco después, su familia se mudó a la capital de la provincia, lo que significó el encuentro con la ciudad donde adoquines, casas bajas, carretas, algunos autos y tranvías resplandecían bajo la luz amplia del cielo. De adolescente estudió en la Escuela Normal, donde se integró como guitarrista al conjunto de folklore dirigido por su profesora Edna Herrera. Al egresar, con el título de Maestro normal, a los dieciséis años, Dardo trabajó como docente y director en Los Herrera y Los nogales, donde vivió solo por largos períodos en los que leía y departía con la gente del lugar.
En 1963 se casó con Yolanda Racedo, nacida en Monteros y conectada por lazos familiares con la villa turística de San Pedro de Colalao. El primer hijo del matrimonio, Dardito, falleció a los tres meses; poco después el nacimiento de sus hijas -Constanza y Fabiola-, ayudó a los padres superar el dolor padecido. Entonces Dardo estudiaba Letras en la Universidad Nacional de Tucumán y al egresar, en 1965, comenzó a trabajar como docente secundario y como maestro en una escuela nocturna, sin abandonar la ejecución de la guitarra, sobre todo, en los veranos en San Pedro, donde ganó una copa en un festival.
En los sesenta compró una ampliadora para revelar fotos en blanco y negro y, ya en 1976, se anotó en la tecnicatura en fotografía de la entonces Escuela de Artes de la UNT, carrera que terminó en 1978.
La formación de Dardo en el campo del arte se remonta a su adolescencia, cuando comenzó a comprar publicaciones sobre el tema. Admiraba a impresionistas y fauvistas, a los argentinos Benito Quinquela Martín y Cándido López -de quien tomó, quizás, la construcción minimalista de sus personajes- y a los paisajistas tucumanos Timoteo Navarro, Osorio Luque y Luis Lobo de la Vega. Al jubilarse, a fines de los ochenta, comenzó a asistir a los talleres de María Eugenia Aybar y, más adelante, de Susana Bollati. Ambas le brindaron notables conocimientos técnicos que él imbricó con sus lecturas, la búsqueda de fotografías históricas –coleccionaba las notas de Carlos Páez de la Torre- y sus propia “tomas”, todo lo cual se conectaba a la persistencia de su mirada de niño admirado por los múltiples tonos del aire. Así, puede ser considerado como un “fotorrealista” o, más bien, un “fotoilusionista”, en cuanto conectó la imagen fotográfica a la ingenuidad de los recuerdos de infancia e incluso extendió esa forma de percibir su entorno a registros de principios de siglo.
Dardo Orquera tuvo la oportunidad de mostrar parte de sus obras en exposiciones colectivas e individuales realizadas en la Caja Popular, la Federación Económica y el Teatro Alberdi, hasta que dejó de pintar en 2011. Al fallecer, el 18 de agosto de 2016, dejó un nutrido archivo fotográfico, algunos ensayos, un registro de interpretaciones propias en guitarra y aproximadamente sesenta obras: marinas, misceláneas, siete recreaciones gauchescas, y treinta y siete imágenes del viejo Tucumán, generadas entre el 2000 y el 2010.
En este sentido, podemos decir que esta serie que se exhibe constituye su legado y que él puede ser considerado como un paisajista urbano que conoció y representó una ciudad que no pudimos ver: aquella de casas señoriales, nubes imponentes y calles de adoquines surcadas por tranvías.