HISTORIAS

"Me enseñó mi abuela": cinco tucumanas confiesan el secreto familiar detrás de un oficio ancestral

De las abuelitas no solamente se heredan bienes materiales: se heredan habilidades, destrezas, secretos y recetas. Las abuelas sin duda alguna, saben dejar huellas.

13 Jul 2021 - 19:44

Las manos de la abuela (foto ilustrativa)

Con dos agujas, con una cola, con telares, con una espinita y hasta con los dedos solamente: tejer, es sin duda alguna el arte ancestral que más ha evolucionado a lo largo de la historia de la humanidad, pero, las sensaciones al agarrar un ovillo nuevo con las agujas en las manos, sigue siendo la misma, aunque hayan pasado más de 2000 años entre una experiencia y la otra. 

La labor del tejido, pese a que es una tarea ancestral, es en mayor medida realizada por mujeres. Todo el mundo tiene una hermana, una tía, una madre o una abuela que con sus propias manos ha creado escarpines, pañoletas, pulóveres, camperas, chalecos, gorritos, bufandas, vestidos, delicadas carpetitas para la mesa o los muebles, e infinidad de cosas que solamente con mucha paciencia y con mucho amor se pueden concretar. A su vez, muchas personas se niegan a desprenderse de algunas prendas por el simple hecho de que más allá de lo estético, han sido realizadas por las manos de mujeres que aman.

Cada 13 de julio, se homenajea a todas las mujeres tejedoras de Argentina, quienes, por trabajo, hobbie, cariño o pasatiempo, se dedican a este oficio. En Tucumán, tejer es algo que es tanto una atractiva propuesta para pasar el tiempo, como una necesidad. El tejido de crochet que tanto respira, es algo súper necesario en el extenso y caliente verano que se vive. Con poco viento y muchas temperaturas, el fresco del tejido de una aguja es un lujo necesario.

Y cuando llega el invierno, corto pero intenso, se hace indispensable tener a mano una buena manta, un abrigo caliente para las espaldas, un gorrito para quienes salen temprano o para los que trabajan en la calle. Y nada mejor que tener a una tejedora cerca para ayudar con nuestro clima corporal.

Karina tiene 52 años, y se crío en la Ovejería, una de las zonas más altas del Municipio de Tafí del Valle. Actualmente, el tejido a crochet es uno de sus cables a tierra y una gran ayuda económica: “Me gusta hacer mandalas y accesorios porque siento la emoción de crear usando materiales y colores que a mí me gustan. Aprendí a tejer viendo a mi abuela, mientras ella tejía, me daba hilos para mis travesuras y yo hacía unas bufandas muy largas”, le cuenta a eltucumano.com.
“Me relaja tejer, me alegra haber aprendido porque me siento bien tejiendo además de ser una ayuda económica. Cuando veo mi trabajo realizado siento mucha satisfacción y cuando veo a alguien usando algo que yo tejí me alegro mucho”, cuenta. 

Georgina es mamá soltera, docente, y emprendedora. “Catalina mía” es el nombre del emprendimiento que lleva adelante, mediante el cual teje con la técnica de crochet el ajuar de recibida para recién nacidos, vestiditos, mantas, escarpines, gorritos, y hasta los famosos “amigurrumis”, esos pequeños muñecos tejidos a una aguja, cuyo nombre deriva de dos términos japoneses ami, que significa tejido; y nuigurumi, que significa muñeco de peluche.

Al igual que Karina, Georgina nos cuenta que su primera aproximación al tejido la hizo de la mano de su abuela: "Lo básico me enseñó ella, el resto aprendí mirando como tejía mi mamá y viendo tutoriales".
 
Y la sensación de crear con las manos, no cambia: “Realmente me relaja, puedo pasar el día entero tejiendo sin darme cuenta. Soy muy detallista así que siempre quedó muy conforme con el trabajo que realizó, pero estoy al pendiente si es que podría haber mejorado o corregir algo y en el próximo trabajo trato de hacerlo”.

Conversando con Laura, una docente de nivel terciaro y madre de dos hijos que teje para su familia y a dos agujas, nos deja un extra en su experiencia con el tejido, que seguramente será común para muchas, y es el hecho de haberlo aprendido en la escuela: “Iba al colegio de monjas, ahí teníamos actividades prácticas, y bueno era para las mujeres bordar, coser o tejer, como lo demás lo veía como algo difícil me tire más hacia el tejido. Por supuesto que eran cosas sencillas, yo por suerte tuve la posibilidad que mi abuela me enseñará, porque antes, las abuelas, por lo general sabían todo eso y una por ahí también tenía los recuerdos de las prendas que veías tejer”. 

“Te da una sensación muy linda, porque en tu trabajo estás haciendo lo que te gusta, te da placer al ver terminando el trabajo que te propusiste”, confiesa Laura.

“La satisfacción de la prenda terminada tiene muchos significados, cuando usas ese "don" para trabajar, y ver qué alguien luce lo tuyo es muy lindo y es ahí cuando te vienen a la cabeza todos los momentos vividos para haber llegado a terminarlo”.

En las historias de Kari, Georgina y Laura hay un denominador común: la curiosidad, y las abuelas. Observar a una abuela con amor es querer imitarla. Cosa que sucede también con las madres, pero con la diferencia de que las madres suelen estar muy ocupadas, estresadas y sin tiempo para enseñar a tejer cuando las mujeres son niñas. En ese caso, llegan las abuelas: más pacientes, con más tiempo, con más sabiduría, y con una pedagogía quizás distinta, la del amor y la del silencio.

Por su parte, Yesica ha modernizado la práctica al hacer no solamente crochet, sino que teje a máquina, y gracias a una misma mentora e impulsora: “Me enseñó mi mamá en casa, pero mi abuela también lo hizo. Ella me llevaba desde los 8 años a un curso de jubiladas en donde se aprendía a tejar. Me relaja, me da tranquilidad, satisfacción y ganas de seguir aprendiendo”. Gracias a esta ayuda de su mamá y su abuela, actualmente “Ye” (como la llaman sus amigos y amigas) tiene un emprendimiento llamado “Aruruni”, en donde vende ropa tejida para bebés.

Pero tejer no solamente tiene que ser una actividad solitaria y de reconexión con una misma. Esta artesanía también puede formar parte de proyectos colectivos y sociales que buscan la solidaridad. Este es el caso del grupo “Tejiendo sonrisas”, que es un gran grupo de mujeres (son 25), que tejen colectivamente bufandas, gorritos, mantas, cuadraditos para mantas, las unen y las donan al Hospital de Niños o al Hospital Avellaneda. Marta, tiene 54 años y trabaja como segunda jefa administrativa en Subsidio de Salud, e integra activamente esta agrupación. Nos cuenta que además de recibir cuadritos y lana como parte de colaboración para abrigar niños, han estado tejiendo en sus casas durante la pandemia pero también logrando entregar un importante número de trabajos has durante junio y julio de este año: “Por la pandemia no nos reunimos en la plaza, pero seguimos tejiendo. Durante junio y julio entregaron 145 mantas, gorros, cuellos y bufandas a la obra de San juan de la Cruz a los niños de la escuela Ñiño Jesús de Praga, y 5 mantas a los niños internados en oncología del Hospital de Niños”.

Y nuevamente, la figura de la abuelita aparece en el recuerdo de Marta: Aprendí a tejer mirando como lo hacía una vecina muy viejita, la abuela Rosario. Ella me regaló las primeras agujas n°4. Con el tiempo conocí a dos profesoras Adriana y Bety y ellas me enseñaron todo lo que se”.

Evidentemente el tejido es un conocimiento ancestral que se hereda hace muchas décadas, siglos, y hasta milenios, como si el ADN se saltara a veces algunas generaciones, y fuera un oficio apto más que nada para ser compartido de las abuelitas a las nietas. La realidad es que en momentos tan complejos como los que vive el mundo, el tejido ha sido para muchas mujeres un camino de paz y de salvación: “El tejido me salvó durante la pandemia, porque pude mantenerme ocupada y es un ingreso extra en la casa”.


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