Vio un colectivo vacío sin chofer, se subió, lo condujo y chocó. Eso pasó hace dos décadas y desde entonces permanece como un hijo más para las enfermeras, pero ya se quiere ir. El trasfondo de una historia imperdible y el deseo de un señor que ya tiene 55 años.
Martín rodeado por las enfermeras del Hospital Padilla, a quienes considera su familia.
Por Alberdi o por Lavalle, quien entre al Hospital Padilla, quien camine por sus pasillos, lo verá: despacio y en silencio, sentado sobre una silla de ruedas, ahí va Martín, el hombre que vive en el hospital desde hace 20 años.
También lo verán por las calles mencionadas con billetes marrones de 10 pesos comprándose champú, jabón de tocador, jabón en pan para lavar su ropa. Lo verán a las seis y media de la mañana ya bañado con su taza de café en la mano, con la ropa impecable.
Y también lo verán al día siguiente ya sin esa ropa limpia, sin zapatillas, sin la radio que las doctoras le habían regalado, la ropa, las zapatillas, la radio sin pilas que Martín cambió por un cigarrillo, el que fuma sobre la vereda mientras comienza el relato de su increíble caso.
“A Martín la primera vez que lo vi en el Hospital fue hace 20 años. Venía derivado del Obarrio con una fractura de tobillo y quedó internado. Cuando hablamos con él, nos contó cómo se había quebrado: vio un colectivo vacío sin chofer, lo manejó y chocó contra un poste”.
Mientras Martín realiza la última calada del cigarrillo suelto que consiguió a cambio de algo más caro que un cigarrillo suelto, en el corazón de la plaza Belgrano continúa el relato de su historia: “Yo he visto de todo, pero nunca tuvimos un paciente tanto tiempo”.
“Martín tiene un retraso madurativo. Ya tiene 55 años. Es un niño grande. Hay mucha gente que lo ayuda con ropa, pero a él le gusta mucho fumar. La gente pícara le pide las zapatillas y él se las da a cambio de un pucho. Es un niño agresivo que tiene que estar medicado. Pero ojo: si vos no lo molestás, él no hace nada. Lo que pasa es que a él muchos cuidadores le hacen bromas, y Martín no está para bromas”.
Si bien Martín todavía tiene mamá y papá, Martín desde siempre ha considerado al Hospital Padilla como su casa: “Es más: cuando recibió el alta, muchos cuidadores lo llevaron a sus casas, pero siempre volvió al Hospital. En la mente de Martín quedó que su Hospital es su casa. Una vez estuvo en el Complejo Ledesma: le preguntamos cómo la había pasado. Nos dijo: ‘Rica la comida, pero el hospital es mi casa’”.
El sistema del Hospital Padilla contempla internaciones sociales, pero nunca nadie estuvo tanto tiempo como Martín. Hubo un tiempo que un señor que se acercó en cantidad de años a Martín, pero falleció.
“Martín es como nuestro hijo ya aquí en el Hospital, pero él se quiere ir. Ya cerró el ciclo de que el Padilla es su casa. Hace poco se cayó y se fracturó el fémur. Ya operado, ahora se quiere ir. Y se quiere ir a vivir al Cottolengo”.
Sin fuerzas en sus piernas para caminar por sus propios medios, Martín clínicamente está bien: es hipertenso, pero no tiene diabetes, ni cálculos en la vesícula, ni enfermedades graves. De hecho, su sistema inmunológico es fuerte y, quienes relatan su historia, se sorprenden: Martín nunca contrajo un virus intrahospitalario.
“Martín lleva tanto tiempo aquí con nosotros que se sabe el nombre de todos los empleados, cómo funcionan los servicios. Es un niño grande, pero que tiene valores: si ve a un enfermero que no puede, pide ayuda; si ve una camilla que interrumpe el paso, pide que la corran; respeta a un inválido y sabe que no hay que cruzarse por delante cuando camina. Martín dice las cosas a su manera, pero está en lo correcto”.
Como consta en una entrevista interdisciplinaria, cuando le preguntan a Martín cómo quiere vivir el resto de su vida, la respuesta es una sola: “Quiero comer comida rica y ver tele”. ¿Por qué sigue viviendo en el Hospital Padilla? Aquí comienza la última parte de la historia: la burocrática.
“Martín quiere irse del Padilla. Pero no puede ir a cualquier lado. En los geriátricos, por ejemplo, te exigen ser mayor de 60 años. El Cottolengo es el lugar ideal para él: recibe a pacientes hasta 56 años, con retraso madurativo y en silla de ruedas. Es ideal para Martín. Desde el Cottolengo nos informan que se manejan a través de la pensión por discapacidad. Martín no cobra todavía porque solo tenía el certificado y el documento libreta verde”.
Manos a la obra para conseguir la admisión de Martín en el Cottolengo, las personas que cuidan y atienden la situación de Martín afirman: “Hablamos con Servicios Sociales, con Documentación Rápida, lo subimos en una ambulancia, le sacaron el documento nuevo, consiguió el turno en la Anses, y desde el 22 de junio comenzará a cobrar su pensión por discapacidad. Mientras tanto, Casa de Gobierno nos otorga una primera pensión hasta que Martín reciba la pensión. Es decir: tenemos la plata, el DNI, la historia clínica, pero ahora en el Cottolengo nos dicen que se manejan con la obra social”.
“Ellos dicen que la obra social cubre la plata en medicamentos que el paciente necesita por mes. Martín no necesita nada, solo un lugar seguro donde pueda ser observado. Hasta los medicamentos le vamos a proveer. En 20 años, hubo muchas falencias en este tiempo, pero ya mandamos el informe de salud mental, lo tenemos asegurado con las cuotas de la pensión y con las pastillas. Esperamos que nos contesten el expediente favorablemente”.
El caso de Martín no es uno más: “El paciente se tiene que ir con una solución siempre. El abogado del Hospital Padilla remarcó por qué en poco tiempo se pudo hacer lo que no se hizo en 20 años. Si todos actuáramos como debe ser, la administración pública funcionaría como corresponde. Es voluntad de mucha gente. Bien entendida la burocracia funciona: hay que hablar, hay que andar, hay que tener una solución para la gente, no puede repetirse una historia como la de Martín. No puede haber un caso más como el de Martín. Ni en el Hospital Padilla ni en ninguna parte más”.