El lunes se reabrirán los hoteles de alojamiento tras permanecer cuatro meses cerrados. Lo que se viene.
Fueron cuatros meses de darse maña en los autos, de amoldarse a las escaleras, de invadir palieres, había que apurarse y primeriar al vecino. Las noches frías del Parque u Horco Molle quedarán atrás, al menos por un tiempo, porque de vez en cuando está bueno volver.
Hay que decir que también tiene su encanto ese adrenalina de meterse en la habitación en puntitas de pie, mientras los padres duermen. O el arte de no hacer ruido en ese living solitario que está pegadito a la pieza del suegro que duerme con la nueve milímetros bajo la almohada por si le entran a robar, pero que si los encuentra a ustedes, quién sabe cómo puede reaccionar.
Hay que decir que, para otros, la espera fue más larga, porque no hubo ni autos, ni sillones, ni zaguanes, ni nada, porque el tiempo fue abstinencia, porque, con cada cual en su casa respetando el aislamiento, no hubo sede posible. O porque con los chicos metidos en el departamento, sin ir a la escuela y sin llevarlos a lo de los abuelos porque son grandes y potenciales pacientes de riesgo, la situación era imposible.
También están los otros, los que nunca concretaron, los que hace 10 años vienen dando vueltas, “que sí, que no, que no sé”, y que se arrepintieron cuando creyeron que se venía el fin del mundo y que entonces se prometieron el encontronazo pendiente desde la primera mirada.
Todos ellos, el lunes harán colas con sus autos, invadirán la ruta que va para El Timbó, o la que lleva a Tafí Viejo, donde asoma el Disney de los adultos. Algunos, bajarán del 118, el 100, el 3, o cualquier otro que pase cerca de la General Paz al 700 y ahí, disimuladamente, mirando para todos lados, entrarán al primero de los tres que crucen.
El/Ella/Ellos/Ellas estarán esperando adentro, o llegarán unos minutos más tarde, tendrán que pedir una habitación por la que, casi seguro, deberán esperar. Mientras tanto, deberá sacar del bolsillo la fotocopia del documento, para dejarlo ahí, sí, dejarle una copia del DNI en la recepción.
Repasemos: llegás al telo en auto, en bondi, a pie o como sea; entrás con tu amor prohibido o permitido, y tenés que dejar constancia, mediante una fotocopia de tu documento ¿Por qué? Porque el Ministerio de Salud lo exige en el protocolo con el fin de mantener un registro de las personas que hayan ingresado, para poder realizar bloqueos epidemiológicos en caso de que diera positivo de coronavirus algún pasajero del amor.
Vos que tenés 18 años recién cumplidos y vas con tu novio a uno de estos recintos construidos para amar y, unos días más tarde, te llaman desde alguna oficina del gobierno, atiende tu papá y le dicen: “¿Se encuentra la señorita X? Queremos avisarle que tiene que dirigirse urgente a un centro sanitario, porque alguien que estuvo en el mismo hotel alojamiento que ella, dio positivo”. Y cortan. No solo eso, sino que, por tu culpa, tu familia también deberá someterse a los hisopados y al aislamiento.
Otro caso que podría darse es que tengas que explicarle a tu pareja que sos un caso sospechoso porque estuviste en un mueble con otra persona. También puede ser que alguien tenga que darle explicaciones a su jefe que prohíbe relaciones entre compañeros, y decirle que Pepito y Pepita no van a ir a trabajar por un tiempo porque justo coincidieron, de casualidad, en la misma habitación de un hotel donde se activaron los protocolos por COVID-19 Positivo.
Siendo mucho más mal pensados, podemos imaginar a una red de recepcionistas estafadores que, con nuestros datos, se robarán nuestra identidad y contraerán una deuda en nuestro nombre. Entonces, no solo debamos explicar qué hacíamos en ese hotel y con quién estábamos, sino que también debamos pagar un crédito que disfrutó otro.
Del riesgo propio de contagiarse, ni hablemos. Justamente, hablando de contagios, nunca está de más recomendar el uso de profilácticos, sea en telos, zaguanes, palcos de teatros, la popular de alguna cancha de fútbol, el siempre leal y noble baldío de la esquina o, incluso, la alcoba de lujo del mejor palacio real que exista.
Dicho esto, hay que decir que sumado a la ya inevitable sensación de estar siendo filmados bajo el techo de espejos que algunos hoteles generan, el hecho de entregar el documento, de revelar la identidad ante una conducta en la que, generalmente, preferimos la discreción, nos sentiremos demasiado expuestos, pero eso se resolverá con una frase de auto convencimiento que suele ser muy eficaz en situaciones de extremo nerviosismo: “Que se haga agua el picolé”.