El equipo local Pingüines viene de subirse al podio en un torneo en Mar del Plata y se consolida como un espacio que conjuga fútbol y militancia desafiando así la despolitización del deporte. Mucho más que amor por la pelota. Por Exequiel Svetliza.
Cuando era adolescente y cursaba el secundario, Roberto Carlos Romero buscaba cualquier excusa para faltar a las clases de Educación Física. No lo hacía por vagancia o falta de destreza, sino porque odiaba que el profesor lo obligara a jugar a la pelota con sus compañeros. En Tucumán y en cualquier punto cardinal del país, odiar el fútbol puede ser considerada como una actitud apátrida y antipopular; casi una herejía imperdonable. Imaginen a un presidente o a un Papa argentino que abjure de nuestro deporte más popular. Impensable. Ni los tiranos más odiados de la historia se animaron a semejante sacrilegio en estas latitudes. Pero Roberto no odiaba el fútbol, odiaba lo que sucedía dentro de la cancha cada vez que jugaba. Odiaba las burlas y el maltrato de quienes lo veían demasiado afeminado para un deporte considerado de machos. En ese bastión patriarcal no parecía haber lugar para nadie que no fuera un varón heterosexual. Pero, como diría un exaltado panelista de la televisión española: ¡el fútbol cambió, presidente! Y mientras el fútbol en su ultramercantilizada versión mainstream se volvió un espectáculo de cuidada asepsia política, en las calles y potreros; el juego que más nos gusta se convirtió en un juego cada vez más inclusivo y democrático. Para Roberto y el resto del plantel de Pingüines, las canchas son hoy un lugar de recreación libre de violencia, pero también un espacio de militancia y resistencia.
“Me acuerdo que, cuando era más chico, odiaba el futbol porque me parecía un símbolo del machismo, pero, en realidad, no lo odiaba como deporte. Pasa que, en el secundario, si sos afeminado siempre te eligen al último y te hacen burlas…todo ese nivel de violencia que uno sufre hace que mucha gente se aleje de los espacios deportivos. Cuando había que jugar al fútbol en la escuela no la pasaba bien, era un sufrimiento. Hay un montón de chicos que pasan por eso y no sólo sucede con los gays, sino también con los heterosexuales”, relata el joven de 32 años que es uno de los mentores del plantel Pingüines; el único representante de la provincia en el torneo de fútbol diverso disputado semanas atrás en Mar del Plata donde obtuvieron la Copa de Bronce como el tercer mejor equipo de los 27 que participaron de la competencia.
Pingüines surgió hace dos años y medio con la premisa no sólo de conformar un plantel con miembros de la comunidad LGTBIQ+, sino también de promover un paradigma futbolístico no violento: “Este equipo empezó con la idea de generar un espacio deportivo amigable porque, muchas veces, los miembros de la comunidad no pueden acceder a practicar un deporte porque las instituciones no los contemplan. Entonces me junté con un par de amigues con los que buscamos visibilizar y concientizar los valores que tiene este deporte, como el compañerismo, la amistad y el hecho de decir que el otro es un contrincante, no un enemigo. Estos son espacios que empiezan a surgir con esa idea de que, si uno no conoce mucho este deporte o juega mal, pueda aprender, que haya alguien que tenga la paciencia de explicarle el juego. Como equipo no buscamos el triunfalismo, como se ve en otros torneos, sino pasarla bien”.
Según explica, el fútbol diverso como práctica deportiva se ubica en las antípodas del fútbol ultracompetitivo y recupera cierta filosofía hedonista del juego. Se trata de jugar a la pelota como se jugaba antes en las canchitas de los barrios, pero sin discriminación y sin que nadie se sienta excluido. Un auténtico fútbol para todos: “Nuestro equipo es tan diverso que hay muchos jugadores heterosexuales que se han acercado porque estaban cansados de ciertas prácticas violentas y hoy prefieren jugar con nosotros. Creo que esa forma de entender al rival como enemigo está muy impregnado en el ADN de la competencia y en esa visión de que sólo importa ganar a cualquier costo. Nosotros en Pingüines nos preguntamos todo el tiempo qué tipo de deporte queremos y entendemos que el deporte no puede ser una potestad exclusiva de la heterosexualidad”.
Lo que distingue a Pingüines de otros equipos que militan en algunos de los tantos torneos amateurs que se desarrollan a lo largo y ancho de la provincia no es sólo la impronta inclusiva y la manera en que conciben el juego, sino también en que se ha constituido como un espacio de militancia cuyas acciones trascienden los límites del campo de juego. Cada vez que sale a la cancha, el equipo lo hace con camisetas que tienen en una manga el rostro de Eva Perón y en la otra el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo. “En parte, el equipo de Pingüines funciona como una agrupación social. La excusa es el futbol, pero hacemos muchísimas otras actividades que van más allá del fútbol. La mayoría de los integrantes venimos de distintos espacios de militancia y, cuando nos conformamos como equipo, teníamos la inquietud de que el espacio sea también otra cosa. Militamos por la inclusión y un fútbol libre de violencia y como grupo queremos generar cambios positivos en Tucumán”, reflexiona por su parte Sol Fernández, otra integrante del plantel.
Para Fernández ser parte del equipo ha sido una forma de dejar atrás toda una serie de estigmas y antiguos prejuicios que rondan en torno a la participación de las mujeres en un deporte como el fútbol: “Para la mayoría de las mujeres de mi generación era muy de marimacho ponerse a jugar con los chicos, hoy eso está mucho más abierto y están participando muchos compañeros y compañeras que se sentían excluidos del futbol cuando eran chicos. Yo creo que el deporte, y especialmente el futbol por su historia, puede funcionar como el puente que rompe con todas estas cuestiones muy estructuradas de otras épocas. Nosotros entendemos al fútbol como una herramienta para promover la inclusión”.
Lo que empezó como un grupo de amigos que se juntaba a jugar a la pelota hoy congrega a casi 30 personas que participan de torneos de fútbol diverso, pero también desarrollan distintas actividades comunitarias como brindar talleres sobre inclusión, charlas en las escuelas y visitas a comunidades vulnerables como lo hicieron para el último Día del Niño en un merendero de la localidad de Las Corzuelas, en Burruyacú. Lejos del fútbol como un espectáculo frívolo y de los jugadores que se muestran como atletas muchas veces alejados de los problemas sociales de su tiempo, para los Pingüines deporte y política aparecen fuertemente vinculados en la identidad del grupo. Así lo explica Sol: “El futbol es una actividad muy amable para unir el deporte y la política. Hay mucha gente que ha entrado al equipo como personas apolíticas, pero que hoy viene y participa de las actividades desde un lugar de mucho compromiso”.
En el contexto de un gobierno nacional que ha elegido a la comunidad LGTBIQ+ como uno de los blancos preferidos de sus frecuentes discursos de odio -tal como quedó demostrado en enero pasado durante la intervención de Javier Milei en el Foro Económico Mundial de Davos cuando el presidente calificó de pedófilas a las parejas homosexuales-, espacios como Pingüines se han vuelto lugares de solidaridad y contención entre los miembros de la comunidad.
“Creo que este gobierno puso como blanco de ataque a la comunidad LGTB y al feminismo para distraer, es un uso estratégico donde intentan justificar ciertas cuestiones de sus políticas haciéndonos culpables a nosotros. Son discursos muy básicos que, sin embargo, mucha gente repite y nos vemos en la obligación de salir todo el tiempo a aclarar cuestiones muy elementales como que nunca el Estado le pagó a nadie para ser puto ni trans. Hay que volver sobre un montón de discusiones que ya hemos dado como sociedad. Por las características del grupo, la nuestra es una identidad muy politizada porque todos somos militantes del campo nacional y popular. Entendemos que posicionarnos políticamente también va a tener sus consecuencias, pero hay que nos violenten y nos agobien. Este es un tiempo para organizarnos, resistir y seguir tejiendo redes seguras entre nosotros”, reflexiona Roberto.
“Hoy la violencia está súper naturalizada y para contrarrestar eso hay que mostrarse y mostrar lo que hacemos. Creo que por mucho tiempo hemos estado en silencio y hoy venimos a mostrar que se puede y que se puede debatir. Claro que siempre está el miedo de salir a la calle y saber que podés recibir algún tipo de agresión de arriba solo por pensar distinto, pero hoy el hecho de mostrarnos es una herramienta y también un escudo de protección. Estamos acá y, le guste a quien le guste, seguiremos estando, mucho más en esta época…No nos vamos a quedar quietos y vamos salir a la cancha todas las veces que haya que salir, el silencio es la peor opción”, suma por su parte Sol.
A contrapelo del fútbol mainstream y de estos tiempos signados por la violencia políticas, en Tucumán abogan por un fútbol diverso y militante.