Este lunes, la justicia de la provincia de Entre Ríos comenzó a juzgar al cura
Justo José Ilarraz, acusado de abusar de menores cuando ejercía como prefecto de disciplina en el Seminario
Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, entre los años 1985 y 1993.
El sacerdote llegó a
Tucumán luego de que el ex arzobispo de
Paraná y cardenal
Estanislao Esteban Karlic lo expulsara de la diócesis entrerriana tras una investigación interna de los hechos, que nunca fue denunciada ante la justicia.
Cuando el caso tomó estado público,
Ilarraz desempeñaba funciones pastorales en la Parroquia Sagrado Corazón, de Monteros, dependiente de la diócesis de Concepción.
El relato de una víctima
“Fue duro. Éramos
gurises. Salíamos de los campos, de las aldeas, de
pueblitos perdidos en la provincia, con la esperanza de tener otro proyecto para uno, una vida distinta. Éramos chicos que nos encontramos con algo muy distinto a lo que veníamos viviendo y de golpe te empiezan a pasar cosas que no sabes qué son, que no sabes cómo interpretarlos y cuando
caés en lo que te está sucediendo
querés huir y no
podés,
querés escapar y
tenés las puertas cerradas”, contó
Fabián Schuk, uno de los denunciantes que declararán en el juicio, en una entrevista concedida al diario “
Clarín”.
“Fueron momentos muy duros para todas las víctimas. Momentos de soledad, porque entre nosotros no hablábamos. No sabíamos que al otro le estaba pasando lo mismo. Decirte que en un pabellón había entre 30 y 40 personas y no noche escuchabas un
gurisito llorando y no sabías por qué y a los años te enterabas que ese
pibe había sido abusado. Uno creía que extrañaba. Y después el llanto de uno lo disimulaba. En muchos aspectos eran momentos difíciles”, recordó
En la publicación, el ex sacerdote
Shuk añade que “el abuso en sí comenzaba con la manipulación. Con la inducción que tenía
Ilarraz para persuadirte y llevarte a que empieces a pensar como él. A decidir y optar por cosas que él quería. Primero el abuso era psicológico. Después el abuso físico comenzaba en las habitaciones, con ese acercamiento inapropiado que él tenía en horas de la noche, casi a oscuras con un
foquito amarillo apenas encendido con una tulipa sucia en una punta de un dormitorio que albergaba 40
pibes. Y luego, si él notaba que podía seguir accediendo no tenía límites. Ni en cuanto a lugares ni en cuanto a acercamientos. Incluso a víctimas que tuvieron más tiempo de abuso físico las supo llevar a viajes a otros lados. El abusó de chicos en la habitación de él, en el baño de él. Era como un lobo que estaba pendiente tan solo de la oportunidad. Y cuando notaba el rechazo de algún chico abusado automáticamente lo ignoraba, le ponía distancia. Pasabas a no existir”.