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"Había mucho glamour": Julio Moya, el modelo tucumano ícono de las noches inolvidables

HISTORIAS DE ACÁ

Brilló con las primeras campañas de Wrangler y Calvin Klein en las whiskerías, boliches y discotecas más emblemáticas de los 70 y 80: Trumms, Tiffany's, Kinesia, Monóxido y Petruska: "No era bien visto que un hombre desfilara. Era más de mujeres. Pero nos animamos". El coqueteo con Nueva York y una velada en Rio de Janeiro. Mirá la galería de imágenes.

Julio Moya derrocha facha en Trumms. Las fotos son cortesía del modelo tucumano.





Bajo las luces de neón de la 25 de Mayo viene caminando Julio Moya y las mujeres suspiran cuando lo miran pasar. Es un sábado cualquiera de fines de los 70 en Tucumán y el galán había brillado por el centro mientras veía qué ropa iba a ponerse a la noche en Trumms, una whiskería emblemática, un boliche único, una boite distinta o como el propio modelo de esa época lo resume: “Un lugar muy canchero”.

Mientras Julio Moya caminaba por la 25 hasta doblar por San Martín hay que subir el volumen de la música que se escapaba por las radios y pronunciarlas en castellano, como se las nombraba: la música de Fiebre de sábado por la noche: “Todo el mundo estaba loco en ese entonces por la película y por Travolta”, explica Julio, quien al llegar a la calle San Martín daba unas vueltas por las boutiques de ropa, miraba las vidrieras de La Gran Vía y elegía.

“La Cata Guido tenía una boutique de ropa, pero era bastante cara y no tan popular. Nos vestíamos en Montana, en K-Po, Mc Gregor tenía muy buenas camperas y los hermanos Chávez tenían dos jeanerías muy buenas”, recuerda uno de los tucumanos más pintones con ese contraste irresistible que genera la piel dorada por el sol y los ojos claros. Era la pinta que un día llevó a las amigas de Julio en una fiesta de 15 a pedirle que se animara a convertirse en modelo.

“Andábamos en fiestas o por el centro y mucha gente amiga me lo recomendaba. En esa época nadie era profesional: uno lo hacía porque era una cosa nueva, nos divertíamos, íbamos a los cumpleaños, todo era muy casero, tenía ciertas pautas, la postura hasta que me fui animando”, explica Moya y revela: “No era bien visto que un hombre desfilara. Era más de mujeres. Pero nos animamos: el peluquero me decía que tenía muy buen cabello, que no me lo corte. Una vez me tiñó el pelo como a Flavio Mendoza. ¡Imaginate lo que era eso hace 45 años!”.

Tenía 17 años Julio Moya cuando empezó a desfilar en las noches tucumanas: “Había muchos desfiles en la noche tucumana de esa época: a veces los jueves, los viernes, tres o cuatro desfiles por fin de semana. Uno de los primeros desfiles fue la colección Wrangler: Pepe Orlando era el gerente y estaba muy relacionado con Tucumán. Otro trabajo fue con Daniel Recúpero, el representante de Calvin Klein. También hacíamos mucho traje: te ibas a una fiesta de 18 y tenías que ir con traje. También usabas saco sport, bien canchero”.

Después de hacer la previa en Groovie’s, el boliche de Rody di Pinto en la San Martín primera cuadra, Julio Moya y sus amigos entraban a Trumms: “La pasábamos muy bien, quedaba en la San Martín y Balcarce. Tenía una bola de espejos inolvidable: era un boliche igual al de Fiebre de sábado por la noche, hacía furor esa música. Íbamos de traje, las chicas con vestidos. La informalidad iba siempre con un toque de distinción. Y no dejaban entrar a cualquier persona”.


Brotan las fotos de Julio Moya reveladas en el Kodak ubicado frente a la plaza Independencia, imágenes tomadas por los fotógrafos sociales contratados por los Relaciones Públicas de Trumms, o Tiffany’s, o Butterfly, o Kinesia: “Siempre había mucha camaradería adonde fueras. No quiero olvidarme de Birimbao, frente a la Casa Histórica con la música de Gerardo Koch, o Petruska (con la música de Roly Martínez) o Monóxido, que marcó una época, en la Mendoza al 800 al lado de Candilejas. Quique lo manejaba muy bien. Había un cara de piedra en la puerta que no te dejaba pasar si no eras habitué”.

Tanto en las noches con todo el glamour de desfiles como entre whiskolas y tragos largos de las discotheques, Julio Moya compartía la escena con otros galanes como Claudio Reverberi y con las modelos más monas de la época como Nilda Pujada, Adriana Benedicto o Graciela Dupuy. El recuerdo de Nilda viene a Julio: “Compartí mucho con ella, era una diosa. Tenía un glamour, un buen gusto para caminar, para vestir, era una mina fantástica. Eran chicas que entraban a un bar y todo el mundo se daba vuelta para verlas. Hoy nadie sabe quiénes son las modelos: no imponen esa aureola de las chicas que te cuento. No tenían nada puesto, eran bellezas naturales”.

Julio Moya se convirtió en una de las personalidades más famosas de Tucumán y en pleno ascenso de su carrera compartió un cortado fundacional con el maestro Héctor Zaraspe: “Enseñó en la Juilliard School de Estados Unidos como profesor de arte: armó las coreografías para la película Fama, tucumano, de Aguilares, amigo mío. Íbamos a tomar café. Un día me dijo: ‘Como ustedes están en invierno, tienen que caminar como si les haría frío con los abrigos que usan’. Era un gran observador, hace mucho que no lo veo, me quería llevar a Nueva York, pero soy hijo único, tenía a mi mamá muy enferma y ya estaba trabajando de contador”.

Rio de Janeiro sí había sido una escala importante de la carrera colmada de estrellas para Julio Moya y su mirada Magnum: “Una amiga mía, representante, me conseguía fechas en Río. Me daban el avión, el hotel, no gastaba nada y la pasaba muy bien. Había un boliche cerca de la zona de Copacabana, Hipopótamo se llamaba. Tenías que ser socio para entrar, pero por la agencia de modelos en la que yo estaba pasaba. Llegabas a la puerta del lugar de tu auto, un valet parking lo recibía, caminabas por alfombra roja y veías a la gente detrás de la valla, apretadas para ver los famosos y ahí estaba yo”.

Cuando volvió a Tucumán para cuidar a su señora madre, Julio Moya empezó a ver que la noche ya no era la misma: “Cuando cerró Trumms, abrió Harlem, que un tiempo después se hizo de medio pelo, un boliche con minas que trabajaban, que cobraban guita. Era muy distinto a Trumms donde, por ejemplo, la música de última generación no la tenía cualquiera. Llegaban los vinilos de las discos de Nueva York o Londres. En Tiffany’s, en cambio, la música era más tranquila, más tradicional. Antes había otro concepto de la salida, buscabas a las chicas, te juntabas con los amigos a las 10 de la noche, a las 12 ya estábamos bailando y a las 4 ya estaba. No se trasnochaba tanto. Aprovechabas el domingo. Ahora se vuelan la cabeza, te pasás el domingo durmiendo”.

Pero en la época de Julio, los domingos eran sagrados y no por la misa: “Nos juntábamos a tomar un café y a hacer un repaso de la noche. Hablábamos sobre todo lo que había pasado en los distintos boliches, con quién había estado la chica que te gustaba a vos, un informe detallado con los distintos amigos que habían ido a otro boliche. Teníamos infiltrados que nos informaban y nosotros a ellos”, se ríe el modelo tucumano que dejó las pasarelas a los 40 años: “Tenés que darle paso a las nuevas generaciones: uno la ve venir. Lo más difícil es que uno va saliendo del medio. Antes ibas a las inauguraciones de bares, discotecas y a los desfiles. A veces no te pagaban pero te daban como regalo un pantalón Wrangler, que era una prenda cara. Después sí, cuando empecé a desfilar más profesionalmente, llegaron los mejores momentos, siempre bien rodeado, en esos lugares inolvidables de una época con mucho, pero mucho glamour”. 

Julio Moya, el galán en todo su esplendor.


Desfila Julio Moya y la platea se viene abajo.


Noche de disfraces y Julio vestido de novia.

La inolvidable Nilda Pujada junto a Claudio Reverberi para una campaña gráfica (Foto: Roxana Abraham de Sánchez)

Julio Moya ahora: la pinta intacta.