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Diez años de gira y rocanrol con los Lunáticos Viajantes

Es rock

Amistad, amor y locura por una banda viven en los colectivos que viajan a un recital. En la caravana todo se vuelve rock y un grupo de jóvenes hace posible desde hace una década.

David y Julio, lunáticos y viajantes.





Como todo en el rock, ocurre casi sin darte cuenta. Se separan Los Redondos y tu corazón, quizás, te lleva con el Indio.

Julio tenía 17 años, ganas de viajar y amigos con ganas de viajar. Solari esperaba en Salta, en 2009. Se juntaron, fueron 15 jovencitos con secundario por terminar y unidos por el tablón de La Ciudadela. Alquilaron una Tráfic y se fueron detrás del rocanrol. La misma ruta que transita hoy, más de una década después, Julio Bulacio ya con David Gorriti, su socio y amigo, corazón y sangre de Lunáticos Viajantes, el grupo de gestión cultural rockera que quizás más ha crecido en Tucumán.

Los Lunáticos empezaron con una Tráfic y para el recital del Indio en Olavarría, en el 2017, en un recorrido creciente de trasladar personas hacia los recitales, llevaron desde el Norte 13 colectivos de almas ricoteras: familias que cargan generaciones de recitales, amigos que cargan emociones, que se desviven por el rocanrol, hermanos y hermanas encontrados allí, amigas que pusieron plata entre todas para poder pagarle el pasaje a la que no tenía, solitarios amanecidos, pensadores libres, parejas que se quisieron por una canción y más de uno en el feliz andar de la gira. Todo el amor y la locura que se conectan en las rutas que encuentran el mismo sentido; rock.


“Es hermoso viajar con 60 chiflados”, festeja David, quien alguna vez, años atrás, contó los kilómetros recorridos de los viajes que partieron de las plazas de Tucumán hacia un escenario y que volvieron una vez que se acababa el concierto. En ese cálculo llegó a 30 mil kilómetros. Pese a que ese número hoy se ha quedado corto, no hay cuenta, no está la precisión numérica. Después de todo: ¿quién la necesita si esta década de viajes está hecha de historias?

“En el colectivo siempre hay uno que pone apodos a todo el mundo”, se ríe Julio y se acuerda de un pasajero que había sido bautizado como Schwarzenegger, en el viaje a Tandil, en 2010.

Recuerda su anécdota que Schwarzenegger había viajado junto a su hermana. Y que no apareció al finalizar el recital del Indio ¿Dónde está Schwarzenegger? ¿dónde está Schwarzenegger? se preguntaba la gente. Lo buscaron por la comisaría, por el hospital, y nada. Cuando se hizo de día, la hermana decidió quedarse y el colectivo avanzó. Cuando llegaron a la salida del pueblo, encontraron a Schwarzenegger. Ahí estaba, esperando. Y cuando reconoció el colectivo levantó ambas manos en el festejo victorioso por haber sido encontrado.


Como de a maíces se hace el pollo, Julio cuenta hoy que el regreso de ese viaje materializado en la alegría de Schwarzenegger, le sirvió para constituir una de las máximas de Lunáticos Viajantes: “Nosotros no dejamos nadie”, dice Julio. “Y también tratamos siempre de hacer las cosas para que todos puedan viajar”, completa David.

Ocurrió una vez que quedaba lugar en un colectivo y un conocido estaba en la plaza dando vueltas, arriba de una bicicleta:

-¿Querés venir?

-De una ¿pero qué hago con la bicicleta de mi abuelo?

-Y la metamos en el depósito.

Así fue. La guardaron en el depósito, y esa misma bicicleta sirvió para buscar a un pasajero que al estilo de Schwarzenegger andaba sin regresar al bondi.


En cada viaje, mil anécdotas. Historias que fueron creando la personalidad de un equipo de trabajo. Un día se dieron cuenta que si ponían una oficina podría funcionar mejor su emprendimiento.

De mover tres colectivos por recital, lo duplicaron. Al principio, para recibir la seña del viaje, Julio o David esperaban en alguna plaza a los futuros viajantes. Después, cuando consiguieron una piecita que hacía de oficina, empezamos a recibir tarjeta de crédito. “Un montón de chicos caía con su abuela para que le paguen el viaje”. Y sí, son las abuelas las personas que mejor saben gastar la plata en los jóvenes.

Los Lunáticos le pusieron sentimiento a su travesía, reliquias que muchos guardan por años: una remera del viaje. Quizás ahí está la clave de su éxito: en su naturaleza rockera de saber que uno de los regalos más hermosos de la Tierra, es de algodón, viene de distintos talles y es negro.



La ruta del rock que había empezado con el Indio, junto a colegas como Porrón, Cristhian Sánchez, y al Seba Gómez, hermanos de ruta hasta hoy, y siguió con La Renga y se fue por todo el país, un día los encontró en la final del mundial de Brasil, en un viaje que se confirmó y que partió seis horas después de que la Selección eliminara a Holanda, en la semi.  “Llegamos los tucumanos, comimos camarón con dos dientes y fuimos felices”, se acuerda David.

Junto a los viajes, empezaron a organizar una fiesta para cerrar el año: la Ricotera. Cuando les salió bien (este año será sexta) empezaron a traer bandas. Y un dia soñaron: “Traigamos a los Redondos”. Sólo les falta uno. Primero trajeron a Los Decoradores, los ex integrantes de la banda, y luego, a fines de agosto, tocó Skay en Tucumán. 

Junto a Julio y David, están los demás que conforman la banda: Tonga, Nico, Emanuel, Mauri, Fernanda, Abel, Alberto, Horacio, Romina, David, Julio, Pantera, Matias, Lobito, Chimpi, Maciel, Don Bulacio y los muchachos de la barra de los recitales.



“Aprendimos a destapar la primera cerveza cuando ya está todo guardado”, dice Julio. Y aquello se entiende también como un acto de quienes han resignado un poquito de su rock para que los demás puedan vivirlo acá en Tucumán o donde lleve la gira.

El sábado festejarán sus 10 años, en Floresta, desde las 18, con bandas, amigos y los lunáticos viajantes de siempre, aquellos que en cansancio del regreso, luego de haber reboleado remeras, abrazarse en lágrimas de canción y gritado antes de tirar un vaso al cielo y meterse en el pogo, se suben al bondi y, sin darse cuenta, se duermen felices mientras los están llevando a la casa.