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Olor a porro en el ascensor: el reclamo que escandalizó a todo el consorcio

Explota en las redes

Max Iván De Cristofaro recibió el llamado de una vecina que lo acusaba de generar olor a marihuana en los palieres del edificio de Barrio Norte Norte donde vive. Cuando descubrió que se trataba de una broma, ya era tarde: había empapelado todo el edificio con su respuesta. Escuchá el audio y mirá el desopilante descargo que se volvió viral.

El supuesto olor a marihuana desató el escándalo.





Si cada casa es un mundo, los consorcios de los edificios son todo un universo. La estrecha vecindad vertical suele generar conflictos de convivencia entre inquilinos, propietarios, porteros y administradores. Por eso, la llamada que recibió hace un mes Max Iván De Cristofaro no sonó para nada extraña a esa lógica interna de los consorcios: una supuesta vecina lo acusaba de fumar marihuana y llenar de olor a porro los palieres y ascensores del edificio. “¿No será palosanto?”, fue entonces la respuesta de Iván, quien le aseguró a la vecina que ni él ni su hermano fuman. Del otro lado, le respondió una voz fémina risueña: “Al final, vamos a terminar todos los vecinos dados vuelta ¿no le parece?”. La discusión había quedado ahí hasta que ayer el joven volvió a recibir un llamado con una demanda similar. Entonces, explotó contra la vecina y todo el consorcio. Su iracunda y, a la vez, desopilante respuesta empapeló el edificio de Barrio Norte. No sólo eso, se volvió viral. 

Cuando Iván atendió ayer por la tarde su celular, la voz femenina volvió a acusarlo de llenar de olor a marihuana los espacios comunes del edificio. Pero esta vez, el tono de esa voz fue distinto, mucho más agresivo. Ante la demanda injusta y violenta, el joven de 36 años perdió los estribos dejando de lado los buenos modales que deben regir la pacífica convivencia entre vecinos. “Ayer me llama de vuelta, pero en otro tono y a mí ya me agarró cruzado, me sacó. Yo no suelo tratar así a las personas”, cuenta ahora Iván entre arrepentido y risueño. Pero la discusión no se terminó en esa charla abrupta, sino que escribió y después imprimió su descargo. Fueron más de cincuenta copias que terminaron empapelando los ascensores, espejos, palieres y las puertas de los vecinos del edificio de San Juan al 900: “Me pongo a leer la nota y tiene millones errores, estaba ciego de la bronca”. 

“Marihuana”, en grandes letras mayúsculas se titula el panfleto que provocó revuelo en el consorcio. “Sobre el olor que sintió el sábado por la tarde a marihuana, cannabis, marijuana, mota, falopa, pinito, caño, maracuyana o como usted lo llame que según fui yo le comunico que me ausenté del edificio el sábado a las 8:00 y regresé el día lunes a las 3 am”, comienza en tono explicativo y prolífico en sinónimos el texto que después advierte con iniciar acciones legales si las llamadas amenazantes se repiten. 

“Le pido encarecidamente por el bien de la sociedad, la hipocresía y para que se termine la gente como usted que: se opere la nariz, haga terapia, adopte un perro, haga un retiro espiritual, tenga o compre un poco de su vida, deje en paz a su pares, haga el amor (a esto lo repite tres veces), ame mucho pero ame de verdad, sea feliz sin romperle las bolas a sus pares. Si está mal con su marido, no sea cobarde y sepárese, si tiene dos hijos le es mucha carga no lo dude y venda uno y con esa plata péguese unas vacaciones y por último, cuando hable por teléfono, identifíquese claramente,  deje expresar a su interlocutor”, reza el párrafo más desopilante de la misiva que recibieron sus vecinos. 

No había pasado media hora de su furibunda empapelada cuando la foto de su nota comenzó a viralizarse por las redes sociales. El teléfono le explotaba a mensajes con la imagen de su descargo. En el medio, también había llamado al administrador del edificio hecho una furia por haberle pasado su teléfono a una desconocida. En el punto más álgido de esa ira que se apoderaba de su temperamento, Iván recibió un llamado de Rodrigo Benejan, su amigo desde hace doce años, el mismo con el que se junta todos los martes a comer. “Era una broma”, alcanzó a decirle en tono culposo y afligido. ¿Pero qué locura era esa? Rodrigo se había valido de “JokesPhone”, una aplicación para hacer bromas telefónicas. La voz femenina del otro lado de la línea no era ninguna vecina indignada, sino una voz pregrabada. 

“Entré como un caballo. El tema es que en media hora hice todo ese quilombo: llamé al administrador, hice la nota, empapelé el edificio y la nota se súper viralizó. Le dije: No me podés hacer esta joda un lunes a las 19.30 en horario de laburo”, reflexiona ahora Iván después de haber perdonado a su amigo bromista. “Estas son jodas de los noventa, ya no se usan más”, dice recordando a las hilarantes bromas telefónicas que supo popularizar en aquella década el célebre Doctor Tangalanga. 

Tras la humorada y la viralización de la nota, el problema al que se enfrenta Iván ahora es tener que develar el origen ficticio de aquel mensaje. De hecho, ya se ha instalado en las reuniones de consorcio el conflicto del olor a porro en los palieres y ascensores. “Me mandé un bardo bárbaro con la nota. No lo puedo llamar al administrador ahora para decirle que es una joda. En el consorcio creen que es verdad ¿qué voy a hacer?”, se pregunta el joven en tono distendido. En tiempos de postverdad, nada es lo que parece, pero una vez que parece puede volverse verdad. 

Aunque producto de una bronca espontánea generada por una falsa denuncia, Iván recupera la esencia de aquel mensaje visceral en el que, aprovechando la ocasión, abogaba por los derechos individuales y la legalización de la marihuana: “¿Qué le importa a la gente lo que hacés? Lo que intenté hacer con la nota es decirle a la gente que sea más feliz y deje de molestar a sus vecinos, que deje de romper las bolas”. Vivir y dejar vivir, en el consorcio del edificio de San Juan al 900 y en la vida misma. 

Mirá la nota y escuchá el audio de la broma: