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El misterio de los globos amarillos

HUMOR POLÍTICO

Una fiesta, políticos disfrazados, enmascarados, de trampa y negando todo. Un sabueso entrañable sigue su rastro. ¿Quién es quién en esta nueva campaña electoral? ¿Para quién juegan?





Y la cosa suena ¡Ra!
Y la cosa suena ¡Ra!


La música suena fuerte y retumba en un local bailable del centro tucumano, uno de los cientos en su tipo. El volumen mantiene despiertos a una buena parte de los vecinos, que matan el tiempo con el celular, navegando y comentando en las redes sociales, discutiendo sobre las elecciones que están por venir, en junio.


Scooby-Doo ¡Pa! ¡Pa!
Y el pum pum pum pum pum
Y el pum pum pum pum pum


El ritmo y el sonido de los vientos y de la percusión contagian a todo aquel que pasa cerca del local y atrae especialmente la atención de un grupo de jóvenes y su perro que recorren la zona a bordo de su furgoneta. El vehículo es verde, antiguo y con motivos de los 60. Lleva ploteada a un costado la frase "The Mystery Machine" ("La Máquina del Misterio", en español). La letra de una de las canciones más escuchadas del 2018, en su versión tropical, interpretada por el conjunto 'Tropa Estrella', hace que los ocupantes de la furgoneta detengan su marcha y desciendan para entrar a la fiesta. Son dos varones y dos mujeres, de no más de 30 años, y un perro Gran Danés. Sus vestimentas no se asemejan en nada a los ropajes de la actualidad, remeras largas y ajustadas, pantalones chupines o hasta los tobillos. Por el contrario, parecen salidos de un dibujo animado de principios de los 70. Quizás por eso no tuvieron problemas para entrar a la fiesta, aún con Richard, patovica de turno, cuidando la puerta para que no entren personas "comunes" ─al decir de una conocida empresaria tucumana del azúcar─. Es un baile de disfraces. El guardián anabolizado jamás sospechó de las ropas que traían puestas los jóvenes, tampoco del enorme can que pasó frente a sus narices caminando erguido y con una sonrisa cómplice. Al entrar, los extraños miran atónitos la excesiva y sobre todo diversa ornamentación a su alrededor. Hay banderas con nombres propios que no conocen, pasacalles que cuelgan y tapan las pantallas de televisión que a esa hora pasan un programa cuyo conductor, de cabello grisáceo y trajeado, habla solo y serio, como insatisfecho por su audiencia. También hay afiches de personas acompañadas por frases que carecen de sentido, repletos de palabras con el signo numeral. Hay globos, muchos, y de todos los colores: los hay verdes, celestes, azules, rojos y amarillos; cuelgan del techo y de cada columna del salón, interrumpen el paso al caminar.


Y el pum pum pum pum pum
Y el pum pum pum pum pum
Pum pum pum pum pum pum


La música aturde, pero no hay ambiente de fiesta. Nadie baila. La mayor parte de la gente está sentada, agrupada en distintas mesas. Hablan agazapados, se tapan la boca como futbolistas, se codean y hay cruces de mirada entre integrantes de distintos sectores del salón, algunos no muy alejados, algunos son sospechosamente cuidadosos al mirar. No hay forma de reconocer a nadie, todos usan máscaras que sólo dejan ver el cabello y, encima de ellas, antifaces. A pesar del desconcierto, los jóvenes y su mascota deciden quedarse por la música y porque a esa hora todavía hay 2x1. Toman asiento y esperan ser atendidos por uno de los mozos.


En una de las mesas hay personas claramente molestas, están de brazos cruzados y hacen un esfuerzo sobrehumano por escuchar a una mujer de pelo rubio. Lleva un disfraz de Virgen María, pero el rostro es el del Presidente de la Nación. Intenta convencer a sus compañeros de mesa de que los nombres escritos en un papel, que sostiene entre las yemas de sus dedos y agita en alto cada tanto, son la mejor opción.


─Esto no está bien ─le dice uno de los que la escucha fundamentar─. ¡Está mal! ─insiste.

Se genera una breve discusión que es interrumpida abruptamente por otra mujer, también rubia, que se pone dramáticamente de pie y estrella su silla contra la pared empujándola con uno de sus talones.


─¡Podía esperar dos semanas más! ¡Yo sé lo que te digo! ¡Pesaba más! ─grita y golpea la mesa con uno de sus puños, eufórica, con la respiración acelerada y los ojos tan abiertos que la piel de su frente parece porcelana brillante. La calman, le acercan su silla y un vaso de agua y la vuelven a sentar con un par de palmaditas en su espalda, primero, y después en uno de sus hombros.


A pocos metros, en una segunda mesa, dos hombres petisos charlan casi en secreto. Uno de los jóvenes setentosos se levanta para buscar el baño y pasa cerca de ellos. Alcanza a escuchar un poco de la conversación.


─¿La foto existe? ¿Qué vamos a hacer si aparece? ─pregunta nervioso el petiso de pelo blanco, disfrazado de Rey Mago y que, al igual que la Virgen María, tapa su rostro con una máscara del mandatario nacional.


─Vos tirale aca nomá, del resto me encargo yo ─le contesta el segundo petiso, disfrazado como enano de Blanca Nieves, tratando de esconder toda señal de inseguridad en sus palabras─. Che, ahí vi un pozo nuevo, lleno de aca, para que te parés al lado y lo filmemo para la tele; ¿vamo la semana que viene?


Mientras se abre camino entre los globos y sillas, el joven divisa una mesa en la que cena apaciblemente una familia. Comen sushi mientras una voluptuosa mujer usa el celular para tomarse selfies y sacarle fotos a la comida. Es la única que sonríe mientras una mujer mayor habla de sus mansiones y de los planes para sus próximas vacaciones.


─¿Segura que te dijeron que iban a venir? ─pregunta un hombre de prominente bigote a una mujer de pelo corto y oscuro que tiene a su lado.


─Te digo que sí, por tercera vez. Me tenés re re re podrida ya ─le contesta ofuscada.


El hombre de bigote entonces frunce el ceño y levanta la cabeza como para buscar a alguien. Después de un breve paneo mira fijamente al Rey Mago en la mesa de enfrente, no tan alejada, más bien cercana. Con los brazos cruzados, le hace una seña con sus dedos por debajo del codo para que se acerque. No pasa nada. Le chista, le guiña el ojo, estira su mentón y lo agita en dirección a un punto de encuentro, retirado del sector de comensales. No hay caso. El Rey Mago levanta su mano derecha y le indica que siga su camino, cual varita que dirige el tránsito en horario pico.


Cuando el joven está por llegar al baño se encuentra con una escena particular. Un hombre recrimina a dos mozos y los amenaza con traer al Ejército si insisten en no servirle otra copa. Como no podía ser de otra manera, está disfrazado de general.


─Los voy a meter en cana y ustedes van a tener que construir su propia celda ─los amedrenta.


Y la cosa suena ¡Ra, Ra, Ra, Ra, Ra!


La canción está por terminar cuando el joven de la furgoneta finalmente sale del baño y se dirige de vuelta hacia donde se encuentran sus amigos y su perro. Justo antes de sentarse todo queda en silencio por un segundo y, antes de que comience el siguiente tema, varios estallidos y un grito interrumpen la fiesta.


¡Paf! ¡Papaf! ¡Paffff!


 ─¡¡¡Qué locura es esta!!! ─grita un hombre calvo y de cintura prominente, mientras sostiene una empanada en una mano y a un bebé a quien llama "creatura" en la otra, al que pide le sostengan para ver lo que había pasado.


Cuando encienden las luces del local, los asistentes reparan en el faltante de globos. Hay pedazos de plástico regados por todo el piso, y todos son de un mismo color: amarillos. No quedó ni uno solo en pie. Reventaron inexplicablemente. O, quizás, alguien más los hizo reventar...


─Parece que tenemos un nuevo misterio ante nosotros, chicos ─murmura el joven recién vuelto del baño, mientras acomoda su pelo rubio y busca al dueño de la fiesta para ofrecerle sus servicios.


No pasa demasiado tiempo hasta logra reconocer al anfitrión, ya que lo ve tomar un micrófono para poner calma.


─Están todos bien, ¿verdá? ─pregunta.


Todos asienten. El joven se acerca para presentarse.


─Buenas noches, señor. Soy Fred Jones de Misterios S.A. y vengo a ofrecer mis servicios de investigación para resolver este misterio.


El anfitrión, un hombre mayor y de pelos rojizos, estrecha su mano y acepta un tanto contrariado.


─Yo había organizado esta fiesta para que todos supieran que yo nunca me fui y mire lo que pasó ─se lamenta─. ¿Usted puede resolver el misterio, verdá?


 ─Por supuesto ─asiente Fred, quien procede a presentar a todo su equipo─. Ellos son Daphne Blake, Vilma Dinkley, Shaggy Rogers y nuestro perro detective Scooby-Doo, pero puede llamarlo "Scooby".


Luego de negociar por unos minutos, finalmente llegan a un acuerdo por dos docenas de empanadas de carne y un crédito UVA. Años más tarde, Fred se daría cuenta de que con las empanadas hubiera sobrado y que un UVITA hubiera sido más conveniente que el préstamo bancario.


¡Chispas! Miren, chicos. Encontré una pista ─anuncia Vilma, acomodándose sus anteojos de altísima graduación, con lentes tan gruesas como la base de la extinta botella de vidrio de Mirinda Manzana (Q.E.P.D.)─. Es un pañuelo celeste ─señala.


En el salón la mayoría de los comensales se identificaba con el movimiento "pro vida", por lo que la lista de sospechosos es larga. La duda era quién tendría más razones para hacer estallar los globos amarillos, símbolo del macrismo a nivel nacional. La respuesta a esa pregunta reducía un poco el listado. Mientras tanto, Scooby y Shaggy olfatean los alrededores del lugar, hasta que dan con una carpeta tirada en el piso, cerca del baño de mujeres. Estaba debajo de un estante.


─¡Oigan! Aquí hay otra pista ─dice Shaggy.


─Vaya, vaya ─analiza Vilma─. Es una denuncia por corrupción contra... ¡usted! ─dice apuntando al pelirrojo dueño de la fiesta.


─Pe-pe-pero, ¿quién podría denunciarme de algo así, y en mi propia fiesta?


Los asistentes se acusan uno a otro con la mirada, todos permanecen en sus asientos menos una mujer, la misma que intentaba convencer al resto de su mesa sobre los nombres que tenía anotados en un papel, la Virgen María. Daphne se da cuenta y se apresura para seguirla, pero se ve interrumpida por un hombre delgado y de anteojos que le ofrece mostrarle todas sus historias de Instagram con las denuncias que hace cada semana contra el Gobierno provincial. Otra vez se escucha un estallido. ¡¡¡Paaaaff!!! El ruido venía de la mesa de los petisos que secreteaban hace instantes. Pero no era un globo. Una de las mozas de la fiesta le había dado una cachetada por intentar sobrepasarse a uno de los comensales, de ojeras y pelo corto y oscuro, que acompaña a los dos hombres. Se masajea la cara con una mano mientras intenta despejar su lugar de botellas y copas con la otra.


─¡Aquí hay otra pista! ─grita Fred desde la otra punta del salón─. Miren todos, son planos de Plaza Independencia, pero no está igual que ahora ─analiza.


Los hombres de baja estatura desaparecen inexplicablemente. En la mesa sólo queda el hombre que había recibido la cachetada de la moza, ahora acompañado de una gran cantidad de latas.


─¿A dónde se fueron? ─se pregunta Vilma.


─Algo muy extraño está ocurriendo aquí ─dice Fred, que se cruza de brazos y con una mano acaricia su mentón, pensativo.


Las horas pasan y los integrantes de Misterios S.A. no dejan ir a nadie hasta resolver el asunto. Vilma está en la barra, a punto de resignarse, bebe un trago junto al hombre disfrazado de general.


─El Ejército podría resolver este misterio, ¡yo puedo traerlo! ─le propone a Vilma.

El hombre lleva una carpeta bajo el brazo y de ella sobresale una pedazo de papel. Vilma ajusta sus anteojos y mira cuidadosamente. Es una encuesta. Entonces decide actuar.


─¡Un momento! ¿Qué es esto que lleva aquí, eh? ─le recrimina Vilma y le arrebata el pedazo de papel─. Esta es una encuesta de Aresco y dice que usted no llega ni al podio en las próximas elecciones. Según esto el ganador será... ¡usted!

Vilma se vuelve hacia la mesa familiar y apunta al hombre de bigotes.


─¡Conmigo no te metá, hermana! Yo no te he hecho nada a vo’. Yo estoy trabajando igual que todos ─se excusó.


─¡¿Por qué tenía usted esta encuesta que casi con seguridad encargó aquel hombre ─pregunta Vilma al general, refiriéndose al hombre de bigotes.


El general toma su carpeta y se echa a correr. Logra abrirse paso entre la multitud y escapa sin dejar rastro.


─¡Rayos! ─se lamenta Fred─. ¿Ahora cómo lo atraparemos?


Casi al instante, el hombre de bigotes se levanta de la silla e intenta correr, pero una antigua lesión producida por un accidente en bicicleta (según la versión oficial) se lo impide y cae al piso.


─¡Esta bien! Me descubrieron ─confiesa mientras lo atan─. Pero lo hice para ayudar a mis amigos.


─¿Qué amigos? ─pregunta Fred.


─Miren, ahí están ─dice y apunta hacia un pesebre viviente que nadie había visto al entrar al salón de fiestas.


─Ya me parecía extraño; Navidad fue hace cuatro meses ─repara Shaggy─. Oigan, ¿y Scooby?


El Gran Danés también había desaparecido de la escena del crimen. Después lo buscarían, ya que era hora de desenmascarar a los responsables de reventar los globos amarillos. Fred y Daphne se acercan al pesebre viviente y toman de sus brazos al hombre disfrazado de Rey Mago y a la mujer vestida como Virgen María. Los sientan y amarran juntos, cerca del hombre de bigotes que permanece en el piso y que, dicho sea de paso, había asistido a la fiesta usando un traje de presidiario norteamericano, de esos con franjas negras y blancas.


─Ahora sí vamos a ver de quiénes se trata ─se regodea Fred mientras se frota las manos.


Comienzan por la mujer disfrazada de Virgen María. ¡Zas! Al arrebatarle la máscara resulta ser una rubia que no deja de hablar de la revolución, pero no quiere terminar con el capitalismo. Habla incansablemente de corazones, pero no es cardióloga. Pide nuevos valores para la sociedad, pero no trabaja en la Bolsa. Le ponen una cinta en la boca y siguen con el siguiente prisionero, el Rey Mago.


¡Zas!


─¡Diantres! No puede ser ─replica Fred─. Por tu culpa pinché dos gomas de la furgoneta en una semana.


─¡Sí! Y la culpa es de la SAT ─contesta el Rey Mago.


─Vamos a ver quién está detrás de esta última máscara ─adelanta Vilma─. Estoy segura de que nos sorprenderemos...


¡Zas!


─¡¿Y tú quién eres?! ─pregunta Shaggy.


─Yo soy la mano derecha del Presidente ─responde─. Sin mí, los mercados confiarían en la Argentina y el dólar no podría subir como lo hace desde hace tres años. Y me hubiera salido con la mía de dividir al peronismo tucumano de no ser por ustedes, mocosos entrometidos.


─¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué arruinaron mi fiesta? ¿Acaso no se dan cuenta de que mucha gente no sabe que nunca me fui? ─pregunta indignado el anfitrión del festejo─ ¡Que alguien llame a la Policía!


Cuando ya todos se disponen a retirarse del lugar, y los integrantes de Misterios S.A. a cobrar sus dos docenas de empanadas, Scooby derriba la puerta principal y entra pintado de verde desde la cola hasta la punta de la nariz. Trae consigo un pedazo de madera.


─¿Dónde estabas, Scooby? ¿Quién te pintó? ¿Y qué es eso que traes en el hocico? ─pregunta Shaggy.


En ese instante entra corriendo el hombre disfrazado de general, que había escapado al ser descubierto portando encuestas ajenas. Detrás de él, tan sólo segundos después, la Policía.


─¡Devuélveme el bastón de mi padre, maldito perro! ─le recrimina a Scooby.


─Detengan a ese hombre, oficiales. Es sospechoso de ser cómplice de estos tres aquí aprisionados ─ordena Fred a los agentes de la Policía de Tucumán, que lo toman uno de cada brazo, lo atan y lo sientan a la par de los prisioneros que se encontraban sentados.


─Vamos a ver quién eres realmente ─dice Daphne.


¡Zas!


─Pero si eres... el hombre de bigote que comía sushi con su familia ─dice Vilma, atónita.


─¡Así es! y todos nos habríamos salido con la nuestra de despegarnos del Gobierno nacional de no ser por ese maldito perro.


─¡Scooby Dooby Dooooooooo! ─aúlla de alegría Scooby.

Todos ríen, hasta la Policía. El misterio está resuelto y ahora los jóvenes de Misterios S.A. pueden comer empanadas tucumanas y obtener un crédito UVA cuyas cuotas varíen conforme a la inflación. ¡Todos ganan! ¡Vaaaamos Argentina! ¡¡¡Vaaaaaaaamooooooooos!!!