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La Feria de Simoca, un paseo por el Tucumán profundo y único

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Los ranchos de paja y adobe albergan historias de varias generaciones de familias que encuentran en la Feria un modo de subsistencia y también una razón de vivir y celebrar sus orígenes.




De una u otra forma, llueve o truene, todos los sábados, la Feria de Simoca instala sus puestos desde hace más de 300 años. Leyó bien: hace más de tres siglos que está en pie. No es por nada que esta localidad ubicada a un poco más de 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán se denomine “Cuna de la Tradición y del Folklore”. Sólo basta llegar hasta la Feria un sábado cualquiera del año para descubrir el Tucumán profundo y algunas de las huellas identitarias de una cultura forjada entre las altas cumbres y el llano. Por estos días, además, la Feria vive el fragor de la Fiesta Nacional que lleva su nombre y la lleva a duplicar o triplicar los puestos de los productores de los más variados rubros. 

“La Feria es todo, la Feria es el Pueblo. Es nuestra identidad en la Provincia y en todo el país”, resume Mario Córdoba en el rancho de venta de especias que hace 35 años instaló su padre y ahora continúa él junto a sus dos hermanos. Hace falta recorrer apenas unos cuantos puestos y dialogar con sus dueños para confirmar lo que asegura. El corazón de Simoca late al ritmo de la Feria durante los sábados todo el año y va al galope durante las vacaciones de julio. Los puestos gastronómicos, que suelen ser 50, se multiplican por dos y por tres. Y los puesteros ya no son sólo simoqueños sino también de localidades aledañas que acercan su producción. Desde miel de caña hasta productos chacinados, pasando por frutas, verduras y ropa, hasta tejidos cotizados en el mundo y baratijas: todo esto y mucho más se puede encontrar en el evento que convoca a tucumanos y a turistas tanto nacionales como extranjeros. 

“Lo más importante de la Feria es que ofrece una salida laboral no sólo para gente de la ciudad sino también para tucumanos de otros departamentos. Aquí venden sus productos y es el lugar donde pueden tener un modo de vida honorable. Hay familias que llevan dos o tres generaciones trabajando en sus puestos”, comenta Ernesto Albaca, secretario de Turismo de Simoca, quien recorre cada uno de los ranchos con un poncho tucumano al hombro, abriendo paso entre la multitud y la humareda que comienza a despedir la larga fila de parrillas y ollas en donde se cocinan cabritos, cerdos, humitas y locro pulsudo para pasar el invierno.  

“La Feria creció mucho junto con Las Termas de Río Hondo. Muchos tours hacen una parada aquí de ida o de vuelta para hacer compras. Por otro lado, cada vez tenemos más visitantes de Córdoba, Santa Fe y del Litoral. Y también tucumanos que se fueron a vivir lejos y, cuando vuelven a la Provincia, quieren reencontrarse con los olores  y los sabores de la infancia, de la casa, con esos gustos que se van perdiendo en los demás lugares y que nosotros tenemos la suerte de resguardarlos en este santuario de la comida típica”, desgrana Albaca, mientras come una empanada sentado en una de las cientos de mesas del predio donde comienzan a escucharse las primeras zambas y chacareras que anticipan la fiesta en el predio “Mercedes Sosa”, que prestará el escenario a artistas emergentes y a los consagrados. Los Huayras, el Indio Rojas, Los Nombradores del Alba y Sergio Galleguillo son sólo algunas de las estrellas que integran la cartelera de shows con entrada libre y gratuita.       


Del infierno de lo igual a un pastel único

La globalización, de la mano de la tecnología, acortó distancias y nos llevó a lugares otrora inhóspitos. También posibilitó al mercado llegar a esos espacios para coparlos, desdibujar las fronteras y arrasar con las culturas locales. Según dice un filósofo que por estos días presenta un nuevo libro, nos sumió “en el infierno del igual”. En este contexto, las experiencias únicas cobran valor. ¿Qué buscan sino los ingleses, los alemanes, los holandeses o los italianos que visitan por la Feria de Simoca?. Sin ir tan lejos, hasta para un tucumano que vive en San Miguel es una experiencia singular reencontrarse con las empanadillas de cayote o batata; ver a los puesteros llegar con sus animales –alimentados a maíz- recién carneados o probar el pastel de novia del que quizá sólo había escuchado en las mesas familiares (con un poco de espanto) que lleva una extraña mezcla de carne, pelones y merengue. 

“La mayoría de las veces dejo que lo prueben y después les digo que tiene carne”, cuenta cómplice Teresa Margarita Biancheri, una de las manos más reconocidas de la Feria si de pasteles de novia se trata. La pasta del postre –cuya receta no revelará nunca en su totalidad- lleva carne hebrosa (de cerdo o vaca), frutos secos, azúcar, clavo de olor, canela, vainillín y un secreto: “mucho amor”

Sobre los motivos por los cuales es difícil conseguir este postre de origen árabe, pero de fuerte arraigo en Tucumán, la simoqueña que crió a siete hijos con sus habilidades culinarias ensaya una respuesta: “Yo le pongo todos los ingredientes que tiene de buena calidad. Ahora está cara la fruta seca. Y lleva un día entero hacer la pasta. La masa no, porque es casi igual que la pasta frola”, repasa llevando sus pensamientos a las largas horas en la cocina, a los sacrificios y también a las satisfacciones del oficio.

“Si no vengo un sábado, siento que me falta todo. Llevo un gran dolor conmigo, que es la pérdida de un hijo, y esto me reconforta, me da valor. La Feria también es todo para los simoqueños, de aquí vive mucha gente. Hay de todo, gente que trabaja bien, los chacinados, la carne faenada, el pollo vivo, animalitos criados con maíz en la casa, los huevos caseros: todo aquí tiene otro sabor”, resume ‘Doña Tere’ y se ríe por primera vez -cuando el grabador ya está apagado- porque su nuera, que la acompaña en el rancho, "no pisa la cocina". 

Un poco más allá, en otro puesto, Mario está detrás de pequeñas montañas de colores hipnóticos: el naranja, el amarillo, el verde más puro de la Tierra están sobre esos tablones. Son los colores de las especias que trae desde diferentes puntos de la Región. Pimentón, provenzal, ají molido, pimienta blanca. Hay para todos los gustos y los clientes de la familia Córdoba lo saben desde hace más de 20 años. 

“Todos los que vengan tienen que probar miel de caña, tabletas, alfeñiques, chacinados, los amasijos, empanadillas, albóndigas de maíz, dulce de harina y el famoso pastel de novios”, hace una lista rápida este fanático de Atlético Tucumán, que le gusta conversar con la gente que viene y que va para hacerlos sentir como en casa. 

Con un ademán que señala que lo que va a decir saldrá de algunos de esos lugares en donde sólo hay sinceridad, el coterráneo del Pulguita Rodríguez agrega: “A quienes nos visitan les damos todo lo que tenemos”. Y es verdad. 

Basta con sentarse a una mesa de la Feria para saber que en cada plato ‘pulsudo’ que preparan los simoqueños está su único tesoro: la cultura de un pueblo y las historias -colectivas y personales- que lo sacan adelante una y otra vez, cada sábado, desde hace tres siglos.