Top

¿Qué pasa en Chile? Es la Matrix, weón

OPINIÓN

Al otro lado de los cerros la crisis social crece. Violencia, inequidad, indolencia. El pueblo chileno sale a las calles y detrás, casi veinte años después, los militares.

Protestas en Santiago, Chile. (Crédito: Sebastián Mora)


Cambia el rumbo el caminante
Aúnque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño...

Una columna de humo se eleva por encima de la cordillera. Algo se está incendiando. Es una hoguera o acaso una bomba cuya mecha demoró años en alcanzar la pólvora. Muchos dicen que tardó tres décadas, tiempo que pasó desde el regreso de la Democracia luego de una cruenta dictadura que se cobró la vida de miles de personas ─incluida la del entonces presidente─, período oscuro que incluso hoy goza de aceptación en un amplio sector de la sociedad. Y esto algo tiene que ver con lo que pasa estos días en Chile, país que muchos políticos argentinos ─también tucumanos─ ponen como ejemplo a seguir, en donde el ejército volvió a las calles después de 19 años.

La suba de $30 en el pasaje de subte en Santiago (capital chilena), algo así como $2,50 argentinos, desató un estallido social. Pero quienes apoyan la causa que llevan adelante miles de jóvenes a lo largo de la nación trasandina insisten en que el aumento no es el problema, sino el modelo de gobierno que poco entiende de derechas e izquierdas. Desde 2010 que los mismos nombres ─de esquinas opuestas, pero no muy lejanas─, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, se prestan el bastón de mando. El problema no es la inflación, que en septiembre no registró variación alguna y que en 2018 acumuló 2,6%. Tampoco la grieta ideológica ─que tanto padecemos en Argentina─ parece ser la razón que enfrenta a ciudadanos y al Gobierno. Hay un hartazgo generalizado, más allá de la “bonanza” económica de la que goza uno de los países más estables de Latinoamérica. El problema es la desigualdad, es cómo se distribuye la riqueza desde hace por lo menos 30 años, cuando el dictador Augusto Pinochet decidió liberar el mercado. Aún hoy se discute sobre los alcances que tuvo su plan económico, al que se le atribuye la estabilidad de la que muchos chilenos sienten orgullo.

En Chile las rutas brillan, las autopistas están correctamente señalizadas. Casi todo es más barato que en Argentina: en algún momento la tecnología costaba la mitad que aquí, lo que impulsaba a muchos argentinos a cruzar la cordillera para hacerse del último modelo de TV LED (y mientras más grande mejor) o celular inteligente. Existen planes de pago más allá de las 18 cuotas máximas que nos ofrecen los comercios de este lado de los cerros. Las tasas de crédito, personales o hipotecarios, no alcanzan las dos cifras y se mantienen inmutables durante largos períodos de tiempo. En lo superficial, los vecinos parecen tener todo resuelto.

Sin embargo, en lo fundamental, hay serias falencias. Salud y Educación son, quizás, los mayores inconvenientes que acusan los chilenos, para quienes lo público no es necesariamente sinónimo de gratuito. Acceder a estos derechos, para muchos, es prácticamente una odisea; para otros, los que están fuera del sistema, es casi un imposible. La brecha salarial que separa a la clase trabajadora de la política y familias más ricas vuelve la cuestión aún más complicada; es que es abismal. Y esto se puede comprobar consultando datos de acceso a la salud, informes que arrojan una concentración de prestaciones de calidad para el quinto de la población más rica, mientras que el resto debe conformarse con un servicio estatal deficiente y que, sobre todo, no alcanza para cubrir la demanda. Lo educacional también pesa y, aunque se han generado reformas luego de grandes movimientos estudiantiles que hoy ven a sus figuras en el Congreso, como es el caso de Camila Vallejo, acceder a una educación de calidad es todavía una tarea pendiente. Ni hablar de estudiar una carrera universitaria: al oeste de Argentina no estudia el que quiere, sino el que puede, ya sea por el tamaño de la billetera o por el mérito propio de un rendimiento académico sobresaliente.



En los papeles, Chile es en la actualidad uno de los diez países con mayor desigualdad en el mundo. Según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 50% de los hogares más pobres poseen 152 veces menos riqueza que el 10% más rico (US$ 5.000 contra US$ 760.000), y 600 veces menos que el 1% más acaudalado (US$ 5.000 contra US$ 3.000.000).

El desglose por tipo de activos muestra una mayor inequidad en la distribución de los activos financieros, principalmente en los de renta variable. En 2017, el 10% de los hogares más ricos concentraba el 92,2% de las inversiones en acciones y fondos mutuos, participación en sociedades y fondos de inversión (activos de renta variable), y el 77,4% de los depósitos en cuentas de ahorro y depósitos a plazo (activos de renta fija). En cambio, los bienes inmuebles y los vehículos del hogar (activos físicos presentaban un menor sesgo: el 50% de los hogares menos favorecidos tenía el 7,7% del total de activos físicos; el resto se lo repartían, casi en partes iguales, los deciles sexto a noveno (43,7% del total) y el décimo decil (48,6%).



La violencia de las autoridades es extrema. Hay toque de queda en la mayoría de las provincias (conocidas como regiones) y se han confirmado ─al cierre de esta nota─ 15 víctimas fatales, sólo siete de ellas identificadas. Mientras los medios de comunicación informan saqueos y enfrentamientos de civiles con uniformados, las redes sociales se encargan de desvelar los abusos a los que son sometidos quienes se manifiestan en las plazas de forma pacífica, golpeando cacerolas, levantando afiches y flameando banderas chilenas. La gente clama "¡fuera milicos de las calles!". La respuesta no tarda en llegar en forma de gases lacrimógenos, golpes de porra y detenciones a mansalva; apremios de épocas pasadas. La seguridad no está garantizada.

Pobres reprimiendo pobres. (Crédito: Xavier Ascárate)


Hay un susurro que viene desde las profundidades y que se escucha cada vez con más fuerza. Una voz que sentencia que ya no están bien en el refugio los 33 y que necesitan, de una vez y para siempre, salir a la superficie y quedarse allí. En Chile, una gran parte de la sociedad se hartó de vivir a la sombra de las minorías más ricas, barridos debajo de una alfombra con ciertos beneficios para mantener la calma y generar la sensación de una calidad de vida mucho mayor a la de países vecinos. Una ilusión cuidadosamente creada para mantener a la población a raya.

Algunos podrán culpar al estreno del Joker por el desorden social, película que llegó a los cines de varios países con la advertencia de generar algún que otro hecho de delincuencia por su trama violenta. Algo un tanto absurdo. Lo cierto es que estamos ante algo más grande, una suerte de ultimátum al modo de vivir conocido hasta ahora. Hay gente que comienza a concebir al modelo actual como un placebo a punto de caducar. Estamos ante la Matrix trasandina, weón. Jóvenes en las calles luchando por terminar con el sistema vigente. Generaciones completas escupiendo la pastilla azul. Y si bien son varios los que aún no se animan a probar la versión roja, al menos ya conocen los efectos secundarios de la primera.

Protestas en Santiago de Chile. (Crédito: Karina Aliaga)


Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Pero no cambia mi amor
Por mas lejo que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente.


Lo que comenzó como una campaña para evitar el uso del subte, EVADE, hoy se transformó en un pedido desesperado a sus gobernantes para dejar de lado la indolencia, para ponerse en los zapatos de la gente que padece la inequidad. Personas que pueden comprar un celular de última generación, pero que no pueden mandar a su hijo a una universidad sin antes endeudarse hasta los dientes, o enfermarse y tener que viajar hasta la capital para atenderse con un especialista por costos irrisorios. No son treinta pesos; son treinta años. Y un día Chile despertó.