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El Guasón: cuando la normalidad es una locura

Opinión

La película, que es un éxito de público en los cines tucumanos, plantea una historia terrible y profundamente dramática que muestra la exclusión, la estigmatización y la violencia sobre lo diferente y lo divergente. Pero, en las salas, no faltaron las carcajadas: ¿de qué se ríen los que se ríen?

¿Cuánto drama se esconde tras la risa de El Guasón? (Crédito: https://www.elsoldemexico.com.mx)


Pasaron dos semanas y chirola del estreno del Joker y todo el mundo sigue manija. Es una película inagotable por donde la mirés, nada está ahí porque sí. Iré desglosando por parte las cosas que pude observar, las que leí por ahí y las que me hicieron ver amigues con les que hablé por audios estas semanas.

Para empezar, la cuestión filosófica, antropológica, política de base. Como todes saben, la historia está centrada en la vida del Guasón, personaje secundario y contrafigura de Batman. Pero no creo que este cambio de focalización busque dar vuelta la tortilla y poner de héroe a un antihéroe (aunque ya ni creo que esta categoría funcione), ponerle la capa de bueno al que era malo, invertir la lente dicotómica del bien y el mal, o simplemente victimizar al malo. Creo que busca algo más profundo, no se trata de esencialismos sino de lo que el (des)orden social establecido por los sectores de poder hace con los sujetos.

La película está ambientada en los años 60, en una ciudad Gótica (que rima con caótica) atestada por la basura, las ratas y una desigualdad social que da calambre, donde toda metáfora se anula cuando para la clase trabajadora la basura y las ratas son los ricos y viceversa, justo en la misma década en la que en la historia real se estaban visibilizando los grandes movimientos populares de minorías –mayoritarias-. ¿Casualidad? No lo creo. Creo que la película agarra el cambio de paradigma, de visión de mundo, sobre todo desde la historiografía, que se produjo en esa época y que por suerte no cesó de usarse, para ya no contar sólo la historia de los grandes héroes, sino la historia colectiva, las historias mínimas, de la gente común, de esos que estaban a la sombra de la historia, y contar ahora la historia de los que viven en el inframundo de las clases, y dentro de ese, otro más, porque siempre hay más fondo que tocar, y aún muy silenciado, que es el de la gente con problemas siquiátricos.

Más aún, la película no sólo muestra la violencia de la ciudadanía sino también la de un Estado abandónico, ausente e indiferente con el pueblo pero bien presente para las clases altas, basta observar la dedicación que le pone la policía a la búsqueda del payaso que mató a los tres chetos en el tren, ¡ah pero para invertir en salud pública para que el Joker tome su medicación, qué Dios lo ayude! ¿Les suena? El tema tiene tanta actualidad que duele, ¿o no?

Creo que la peli es antisistema pero no el Guasón, como lo era el otro protagonizado por Heath Ledger que sí era más anarco. El personaje no quiere ser un líder libertario, de hecho se declara apolítico en la última parte cuando está sentado en el programa de televisión con De Niro. Se trata de un sujeto desbordado por la crueldad de la (in)humanidad que termina de desatar los pocos hilos de contención que lo mantenían hacia adentro, inofensivo, un tipo al que el dolor le borra las varas y los límites, donde sólo suelta lo que recibió: ¿por qué la vida de otros valdría si desde siempre el mensaje que recibió es que la suya no vale? Vivir en un mundo donde lo normal es la miseria humana, el individualismo, la competencia, el darwinismo, hace que la normalidad nos parezca una locura, y en este sentido creo que la peli es un manifiesto, toda una declaración y un cuestionamiento a la idea de normalidad.

La cuestión de la imagen es otra gran cuestión, el uso de los colores no es deliberado, fíjense cómo al comienzo la peli es re oscura, en una paleta de colores fríos y después pasa a los ocres y los cálidos con el ascenso final del Guasón cual ave Fénix (o Phoenix, fíjense que hasta el apellido del actor que lo interpreta está en sintonía, nuevamente: ¿casualidad? No lo creo) cuando ya decide decir: “y boe, ya fue!”, hartísimo de sobreponerse. El color es un relato visual que acompaña el in-crescendo de la historia. La película tiene postales indelebles, llenas de estridencia, el movimiento del cuerpo, los bailes y las contorsiones, que nos hace pensar que en el horror también habita la belleza.

Y ahí se suma la cuestión de la música. Si buscan las letras de las canciones, la mayoría de los años 60, van a ver que la música, como el color, es un relato paralelo y a la vez complementario, otro lenguaje, otra forma de contar. Todas tratan sobre sujetos inestables, depresivos, al borde del suicidio, que experimentan con drogas, que se rebelan frente al sistema y a la idea de normalidad. Canciones que invitan a la resignación, como cuando baila en el living “That`s life” de Sinatra, que es a su vez la frase que dice siempre el conductor del programa que ve con la madre, siempre los medios como voceros del mensaje hegemónico para los excluidos: “así es la vida, bancátela”. Y la canción más polémica “Rock & Roll” de Gary Glitter, cuando el Guasón baila en las escaleras después de enterarse de que fue un niño abusado y ya tira todo al tacho, porque este cantante fue condenado por pederasta, pero otra vez: ¿casualidad? No lo creo, me parece que hasta ese detalle es significativo y suma a la incorrección e incomodidad del planteo general.

 Por todo esto que plantea la película, que es terrible y profundamente dramático, que muestra la exclusión, la estigmatización y la violencia sobre lo diferente y lo divergente, en mi contractura no cabía la posibilidad de la risa, otro gran tópico transversal e ineludible. Y sin embargo, el día que fui al cine, en muchas ocasiones, la gente se reía. ¿De qué se ríen? Me preguntaba por dentro, mientras nos mirábamos con mi amiga, atónitas y angustiadas. Creo que hasta en eso es una película sin fisuras, que sigue significando más allá de los límites de la cinta, que evidencia lo que pasa afuera, borrando la frontera de la realidad y la ficción, cuando percibís que ese colectivo humano amparado en la anonimia de la oscuridad se ríe de la diferencia, de la violencia, del dolor ajeno, como cuando el Guasón no puede dejar de reírse en el tren y se le van acercando los tres tipos que sabés que lo van a patotear o cuando simplemente aparece una persona con enanismo antes de que haga nada. Algunos me dijeron ante esto que la risa es una forma de descarga nerviosa de la tensión, y pensé que ese sería el mejor de los escenarios, y no que sea una risa acrítica.
 
Creo que es importante crear conciencia de que la risa es una herramienta de poder como es el lenguaje, que puede servir para liberar pero también para oprimir, que la risa es política, ideológica y también hegemónica, que nos han disciplinado también para reírnos de ciertas cosas. Pero sobre todo creo que cualquier obra de arte que te movilice a este nivel de no poder dejar de hablar de eso, aunque digan que es una operación publicitaria -que no niego-, que te haga pensar todas estas cosas, y más, pero que no sigo desarrollando porque sino no me voy más, no va a cambiar el mundo, pero sin lugar a dudas sí va a hacer que nosotres lo cambiemos.