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La caída del faraón Macri

Opinión

De la ira al perdón y de la culpa ajena a la propia, la gestión presidencial vive momentos críticos y parece pronta a derrumbarse. El momento en que la realidad se impone a las ficciones del discurso.

La esfinge macrista levantada con el sudor de la clase media.


El domingo los argentinos votaron. El lunes, la inmensa mayoría amaneció un 30% más pobre. Una reducida - reducidísima- minoría un 30% más rica, entre ellos, los miembros del gabinete económico del actual gobierno nacional con sus activos en dólares. Ese mismo lunes, pero a la tarde, el Presidente Mauricio Macri culpó a los votantes de la debacle en los mercados y la subida estrepitosa del dólar. A la oposición, encabezada por Alberto Fernández y Cristina Kirchner, que se impuso por más del 47% de los votos, le exigió una autocrítica. El míercoles por la mañana, Macri pidió disculpas por sus dichos del lunes aduciendo que estaba triste y sin dormir tras la derrota electoral. También anunció medidas económicas: $2000 por mes hasta fin de año para los empleados registrados, un bono de $5000 para empleados estatales y miembros de las fuerzas de seguridad, congelamiento en el precio de los combustibles, entre otras. Hubo al menos 15.000 tucumanos que muy probablemente no hayan tenido tiempo de escucharlo porque eran parte de una fila de dos kilómetros para cubrir 500 puestos de trabajo en un supermercado en Yerba Buena. En el medio, cientos de memes, miles de preguntas, pocas respuestas. 

La iracunda performance presidencial del lunes fue un claro mensaje aleccionador a la mayoría de la población que optó por no votarlo en las elecciones primarias. Con un dólar que experimentaba el mayor salto desde la salida del cepo cambiario, la culpa recaía en la falta de confianza que despertaba la formula peronista ante los ojos del mundo y en todos aquellos que habían cometido la negligencia de votarlos. El viernes, en plena veda electoral, muchos de los diarios más importantes del país (siempre los mismos) habían anunciado un festejo anticipado de los mercados ante un posible buen desempeño electoral del oficialismo con una suba del 7% en la bolsa de valores, una caída del 3% en el riesgo país y un dólar estable. Todo parecía indicar que, tarde pero seguro, el mentado segundo semestre y las lluvias de inversiones finalmente empezaban a llegar después de tres años y medio de gestión. Y con un singular sentido de la oportunidad: a 48 horas de las elecciones. ¿Qué pasó entre el viernes y el lunes? Los contundentes 15 puntos por los que se impusieron los Fernández en todo el país con excepción de la provincia de Córdoba no hicieron más que revelar la ficción de las encuestas y de los medios que las replicaron. Para el Macri enojado, lo que pasó fue el kirchnerismo. 

Ningún ciudadano de a pie conoce ni sabe exactamente cómo funciona el mercado, esa entidad fantasmal que vino a cachetearnos el lunes por ejercer la voluntad popular el domingo. Especie de Frankenstein tirano y desbordado que el Presidente asegura no controlar, pero que, casualmente, no simpatiza con la oposición al actual gobierno. Tras el revés electoral, Macri ha perdido poder; el poder más legítimo que ofrece  la democracia, el que se gana y se sostiene en las urnas. Pero no necesariamente el control, así lo aseguró Miguel Ángel Pichetto: “el Presidente está en control”. Las lecturas más inocentes de la realidad pueden especular con que Macri haya perdido el gobierno (sí, él sigue siendo el Presidente) en manos de la voluntad opresora del mercado, por impericias y falencias propias, claro está. Pero otra lectura dirá que el mercado se ha convertido en su golem al que utiliza con fines proselitistas, última y desesperada carta jugada de cara a octubre. Hoy, el ex Presidente del Banco Central, Martín Redrado, confirmó esa hipótesis al asegurar que fue decisión del gobierno no intervenir en la suba de la divisa. En cualquier intriga de tipo detectivesca o policial, los investigadores indagan en quienes han resultado beneficiados por el crimen. Por caso, en las primeras horas del lunes y sin moverse de sus mullidos asientos,  los principales representantes del equipo económico oficialista embolsaron 368,5 millones de pesos con la devaluación, según informó el diario Página 12 tomando como referencia sus declaraciones juradas.

La estrepitosa caída electoral de Juntos por el Cambio huele a fuga y esa fuga a la del Negro Atila en la canción de los Redondos de Ricota. Si la derrota pudo leerse con claridad en el rostro de Macri y compañía la misma noche del domingo, también se vislumbró en la reacción casi refleja de algunos de sus principales soldados mediáticos como Luis Majul y Eduardo Feinmann, entre otros que, de pronto, asumieron una postura crítica respecto a la gestión presidencial. Tarde, pero al fin, los periodistas posaron sus incisivas miradas en el presente de los argentinos. En una actitud que parece no responder a un acto de lucidez tardía sino más bien al comportamiento de esos perros que, viendo que el sol alumbra en la vereda del frente, se cruzan para echarse donde hace más calor. Nada nuevo ni extraño a su naturaleza. 

Desde el bunker electoral, en el momento mismo de reconocer la derrota, Macri cerró su lacrimógena alocución mandando a los argentinos a dormir. Pero pareció no hacer caso de su propio consejo. El miércoles, sin la espontaneidad del discurso en vivo, el que volvió a aparecer fue aquel Macri zen que, allá lejos y hace tiempo, llegó al gobierno como una especie de líder taoísta que venía a imponer la paz y el diálogo entre los argentinos divididos entonces por la famosa grieta. Y si bien su conferencia de prensa del lunes había sido por la siesta, se escudó en la falta de sueño de la noche anterior y pidió disculpas por su encendido y desentendido discurso. Luego, anunció una serie de medidas que, lejos de proponer soluciones de fondo, suenan a pan duro para hoy y hambre para mañana y pasado y vaya uno a saber cuánto más. Nada que anestesie por mucho tiempo al Frankenstein desbocado del mercado. Apenas unos parches económicos que servirán de placebo a la clase media y que se parecen bastante a las soluciones populistas que tanto supieron criticarle al gobierno kirchnerista. El gobierno que llegó para acabar con los planes sociales se retira regando la huida de planes sociales. Una limosna de ricos con culpa que no admiten esas culpas en público. Una leve caricia, aunque nada significativa para nuestros bolsillos. 

Si hay una grieta que permanece más abierta que nunca, esa es la que separa al discurso macrista de la realidad. Mientras el Macri bueno y bien dormido asumía un esbozo de autocrítica y un tono conciliador -que incluyó una conversación con Alberto Fernández- , desde su fuerza electoral le soltaban el lazo y el bozal a su talibana más feroz e indómita: la diputada Elisa Carrió. Primero fueron denuncias sin fundamento de fraude y después frases de tono bélico como: “No nos van a sacar de Olivos los que nos quieren mover, nos van a sacar muertos, ¡pero no nos van a sacar!". Si la intención manifiesta es llevar calma y no despertar la angurria feroz del mercado, lo de Carrió, lejos de la mesura que este momento histórico exige, es como soltar a un elefante rabioso en una cristalería. A los que problemente sí calmó fue a los macristas  que no votaron porque están disfrutando del verano europeo. Toda una declaración de principios. Se trata de la irresponsabilidad institucional a la que ya nos tiene bastante acostumbrados. Ni nuevo ni extraño a su naturaleza.

Los que seguro no durmieron en estos días fueron los miles de tucumanos que buscan laburo y estuvieron la noche guardando un lugar en la descomunal fila que se extendía por la avenida Perón, frente a los opulentos bares y restaurantes de Yerba Buena, el municipio con más votantes de Juntos por el Cambio en la provincia. Imagino que la sorpresa se habrá apoderado de los defensores del cambio al enterarse que la fila no era por un plan o por un bolsón, sino que buscan un trabajo y un futuro. Imagino que habrán dejado de pensar que la gente no quiere laburar o que prefiere vivir del Estado y  tantos otros de los lugares comunes del relato clasista cambiemita. Un elocuente baño de realidad al que no deberían permanecer indiferentes. Ni ellos, ni ninguno de nosotros. En estos tiempos primó el individualismo y la imposbilidad de sentir empatía por el otro, en quien todavía muchos ven un enemigo. El daño del liberalismo bestial no sólo es material, también subjetivo.

Todo se hace cuesta arriba en lo que parece el tramo final de la gestión macrista. En la parte más autocritica de su alocución del miércoles, Macri reconoció el hastío, el cansancio y la bronca de la mayoría que no lo votó el domingo. Dijo que les exigió mucho, tanto como trepar el Aconcagua y que eso provocó enojo. Como un faraón egipcio que manda a construir su propia esfinge, el esfuerzo recayó sobre los de más abajo, los que con sus fuerzas cargaron sobre sus hombros los pesados ladrillos de una obra a la cual nunca disfrutarían, simplemente, porque ahí no hay lugar para ellos. Nunca lo hubo. Una de las mayores victorias del discurso macrista en la batalla cultural fue la de convencer a muchos de que su propio sacrificio era necesario para construir la esfinge ajena. Muchos se autoesclavizaron. Muchos creyeron en el relato de que no se merecían comprar un teléfono celular o irse de vacaciones fuera del país, como había anunciado Javier González Fraga. Muchos todavía creen el cuento de que están pagando los gastos de la pasada fiesta kirchnerista, lo dicen y lo repiten con las espaldas dobladas por los pesados bloques de concreto de la esfinge macrista. Muchos ahora dijeron basta. Muchos que sufrieron la ira del faraón. 

El derrumbe final parece cada vez más cerca. Se sabe, las esfinges son opulentos símbolos de poder, pero también son tumbas.