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Nuestra Eva

OPINIÓN

La influencia de Eva fue mucho más apreciable en Perón que la de Juan Domingo sobre ella. Por primera vez, la mujer del presidente no era la “primera dama” insulsa que casi siempre fue, sino una mujer de carne, hueso sangre y fuego.| Por Antonio Leone

Eva Perón, a 100 años de su natalicio.


Nacimos en la política en los convulsionados ‘70.

Catorce o quince años, los mayores no más de veinte, movilizados (tal vez sin ser conscientes) por los vientos mundiales de revolución y conmovidos por la pobreza que se extendía en la provincia tras el nefasto gobierno de Onganía y el cierre de once ingenios.

Veíamos crecer las villas donde antes andábamos robando naranjas o chupando caña en nuestras aventuras de días soleados.

En esas prefabricadas precarias, en el rincón más íntimo de las casas, desafiando la prohibición y proscripción, junto a la Virgen María o el Sagrado Corazón de Jesús, había una imagen, amarillenta, de contornos borrosos por el tiempo: la de Eva Perón.

En esos tiempos, donde estaba prohibido todo (hasta lo que hacíamos de cualquier modo) era muy difícil encontrar libros o revistas que respondiera nuestra curiosidad; ¿Quién era esa mujer? ¿Quién era Eva? ¿Qué era el peronismo? Y ¿quién fue Perón?

Era materia prohibida, temida o despreciada por la mayoría de nuestros padres, de incipiente clase media.

En esa búsqueda, recorríamos las librerías de los Estrella, la de los Bernasconi o los locales de venta de todo usado, como el del Turco Mustafá.

Encontramos varios libros, de Perón, de Scalabrini Ortiz, Jauretche, Marechal, Cook entre otros, pero fuera de alguna ajada edición de “La Razón de mi Vida”, sobre Eva no había nada.

Pero el amor incondicional de su pueblo con las tradiciones orales y aquellas lecturas modelaron una Eva en nuestro imaginario, de los cabellos al viento que toma la capital del país oligárquico por asalto, desafiando a las Damas de Beneficencia, a la Sociedad Rural con olor a bosta, al Ejército y a la Curia al mismo tiempo.

No comprendimos cabalmente la relación simbiótica entre Eva y Juan Domingo Perón hasta mucho tiempo más tarde, tal vez por eso tampoco comprendimos completamente a Perón. Sin esta simbiosis, el peronismo nunca hubiera sido ni lo que fue ni lo que es.

Pero sin duda, la influencia de Eva fue mucho más apreciable en Perón que la de Juan Domingo sobre ella. Por primera vez, la mujer del presidente no era la “primera dama” insulsa que casi siempre fue, sino una mujer de carne, hueso sangre y fuego. Una actriz política de primer nivel, sólo comparable al mismo Perón.

Nuestra Eva era la de los discursos combativos, “la patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas”, la que proféticamente exigía el fusilamiento de los contra revolucionarios; “si no los fusilamos a ellos, ellos nos fusilarán a nosotros”, la Eva que compró armas para entregarlas a los trabajadores y que llegaron cuando ya había muerto, por lo que Perón se las entregó al ejército que las usó para matar a su pueblo.

Recogimos su nombre pero no la llevamos a la victoria.

El cadáver de Eva Perón continúa en alguna manera desaparecida. Era tal su potencia revolucionaria que Perón, que transitaba la última etapa de su vida al recuperar sus restos y que estaba tratando de tranquilizar al país que gobernaba, prácticamente la ocultó, no hizo ninguna denuncia sobre los horrores que cometieron quienes secuestraron y e hicieron desaparecer su cadáver y las ceremonias fueron casi íntimas.

Eva sigue siendo la que le dio dignidad a los humildes, la que estableció de una vez para siempre que donde hay una necesidad hay un derecho.

Ella fue el Alma del Movimiento Nacional.

Eva Capitana, Evita compañera.