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El tucumano, dos años de periodismo sobre patines

OPINIÓN

En una provincia donde hay muchos más periodistas que medios, el tucumano ha llegado para sumar voces, miradas y rostros nuevos a la compleja cartografía de la tucumanidad. La celebración del periodismo libre y sin tabúes.


El día que me llamaron para ser periodista de el tucumano el diario todavía no existía. La redacción era entonces un local con algunos escritorios, un par de sillas y un gran televisor en la pared. No había nada más. Todo estaba limpio, vacío y por hacerse. La entrevista, que nadie que haya pasado anteriormente por experiencia similar se atrevería a calificar como laboral, consistió en la proyección de un videoclip en la que dos tipos bailaban funk sobre patines con plasticidad, gracia y bastante destreza. La consigna fue tan sucinta como extraordinaria: emular a los bailarines y patinar. El pedido, dirigido a alguien tan poco agraciado para las artes coreográficas como yo, sólo podía entenderse a manera de metáfora. No hubo entonces más explicaciones ni instrucciones: como quisiera o como pudiera, había que andar y hacer el camino. Y anduvimos. Y en ese baile anda el tucumano hace ya dos años. Y ese andar hoy se celebra.


En este oficio pocas frases se repiten de manera tan dogmática como aquella del gran Rodolfo Walsh que reza: “El periodismo es libre o es una farsa”. Y aunque esas palabras se siguen replicando como una letanía, lo cierto es que, en términos generales, hoy el periodismo está más cerca de la farsa que del ejercicio irrestricto de la libertad. Las causas son múltiples y conocidas: cada vez son más los medios que achican sus redacciones dejando a muchos periodistas sin trabajo y obligando a otros a trabajar en condiciones cada día más precarias. En otros casos, la libertad, antes que libertad de expresión, es más bien libertad de mercado y lo que se restringe es la posibilidad de decir o de denunciar cuando los periodistas se ven encorsetados por la línea editorial de la empresa para la cual trabajan. Entonces se dice a medias, se dice con sordinas y con el miedo latente de quedarse después sin laburo. Muchas veces, esos condicionamientos no se limitan sólo al qué decir, sino al cómo se dice lo que se quiere contar por un exceso de puritanismo que se traduce en un lenguaje demasiado pacato e insulso; ajeno por completo a las modulaciones de lo que la gente dice en las calles, en los bares o en las canchas de fútbol. ¡Ay los fanáticos de la Real Academia, férreos defensores del idioma que nos protegen de las subversivas incursiones del lenguaje inclusivo! Si Roberto Arlt viviera, se pegaría un corchazo ante la posibilidad de que lo internasen en alguno de los nosocomios de nuestra prensa.


En ese contexto y en una provincia donde hay muchísimos más periodistas que medios en los cuales se puede ejercer el oficio de manera, cuanto menos, digna, el tucumano ha llegado como una bocanada de aire fresco. Y la clave está en esa libertad tantas veces proclamada y tan pocas veces ejercida efectivamente en muchos de nuestros medios. Libertad de decir aquello que se quiere decir, de la forma en que se lo quiere decir. En estos dos años que el diario lleva transitados se han podido tratar temas que han sido históricamente tabú en nuestra sociedad: la experiencia traumática del aborto clandestino en el relato de sus protagonistas, la lucha de los que reclaman la legalización del cannabis, las historias de los y las tucumanas que practican el intercambio de parejas, sólo por mencionar unos cuantos entre tantos otros. Se ha sumado un coro de voces, miradas y rostros nuevos a esa cartografía de la tucumanidad que es muchísimo más compleja que la postal de la Casa Histórica y acaso las mejores empanadas del planeta. Se ha generado una tribuna abierta a las opiniones y al debate. Se han contado diversas historias antes no contadas. Historias que han movido al llanto y a la risa, que han retratado triunfos y también fracasos. No es poca cosa, aunque quede todavía mucho más por contar y por decir.


El tucumano cumple dos años andando, haciendo camino. Por mi parte, he ido y he vuelto de la redacción sin sacarme nunca los patines. Parafraseando al gordo Troilo: ¿quién dijo que me fui? Si siempre estoy llegando. Bailar, patinar, mirar, contar, pensar, opinar. Simplemente, hacer el periodismo que a uno le sale, como mejor le sale. Esa libertad se agradece y se festeja.