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El carnaval o la guerra

Un análisis de la feroz competencia entre los bailes carnavaleros de la provincia.

Cada carnaval tiene su propia identidad, independientemente de quién toque en cada club, como lo muestra esta captura del documental "Ranchillos, capital del carnaval".


Los rostros camuflados de colores que se entremezclan y los sorpresivos ataques de nieve artificial le dan al carnaval una atmósfera bélica inocua, donde la única arma suele ser el rifle AK-47 pintado en el keytar (ese teclado que se usa colgado como una guitarra) de Pablo Lescano, el líder de Damas Gratis.  El carnaval es la fiesta que el pueblo se da a sí mismo, decía con muy buen tino Goethe. Y eso que este alemán del siglo XVII nunca vio un recital de “La Mona” Jiménez en Ranchillos. No cabe duda de que los bailes de carnaval son las fiestas más inclusivas y populares de la provincia. La treintena de miles de personas que suelen ir en procesión al show del cantante cordobés no hace más que confirmarlo. Eso, pero además el hecho de que los bailes se hayan extendido de enero a marzo en los últimos años. Detrás de ese gran desborde de alegría, pinturas, cervezas y cumbia hay también un enorme negocio que suele generar una competencia, muchas veces, feroz que incluye la lucha por tener a los artistas del momento y acciones de guerra psicológica.

En los últimos diez años el carnaval del club San Antonio de Ranchillos se ha masificado y consolidado como la fiesta carnavalera más importante de Tucumán. Por la gran cantidad de gente que convoca y por los artistas que transitan por su escenario; aquellos músicos que suelen estar en la cresta de ola, la mayoría de las veces efímera, de la llamada movida tropical. En ese crecimiento que experimentó el carnaval de Ranchillos mucho tuvo que ver la participación de la productora Horizonte Producciones durante los últimos siete años en la confección de la grilla musical.  Antes, cerraba el carnaval el artista folclórico “El chaqueño” Palavecino. Con la productora, comenzó a hacerlo la deidad máxima del cuarteto “La Mona” Jiménez, en lo que significó la vuelta a los escenarios tucumanos para el cantante cordobés luego de una tumultuosa y escandalosa presentación en la Fiesta de la Empanada, en Famaillá en el año 2006, que terminó con una batalla campal. El auge de Ranchillos como el carnaval principal de los tucumanos, al ser uno de los eventos más convocantes de la provincia, también supuso algunos problemas como el de los accidentes de tránsito que suelen generase en tiempos de carnaval en la ruta que une a la ciudad con el pueblo. En todo caso, la seguridad vial no es una responsabilidad que recae en los organizadores de los bailes, pero tampoco las autoridades provinciales han brindado una solución efectiva.

Claro está que el de Ranchillos no es el único carnaval de la provincia, siempre tuvo y tendrá competencia. Estuvieron y están los bailes que se hacen en el Club Social Lastenia, en Argentinos del Norte y El Maestro (Club Deportivo Cruz Alta), Julio López (en San Pablo), Floresta y en el complejo del club San Martín de Tucumán; sólo por mencionar a algunos de los más renombrados. Las carteleras cambian conforme a los productores que estén al frente del baile de cada club, por ejemplo, Rubén Campero tuvo y aún tiene una presencia destacada en la movida cumbiera de la provincia. A su nombre se han asociado ídolos de la talla de “El Potro” Rodrigo, Walter Olmos y los mexicanos Los Bibis. Cada año, con cada nuevo carnaval, la pugna por ser el baile más convocante ha llegado a tornarse tan virulenta que incluye acciones de guerra psicológica. Hace ya varios años alguien hizo circular el prejuicioso y malintencionado rumor de que en Ranchillos había una banda de travestis que atacaba a los espectadores con jeringas infectadas de HIV.  Pero, sin dudas, la más famosas de estas acciones fue la historia esotérica que contaba el encuentro entre “El chaqueño” Palavecino y el propio diablo. Según el cuento en su versión más elaborada, el folclorista salteño le había contado a Mirtha Legrand en su programa de televisión que había visto al diablo entre el público en los carnavales de Ranchillos. Fue el mismo rey del averno quien le anunció que ese año allí ocurriría una terrible tragedia. No sólo no hubo catástrofe, sino que el club San Antonio capitalizó el rumor e incorporó a un diablito sonriente como imagen representativa de sus carnavales.

La pregunta es cómo quedará ahora el mapa tucumano de los carnavales con el traslado de los artistas que iban a actuar en Ranchillos a Central Córdoba. ¿La gente cambiará también de carnaval? Me animaré a vaticinar una respuesta a este interrogante: cada carnaval tiene su propia identidad, independientemente de quién toque en cada club. Hay en cada carnaval una esencia que va más allá de los hectolitros de cerveza que se consumen y de la música que suene de fondo para animar la fiesta. Por caso, la marca registrada de Ranchillos es la pintura que tiñe los rostros y que hacia el final de cada baile termina por unificar a todos en un color ocre. Hay, creo, en la elección del club donde uno carnavalea una fidelidad que se parece al sentimiento por un club de fútbol y nadie en su sano fanatismo cambia de club porque cambien los jugadores o el director técnico. Los hinchas del carnaval seguirán yendo, toque quien toque. Creo, incluso, que Ranchillos puede convertirse a partir de ahora en un evento que potencie a los músicos tucumanos del género. Hay una movida cumbiera que se está abriendo espacios hace ya un tiempo y que si le prestamos más oídos tal vez crezca aún más.

Sólo nos queda esperar, como yo espero cada carnaval desde la primera vez que fui a Ranchillos hace ya varios años. Espero entonces, con la alegría de saber que ya falta menos y la certeza de que hay convicciones que no se negocian.