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Cómo olvidarme de aquel día: el 6 a 1 a Boca, mi primer recuerdo

HISTORIAS DE ACÁ

El primer beso, la primera caída, el primer gol... La memoria obra de manera desconocida para muchos, pero no para este fanático de San Martín cuyo primer recuerdo en la vida fue aquel domingo 20 de noviembre de 1988. Un viaje en el tiempo a la tarde de un día inolvidable.

Gabriel Sanzano, con su primera camiseta de San Martín.





Tengo un pequeño privilegio: gozo de la capacidad de tener recuerdos desde épocas muy tempranas de mi vida. Muchos no me creen, dicen que es mentira, que estoy inventando o que alguien me lo debe haber contado. Pero no, juro que no, son recuerdos genuinos, reales, no siempre tan nítidos, pero sí precisos. Son flashes desordenados y, a veces, sin lógica. En muchos casos no tengo en claro qué sucedió primero y qué después.

En otros, puedo saber con exactitud todo el itinerario de alguno de mis días a mis 2 ó 3 años de edad: por ejemplo, más de una vez podría asegurar “aquel sábado fuimos a la casa de tal, festejamos el cumple de cual y después fuimos a la cancha”, porque lo que sí es seguro es que el factor común en cualquiera de mis recuerdos es que está, de una u otra forma, relacionado con San Martín.

Por si fuera poco a esta locura inservible he logrado darle una vuelta de tuerca más, y estudiando la historia de San Martín he logrado identificar mi primer recuerdo. Sí, tengo la certeza de que es lo primero que, cronológicamente, se guardó en mi memoria. Puedo asegurar que empecé a guardar cosas para siempre exactamente hace 31 años.

Era domingo 20 de noviembre de 1988, tenía dos años, seis meses y 12 días. San Martín jugaba en La Bombonera. Tengo la certeza de que ese fue mi primer recuerdo porque de las anteriores 9 fechas del campeonato no me acuerdo nada. No hay registros en mi cabeza de la final en Chaco, ni de la primera fecha ante Instituto, ni del debut del Bati en Ciudadela, tampoco de los de aquel triunfazo ante el Racing puntero invicto con Fillol y Rubén Paz, ni de la derrota injusta ante River una noche en la que Balbo hizo un golazo y la cancha explotaba. Sé con fidelidad absoluta que mi disco rígido interno empieza a funcionar ese domingo 20 de noviembre porque, como dije, sin San Martín de por medio no hay recuerdo.

Tal vez todo esto confirma la teoría de la memoria selectiva: si yo hubiese podido manipularla de manera consciente hubiera elegido ese momento exacto para empezar a escribir el diario de mi vida.

Ese domingo, como casi todos los de mis primeros 12 años de vida, fuimos a almorzar a lo de mi  queridísima madrina: mi tía Marta. Ahí también vivía mi abuelita Blanca. No era una casa cualquiera: tenía un patio grande para jugar, una terraza con arquitos de fútbol y una farmacia en un local que daba a la calle Chacabuco al 100. También estaban mis primos, que siendo unos cuantos años más grandes, se encargaron de que esas tardes fueran divertidas.

En la farmacia laburaba mi viejo, quien cubría los turnos, como un cuarto laburo para pelearle a la crisis económica con la híper inflación golpeando la puerta. Y ahí mismo tenía la radio encendida para seguir el encuentro contra Boca. Hoy, en tiempos donde podemos ver en vivo y directo desde cualquier lugar del mundo un partido jugado casi sin público en Tandil, nos parece inverosímil pensar una época donde ni siquiera Boca iba por la tele. Pero así era y allí estábamos igual. Agudizando el oído y confiando en las exageraciones del relator de turno.



En la previa, mi prima Silvina le agregaba una faja amarilla a mi remera azul, solo para fastidiar a mi papá que un rato después no pararía de gritar goles mientras el resto de la familia completa (hasta los menos futboleros) empezaban a rodear la radio sin poder creer lo que sucedía.  Fueron 6 gritos. Yo los recuerdo como si fueran miles: “¡Gooooollll!”, “¡Gooooollll!”, “¡Gooooollll!”, “¡Gooooollll!”, “¡Gooooollll!”, “¡Gooooollll!”, una y otra vez. Cierro un poquito los ojos y recuerdo la voz de mi papá que, exultante, que me decía mientras me alzaba: “Les estamos haciendo Cinco”.

Para entonces, mi prima ya me había cambiado la vestimenta y el rojo y blanco predominaba en mí.

Con los años vi ese partido decenas de veces. Tampoco olvido la primera vez que lo agarré por la tele. Debo haber tenido ocho o nueve años. Lo presentaba Alejandro Fabri en TyC Sports en un programa que pasaba partidos viejos. Estaba con mis amigos del barrio Piedrabuena que eran de Boca y River, pero que jamás habína pisado una cancha. Creo que los obligué a verlo entero.

Mi primo Mauricio lo tenía grabado en VHS. Cuando iba de visita, algunas veces lo poníamos y lo veíamos entero. Aprendí de memoria las frases despectivas de Mauro Viale: “Es un equipo ofensivo parece, no lo conocemos, lo vemos, enprincipio, ahora”, luego del segundo gol: “Qué sorpresa fue, Enrique (Macaya), este pelotazo”, después: “Lo podrá creer San Martín haciéndole tres a Boca” o con la goleada consumada: “Ahí vienen de nuevo, son tres o cuatro petardos”. Con el tiempo he estudiado algunos detalles viendo las imágenes, uno de mis preferidos es cuando “Pichón” Juárez copa la parada ante Juan Simón (y varios rivales más) luego del patadón que le pega a Troitiño. Recomiendo leerle los labios.

Hoy, todavía y cada tanto, saco el celular de mi bolsillo y le doy play en You Tube: mientras pasan las imágenes que conozco a la perfección viajo en el tiempo a aquella farmacia, a esa terraza, y también a aquel barrio Piedrabuena. Tal vez esta “virtud” inservible, este talento para recordar cosas que a nadie le importa, a mí me haya servido para construir el recuerdo de una infancia feliz, porque hace 31 años, San Martín empezaba a ser el pilar de mi memoria, y tal vez para eso sirva todo, para recordar la alegría de mi viejo, la broma de una prima, la farmacia de una tía, la casa de una abuela.

Tal vez sin San Martín no recordaría nada, tal vez sin ese 6 a 1 las cosas sería diferentes. No lo sé. Pero yo por las dudas, cada tanto, pienso en esa formación inolvidable. Los nombro uno por uno para sigan grabados por siempre: Yelpo;  “Cococho” Jiménez, “Pocho” Moreno, “Pichón” Juarez y Dante Unali; “Tuta” Torres, Musladini y Jacinto Eusebio Roldán, Troitiño, Jorge López y Vidal González. Y en cada nombre están el barrio, los amigos, mi vieja, mi viejo, mis hermanos, mis primos y tíos. Está la farmacia, están las navidades, los años nuevos. Mis abuelas, mis escuelas, La Ciudadela, la radio, la tele. En ellos está mi primer recuerdo y con él, todos los demás.

La tapa histórica de la revista El Gráfico, un recuerdo imborrable para el Pueblo Ciruja.