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San Martín y las consecuencias de la fiesta inolvidable

ANÁLISIS

El Santo dejó todas las luces en el Monumental y la celebración de los hinchas no fue completa: qué pasó durante la semana y por qué sorprende esta derrota.

Titulares y suplentes unidos en la salida del equipo. FOTO CASM Oficial.





No es la primera vez que te pasa, pero era la primera vez en Primera. Y como tal merecía la ocasión, sí, vos, vos y vos también fuiste parte de la fiesta inolvidable que se vivió en Tucumán. Desde que Tino Costa puso el pie en el arco de la Chile, sólo camisetas rojas y blancas se vieron durante la semana. Vos te la pusiste para desbordar las calles de Ciudadela a la espera de los jugadores. Vos te la dejaste para ver las repeticiones de Fox desde esa misma madrugada. ¿Cuántas veces gritaste los goles? ¿Cuántos resúmenes viste? ¿Cuántas veces te fijaste cómo el remate de Gonzalo le fue a parar justo al que puso el 3 a 2? ¿Cuántas veces usaste los tres dedos? Insaciable como cuando la fiesta se pone buena, le llenaste la galería de memes a tu amigo y te volviste a poner la camiseta el lunes para salir a la calle y contarles a todos quién manda en la provincia. Todo eso, todo lo vivido, todo lo brindado, lo festejado, lo tomado, lo reído, todo ha sido tan intenso que lo sucedido este viernes a la noche no tiene ninguna posibilidad de opacarlo.

San Martín, el mismo San Martín del sábado en el Monumental, esta noche fue una sombra de aquel equipo. Como si todos los flashes, todas las fotos, todos los videos, todas las luces se hubieran quedado allá, en 25 de Mayo y Chile. Sí, iluminaron el cielo de Ciudadela para el recibimiento del año al plantel que volvió a Primera y que ganó el clásico. Sí, hubo reflectores para acompañar la salida e iluminar las banderas con chicanas y a las camisetas de la Pellegrini. Pero luces, lo que se dice luces en el campo de juego cuando empezó el partido no hubo. Ni una. Como si no te acordaras contra quién jugabas hasta que empezó a rodar la pelota y los hinchas seguían en otra, cantando un minuto de silencio cuando ya veían que el equipo también estaba en otra. La cantaban y se olvidaban. "SomoSanMartínTomemo", fue la frase más pronunciada durante el primer tiempo. Pero el cuerpo avisa. Y el que avisa no traiciona: no había lugar para más festejos y empezaron a aparecer las consecuencias conocidas como resaca.

Una resaca que quizás te pasó el mismo lunes después del domingo eterno y que quizás te cayó peor cuando el club comunicó la rescisión del contrato de tres jugadores. Y después de dos más. Más allá de los nombres, del criterio con el que fueron elegidos, de que efectivamente no habían cumplido con las expectativas como Espíndola justamente después de su golazo en un clásico, más allá de todo eso, ¿hacía falta anunciarlo el lunes? ¿Con qué necesidad? ¿No se podía esperar hasta mañana? Porque está bien, no iban a ser titulares, ni siquieran iban a ir al banco, pero da la sensación que no era necesario una noticia así justo el primer día hábil de la última semana de trabajo, de festejos y nada más. Quizás suene exagerado pero no hay deporte más corporativo que el fútbol y empezar así la semana produce un malestar que no se va con un uvasal.

Si a eso se suma el anuncio de la partida de Arregui, ahí sí, el plantel celebra que al compañero le vaya bien, que juegue en un grande de Europa, que juegue la Champions o la Europa League o la mar en coche, pero al hincha lo ha golpeado, le ha dolido y ha sentido algo parecido, pero mucho más intenso que lo que le pasó con Prediger. Es como volver a creer en el amor y que a la primera cita te dejen plantado. Cuando estabas empezando a quererlo, se te va y aunque jure con volver quién puede dar fe de eso. Simbólicamente la partida de Arregui afecta al sentimiento del hincha que si ha festejado tanto el clásico es porque, además del triunfo, la forma del triunfo le ha confirmado que hay un gran equipo y que tiene todo para salir del fondo y animarse a mucho más que a atarse y desatarse la soga al cuello. Y a ese equipo lo hacen los jugadores como Arregui, que se fue, y como Acevedo, como Tino Costa, como Matías García y como Claudio Bieler, que se tienen que quedar porque son fundamentales para lo que viene a partir del 3 de enero.

Pensar en estas cosas después de una derrota también dura por la forma, al menos, era impensado. Es como si San Martín no se permitiera festejar lo logrado hasta que aparecen nuevamente los hinchas, los de puntaje redondo, los de asistencia perfecta, los que si no sabés cómo ha terminado el partido de esta noche vas a creer que están todos locos, como decía Busse aquel domingo 3 de junio. La locura, el sentimiento, la pasión, trasciende al resultado. Y hasta Moreira, el primero en moquearse, el primero en poner el pie tan fuerte para qué, ya con amarilla y casi en la mitad de la cancha para dejar con 10 hombres a su equipo, hasta él se lleva el cariño de los hinchas y las fotos. Porque la roja a Moreira no hizo otra cosa que agrandar el quilombo que te deja tenerlo a Maxi Martínez en la platea. El 3 es el 3 y es él, quien todavía está firmando autógrafos y sacándose selfies en Ciudadela porque lo aman. Porque sin él, Coyette tuvo que cambiar todo un esquema, habló con Abregú pero no pudo tapar la ausencia y encima tuvo que sacrificar a Matías García en el fondo perdiendo así a Caco desequilibrante como en el primer tiempo contra Atlético. Todo es así en San Martín: todo es exagerado, todo desborda, todo se sobredimensiona y todo se paga en esta vida. Como las consecuencias de la fiesta inolvidable que viviste hace una semana y que, como bien lo sabés, nadie pero nadie te la quita.