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San Martín, la vuelta al ruedo y el sabor del último trago

ANÁLISIS

El Santo debutó en la Superliga con un empate ante Unión acorde al trámite del juego. Nombres que explican qué pasó y la sensación final que dejó el desempeño de un equipo que recién comienza.

El 11 del debut de San Martín en la Superliga. La foto es de Daniel Gollan.





Platinados como el Dybala de Ciudadela o corte al turbo como Gonzalo, con la nueva pilcha talle M para este fin de semana XL, lo concreto es que la previa más esperada de los últimos nueve años empezó el viernes y el domingo ya hubo algunos desubicados que no pegaron un ojo hasta las seis menos cuarto de este lunes en Ciudadela. Esa previa, como pasa en las mejores familias, fue a pleno: bien regada, furiosa pritteada, ferné en botella tramontineada, al pan, pan, y al vino... En fin, una serie de rituales continuados en los refugios de la Roca, cerca de La Gringa, en la vereda de La Ñata o simplemente donde haya un capó para hacerse el barman mientras canta Ulises y servir.

El problema de una previa furiosa, se sabe, está médicamente comprobado, es cuando la euforia se combina con ansiedad y la ansiedad muta en impaciencia. Son malas las mezclas y el hincha de San Martín que haya soñado con un arranque demoledor como la última vez oficial contra Sarmiento, con dos goles en dos minutos, bueno, estaba bien equivocado. Por supuesto que se entiende todo cuando se vuelve al ruedo, cuando se vuelve a las pistas de Primera. Lo inmortalizó Gary cuando juró: Si no voy al baile, me muero. Y San Martín, que resucitó un par de veces en la última década, volvió al baile más vivo que nunca, a cancha llena, a punto de explotar justo por TNT, con los más viejos emocionados en la Bolívar, lagrimeando cuando sale el equipo, pero no se me infarte, maestro, si Nacho Arce gambetea en el área y no es gol de pedo. No me arañe, doña, si Altuna insiste con tocar para atriqui. Vos, el del camperón, no corrás a Lousteau hasta el aeropuerto si te cobra todo en contra.
 
Calma, señores: tilo, clonazepam, un convertible, lo que haga falta, pero calma para que el equipo empiece a manejar la pelota, para que Vitale toque para Bieler, Taca se saque al negro más molesto del feriado, peine y vaya Paqui viejo y peludo nomás, fíltrese como rumor de cancha y dejelo vencido a Nereo para poner el 1 a 0 y el clima cambie, y hasta una resolana se convierta en solcito sobre la Pellegrini preferencial (¿hacía falta?) y juegue, San Martín, y ahora sí, Nacho, rompé el convenio con el cardiólogo amigo y reventala, hermano, y que Albín deje las dudas en la vuelta y pase al ataque aunque reciba el codo en la trompa y sí, no mucho más, que mejor se termine ya el primer tiempo, que lleguen las publicidades de Nelson, una gaseosa limpia y al complemento nos vamos.

Pero llega el segundo tiempo y San Martín no pudo mantener lo mejor de la primera parte. Este fondo no te hace pasar hambre y Acevedo se come al que venga, pero un problema empieza a vislumbrarse. Y se parece a ese momento del baile cuando necesitás tomar aire, te apoyás en la barra, pedís un trago que te aplaque la sed, pero las piernas empiezan a contraerse, a acalambrarse y encima sale Vitale y no Altuna, al que ya se veía mareado en el medio, y entró la música y la tranca de Arregui para cambiar la sintonía, pero cuando el equipo amaga con encararse a la más linda de contra, termina de meterse atrás porque se acalambra Costa y Matías García sigue en otra, y Gonzalo Rodríguez se desorienta cuando Albín pasa una vez más al ataque y no lo acompaña.

El rival también juega. Y si hace falta aclarar un par de tantos es que el equipo de Madelón está armado desde hace un tiempo largo, sabe cerrar los espacios, ganar la segunda pelota y no bajar los brazos: entonces Madelón mueve mejor el banco y llega el empate a, dato no menor, nueve minutos del final. Digamos todo: Unión manejó la pelota en el segundo tiempo, pero nunca había generado peligro hasta que Albín perdió a la marca y Zabala puso el empate. Y casi lo gana si Maxi Martínez no salvaba en el cierre. Como casi también lo gana Ciudadela cuando Taca pudo sacarse de encima a Yeimar y cabeceó al lado del palo.

Y como cierre cíclico de lo vivido aquel inicio que fue San Martín contra Sarmiento y este que fue hoy contra Unión, hay un nombre y una jugada: Gonzalo Rodríguez, el que mano a mano le sacudió alma y vida a la red aquel 3 de junio y el que hoy, hace unos minutos, cuando el baile se moría y la más linda se te iba, recién, cuando te prendían las luces y vos solo en medio de la pista, él, Turbo, el que se pasó de revoluciones para recibir el pase al igual que el defensor, le quedó servida para el triunfo, con Bieler solo por adentro, pero no, bomba al costado del arco para el sabor rancio del último trago, ese ya sin hielo, medio aguado porque el manual del exitismo que nadie escribió dice que hay que ganar en Ciudadela para que el promedio no sea un tema de conversación ni de chamuyo.

Una vez más: se entienden las caras largas del final, se entiende que Forestello tenga que descontracturar un poco el clima a derrota cuando no lo fue sino un empate, un punto, el primero del colchón de puntos que tienen que venir moviendo algunas piezas, engranando otras, calibrando las que están afuera, en fin, las que conforman evidentemente el espíritu ganador de un equipo que no se conforma con un empate en el arranque de su camino en la Superliga, y que bien o mal lo hará ir por más. Nadie dijo que iba a ser fácil. Los nombres, los hombres y el líder están. Y no hay ni brindis por volver a Primera ni mal trago por este debut capaces de hacértelo olvidar.