Top

La motoquera tucumana de 67 años que viaja sola contra el viento

Historia de acá

Susana Cristiani recorre sola las rutas argentinas a bordo de su Honda Falcon disfrutando más del viaje que del destino. La vida de esta abuela motoquera que rueda en libertad y un nuevo desafío con más de 7000 kilómetros por recorrer.

Susana en una de sus aventuras arriba de su moto.





Dice el dicho, que de tan dicho ya parece gastado, que viejo es el viento y aún sigue soplando. Ni vieja ni gastada, Susana Cristiani (67 años, jubilada, dos hijos, cuatro nietos) se prepara para una nueva aventura a bordo de su Honda Falcon de 400 centímetros cúbicos; el corcel mecánico de esta motera solitaria que la acompañará a lo largo y a lo ancho del país por más de 7000 kilómetros. Susana prefiere alejarse de la manada para encarar sola la travesía por esa cartografía de asfalto y ripio. Es fiel a sí misma, a su instinto y a su pasión por las motos y los viajes: “Lo que más disfruto es la libertad que te da la moto. Me encanta ese viento que te da en la cara y que te hace sentir libre”. Viejo es el viento que mece sus cabellos ahora plateados y suyos todos los colores de los paisajes que la rodean en las rutas argentinas. 

Cuando Susana tenía diez años, su padre, el contador Roberto Cristiani, le enseñó a manejar la Siambretta 175 que lo llevaba de lunes a viernes desde su casa en barrio San Martín hasta el trabajo. Ahí y entonces comenzó su amor por las motos. Cada vez que podía, salía a dar una vuelta a la manzana. A su regreso, sabía que la esperaban las insistentes reprimendas de su madre, María Lilia. Lejos de las reivindicaciones del feminismo actual, en aquella época las motos no eran cosa de chicas. Eso le decían. Pero no hubo caso: “Cuando yo empecé a andar en moto no me dejaban porque decían que eso no era de mujer. Cuando salía a dar una vuelta sabía que  a la vuelta me retaban o me cascaban, pero yo volvía a salir, tal era el amor que tenía por la moto. Para esa época era algo raro porque las costumbres eran totalmente distintas y no era bien visto que una mujer ande en moto. Yo era la oveja negra masomenos. Hoy todo ha cambiado, las chicas hacen futbol, rugby, la moto queda hecha un poroto con todo lo que están haciendo las chicas ahora”. 

No recuerda cuántas décadas atrás fue, pero sí recuerda que al primer viaje lo hizo en una Honda 100, una moto flacuncha, como la describe ella. El destino fue Salta. “Iba con mucho temor, pero después se te pasa, te vas acostumbrando, te vas haciendo a la ruta. Lo desconocido siempre te asusta, pero una vez que has rodado un poco te decís por qué me voy a asustar si está todo bien”, cuenta. En aquellos años no llegó a viajar mucho, menos una vez que llegaron los hijos: primero Sebastián y después Enzo.  Entonces, decidió dedicarse al senderismo y recorrer a pie los cerros tucumanos. Cuando sus hijos crecieron empezaron a practicar enduro y ella se les sumó. Ellos tenían 20 y ella más de cuarenta, pero ni las montañas ni los ríos eran un obstáculo para Susana y su Honda Tornado: “Con mis hijos salíamos enduriar por Raco.  Siempre terminábamos comiendo el asado, era para ir a darnos con el gusto de sentir la adrenalina y andar en moto por los cerros. A los 55 dije ya está porque soy demasiado grande como para caerme. El enduro es bravo, no vale la pena quebrarse. Después que dejé el enduro, empecé con los viajes”. 


Cuando sus hijos tuvieron sus propios hijos, es decir, sus nietos, ya les quedó poco tiempo para la moto y Susana empezó con su vida de motoquera esteparia: “Yo casi siempre viajo sola, soy una viajera solitaria. En realidad, no encontré una compañera que se ajuste a una. Soy una mujer grande que tiene sus locuras, como se dice, me gusta la puntualidad, hacer mi propia hoja de ruta, y no todas se amoldan, entonces es difícil conseguir a alguien así. Además, la mayoría de las chicas todavía están en actividad, por eso es difícil congeniar conmigo que ya estoy jubilada y tengo todo el tiempo para decir salgo en tal fecha”. Sin embargo, en julio pasado se animó a sumarse a otras 14 viajeras que forman parte de la Confederación Internacional de Mujeres Moteras. Se encontraron en Resistencia, Chaco, y siguieron en sus motos hasta las Cataratas del Iguazú. Fueron alrededor de 1700 kilómetros los que rodó Susana: “Hay que adaptarse, hay cosas que te gustan y cosas que no tanto”.

Los ojos de Susana son muy claros, demasiado claros, como si el viento de las rutas más que los años le hubieran transparentado la mirada: “Cuando viajás en moto empezás a rebobinar, a acomodar los cajones de la cabeza, como digo yo, es hermoso. Los paisajes también. Cuando vos vas en el auto no los aprecias tanto como cuando vas en la moto, hasta los colores son más nítidos. No es lo mismo mirar el cerro de los siete colores yendo en la moto, es otra cosa completamente distinta”. 


A la hora de emprender un nuevo viaje, carga su mochila, la carpa, las herramientas, una cocina portátil, vasos, platos, cubiertos y bolsa de dormir. Todo lo necesario para buscar un camping en el lugar donde la encuentre la noche y acampar. Susana sigue una rutina rigurosa, no viaja por más de nueve horas ni a más de 110 kilómetros por hora, siempre haciendo paradas en el camino para caminar, estirar las piernas, relajar el cuerpo, engrasar y controlar el aceite de la moto. No come mucho durante el día para que la modorra no le de sueño y a la noche descansa bien para poder salir de nuevo a las rutas al otro día. También tiene su propio ritual: “Si compro moto nueva me gusta ir a bendecirla a la Virgen del Valle en Catamarca”.

Antes de este presente de motoquera Susana fue profesora de educación física en distintos colegios tucumanos: “Después de 33 años como docente dije ya está, estoy en otra etapa, ahora me dedico a mí y a lo que más me gusta que es viajar. No sólo en moto, viajo en lo que sea. Si tuviera helicóptero, viajaría en helicóptero”.  Ahora, cuando no está viajando, está planificando su próximo viaje. Se la pasa trazando las hojas de ruta, dejando en condiciones la moto, preparándose para lo que será su próxima aventura. Más que llegar y conocer un lugar nuevo, lo que más disfruta es el camino hasta ahí: “Me gusta viajar, pero no quedarme mucho tiempo en un lugar. Yo voy, conozco todo el pueblo o la ciudad, conozco los paisajes, las catedrales y los museos. Una vez que ya he conocido todo en esa ciudad, a los dos o tres días me voy a otra parte. Es como si alguien me agarrara de las zapatillas, son las locuras de cada uno”.  

Después de recorrer todo el norte del país, Córdoba,  las Cataratas del Iguazú, La Pampa, Mendoza, San Luis, entre tantos otros lugares, Susana persigue un viejo anhelo: recorrer la Argentina a todo lo largo en moto hasta Ushuaia. Ir por una de las costas y volver por la otra. Esa aventura ya tiene fecha de partida: será en noviembre. “Tengo pendiente llegar hasta el sur. Voy a ir por la ruta 40 y a volver por la ruta  3, por el este, quiero llegar antes de diciembre que ya se van las ballenas”, explica la motoquera. Y aunque cada vez le quedan menos rincones del país por visitar, asegura que, hasta que no los conozca a todos, no piensa en cruzar las fronteras nacionales: “Yo considero que recién cuando conozca toda mi Argentina recién voy a empezar a salir afuera, si Dios me da vida”.

Lejos del estereotipo de los motoqueros barbados, enfundados en camperas de cuero y fanáticos del heavy metal, Susana asegura que en la ruta los viajeros en dos ruedas conforman una comunidad muy solidaria y presta a colaborar con los colegas.  Si se rompe la moto de otro motoquero ellos están ahí. Y si no consigue dónde hospedarse, ellos se movilizan para conseguirle lugar. Asegura que cada vez se ven más mujeres con sus motos en las rutas o parejas que van cada uno en su moto y de a dos en una sola. Ella prefiere hacerse camino al andar sola y nunca de "mochila", como se dice entre los motoqueros a los acompañantes. 

Susana, la jubilada, la abuela, la motoquera, la mujer de los ojos clarísimos y el pelo plateado, ya piensa en la próxima aventura que la tendrá recorriendo las rutas del país. Antes de que vuelva a partir, le pregunto:

- ¿Qué hay que tener para ser motero?

-  Muchas ganas y no tener miedo. Si vos encontrás la velocidad que vos te conviene, podés llegar hasta el fin del mundo. Lo que importa son las ansias y el sueño ese que uno siempre tiene de agarrar la moto y salir a pasear.