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A 203 años de la "sesión secreta" que modificó el Acta de la Independencia

Historia

Luego de la firma que rompió los vínculos de las Provincias Unidas con los Reyes de España, pocos conocen que diez días después la fórmula del juramento fue modificada a causa de “rumores malignos”.

Foto Secretaría de Comunicación.-





El pasado 9 de julio se cumplieron 203 años de la firma del Acta de la Independencia, donde "representantes de las Provincias Unidas en Sud América” reunidos en el Congreso de Tucumán manifiestan la voluntad unánime de “romper los violentos vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”.


Sin embargo lo que pocos conocen es la modificación que el acta sufrió diez días después de su firma en una sesión secreta llevada a cabo el 19 de julio de 1816, donde los diputados del Congreso de Tucumán, que seguía sesionando, agregaron al texto y a la fórmula del juramento de la Declaración de la Independencia, la frase: “y de toda otra dominación extranjera”.

Foto del archivo Histórico de Tucumán.-


La razón de este cambio surge del contexto histórico que se vivía en esos años, y que rodeaba a los hombres reunidos en San Miguel de Tucumán en julio de 1816.


En aquellos días de julio mientras se desarrollaba el Congreso llegaron a Tucumán las noticias de la invasión portuguesa a la Banda Oriental. Posteriormente, en la sesión secreta del 19 de julio, a propuesta del diputado por Buenos Aires, Pedro Medrano, se hizo el agregado en cuestión a la fórmula de la Independencia. Según las palabras del propio promotor porque corrían “rumores malignos” (pero al parecer no del todo desencaminados) de que existían tratativas para entregar las Provincias Unidas al reino de Portugal.


El día 23 de julio se dio entrada a un oficio de la Junta de Observación del día 10, avisando de la “casi indudable expedición portuguesa” y de la pasividad del Director Balcarce, que por lo visto también se dedicaba a “observar” como los portugueses se apoderaban de la margen oriental.


El 24 de julio el Cabildo bonaerense y la Junta de Observación destituyen a Balcarce y nombran en su lugar a Francisco Antonio de Escalada y Miguel Irigoyen hasta la llegada de Juan Martín Pueyrredón, designado Director Titular por el Congreso de Tucumán, el 5 de julio de 1816.


El Congreso resolvió que la Comisión de Relaciones Exteriores pasara a considerar los documentos que obraban en poder de la Comisión. En la sesión secreta del 24 por la tarde, previo juramento de guardar el secreto bajo pena de expulsión del perjurio “con la calidad de que jamás pudiera obtener en vida comisión alguna”, se leyeron los documentos secretos sobre la tentativa de coronación del infante Francisco de Paula de Borbón (hijo de del rey Carlos IV de España y hermano de Fernando VII).


En esa sesión sereta del día 24 se decidió enviar correspondencia a Pueyrredón, todavía en viaje a Buenos Aires, “pidiéndole estrechísimamente que ponga el país en estado de rechazar cualquier agresión injusta”.


Pueyrredón llega a Buenos Aires el día 29 de julio, y dos días más tarde se impone de la correspondencia enviada desde Río por el agente porteño Manuel García. Pueyrredón las trascribe y da cuenta al Congreso “para que, en consecuencia del concepto que forme de su letra y espíritu, se digne prevenirme exactamente la conducta que debo observar en las distintas ocurrencias que espero se me agolpen, si, como no es por ahora dudable, se aproximan las tropas portuguesas llevando a ejecución sus anunciados designios”.


La comunicación de Pueyrredón dio lugar a nuevas sesiones secretas del Congreso los días 25, 27, 28 y 29 de agosto de 1816, resolviéndose finalmente que “se encargue al Supremo Director la defensa del territorio, por cuantos medios estén a su alcance”.


Queda claro entonces que en el momento que se declara la Independencia de las Provincias Unidas en Sud América éstas estaban amenazadas por la invasión portuguesa en la Banda Oriental. Después de España, Portugal era en ese momento histórico una potencia que representaba una amenaza política y militar de “dominación extranjera” para nuestros patriotas.


La otra potencia con pretensiones de injerencia y dominación en la región que abarcaban en ese momento las Provincias Unidas en Sud América era Inglaterra quien había incursionado militarmente sin suerte en las invasiones de 1806 y 1807.


Desde los últimos decenios del siglo XVIII el gobierno británico demostró gran preocupación por los asuntos políticos de Sudamérica. Su intención era romper las barreras legales que el orden colonial español había impuesto al comercio británico. Los círculos mercantiles y financieros de Londres y Liverpool presionaron constantemente sobre el Foreign Office (Ministerio de Relaciones Exteriores) para que llevara adelante una política tendiente a abrir los mercados americanos a la producción manufacturera de Inglaterra y Gales.


Las invasiones inglesas habían demostrado los graves inconvenientes de una acción militar sobre los dominios españoles de América. Pero, al mismo tiempo, permitieron comprobar el alto valor económico del Río de la Plata: los comerciantes que siguieron el camino abierto por las tropas inglesas vendieron en 1806 y 1807, mientras duró la ocupación de Buenos Aires y Montevideo, artículos por valor de un millón de libras.


La experiencia del fracaso militar delineó el principio fundamental que habría de regir la política del Foreign Office para Sudamérica: fomentar el cambio revolucionario en América, aprovechando el interés de algunos sectores nativos por emanciparse de la tutela española. Inglaterra sólo intervendría como auxiliar y protectora a cambio de beneficios para su comercio ultramarino.


El político y funcionario inglés Charles Canning al referirse a la independencia de los Estados americanos que Gran Bretaña había reconocido, sentenció: “La cosa está hecha, el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa”.


La estrategia inglesa deja en claro que el peligro de “dominación extranjera”, sobre el que advierte el agregado a nuestra Declaración de la Independencia de 1816, no tenía que basarse, necesariamente, en la conquista territorial.