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Don Mezón viste de moño y cubanitos desde hace más de 35 años

Historias de aquí

Impecable y emblema de la ciudad de Monteros, la salida de la escuela tiene el gusto del dulce de leche de sus delicias.





-¡A los cubanitos! Hagan cola y no se pechen…. ¡Con premio, con premio!

-¿Y qué es el premio, Don Mezón?

-Un viaje al Mollar en Tortuga.

La broma de don Mezón, el vendedor de cubanitos emblema de Monteros, tiene más de 30 años. La repite seguido, todos los días que puede, a la salida de las escuelas monterizas cuando los niños lo rodean y se pechan para comprarle. 

Algunos de sus papás fueron su cliente cuando eran chicos. Pero no es sólo el paso del tiempo, ni su chiste de sobre tortugas que suben el cerro con estudiantes sobre el caparazón, lo que ha hecho que Juan Antonio Mezón, de 64 años y una vida peleada, sea célebre en su ciudad.



Nació el 11 de octubre de 1954 en Capital Federal, pero a los tres meses de vida lo llevaron al poblado de Yonopongo, en Monteros. Criado por su abuela, pasó una infancia difícil donde de jovencito empezó a trabajar de lavacopas en el bar Quince, que continúa abierto con el nombre de Mar Rojo, frente a la plaza.

A los 14 años quiso reencontrarse con su madre, en Buenos Aires. Y como quien arma su destino, armó un bolsito y se fue. Mientras lavaba copas y servía almuerzos en el restaurant Apolo 12, se enamoró de Rosa Nadir, y en ella encontró compañía.

La compañía que lo animó también a dejar un ritmo de vida que no quería. Y se fueron a probar suerte a Güemes, Salta, donde por primera vez vendieron en la calle. Manzanas acarameladas, caramelos, golosinas.

 Y algo le pasó por el corazón, entonces, cuando el hombre reía con los niños y las niñas que le compraban. Algo que también le pasa hasta hoy, cuando desde hace 35 años están radicados en Monteros, y junto a Rosa se levantan a las cinco y empiezan a preparar los cucuruchos que don Mezón saldrá a vender. Luego de calzarse alguno de los 22 trajes, acompañados por moños, chalecos y sombreros, que guarda en el ropero.

 “Mientras yo me baño y me preparo mi señora los rellena con dulce de leche”, dice don Mezón.

Empieza por el centro del Monteros, se para en el Sportman. Y de ahí a las escuelas: la Federico Moreno, la Normal y el colegio Santísimo Rosario. Después vuelve a la tarde, donde recorre su rutina, que también incluye la escuela maternal municipal.




Prolijito, con el moño acomodado y la bendeja cubierta que proteje del polvo a los cubanitos rellenos de dulce de leche, los cucuruchos y cucuruchones, Mezón espera recto y sonriente.

-¡Ahí está el cubanero, ahí está el cubanero! escucha por ahí y dice que eso lo emociona.

“Monteros significa mucho para mí. Estos niños son Monteros, sus papás también lo son. Ellos me permitieron armar una hermosa familia ¿qué más puedo pedir? Soy feliz acá porque esto me gusta”, dice Mezón y una lágrima le demora las palabras.

Padre de cuatro mujeres y de un varón (Laura, Vanesa, Carla, Zulema y Gustavo), también trabaja en la Sociedad Aguas del Tucumán, donde es pocero. Y como sus turnos de trabajo son rotativos, todas las semanas se acomoda para poder salir a la calle con su bandeja.

“No vuelve hasta que no termina de vender todo”, cuenta Rosa, quien lo espera para la cena. “Algunas veces es a las 7 de la tarde, otras a las 8 ó después”.  Hora más, hora menos, la bandeja siempre vuelve vacía.

Y al día siguiente, ya con otro traje, la volverá a llenar, un cucurucho a la par de otro, como ocurre hace 35 años.