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Don Arias vende lapiceras y escribe su propia historia

HISTORIAS DE ACÁ

Tiene 82 años y ha conmovido a los tucumanos con su librería imaginaria en las escalinatas de la Facultad de Derecho: "Siempre he tenido el respeto y el reconocimiento de los jóvenes". ¿Quién es?

Hugo Vicente Arias, 82 años.





Algo pasa en la vereda donde estaba el Carrefour de la calle 25 de Mayo al 300. Hay dos policías y llega uno más. Cuando se corren de la escena, queda una joven sentada sobre el cordón. “Parece que la chocaron”, suspira don Arias, testigo de todo lo que pasa en las calles tucumanas desde que se calza el traje, carga una bolsa con lapiceras, otra bolsa con resaltadores y deja su casa de Ciudadela para salir a vender. “Ya son 12 años que les vendo a los chicos. Ellos me colaboran comprando. Durante este tiempo he tenido su apoyo de forma integral”.

Hugo Vicente Arias tiene 82 años y camina despacio sobre sus zapatos marrones de suela gruesa, cómodos para un hombre que se baja del 9 o del 12 y empieza a caminar. Lo hace desde que volvió a Tucumán, luego de otros trabajos: “He trabajado en la DGI como inspector, renuncié, viajé a Buenos Aires y rendí un examen como visitador médico en un laboratorio de bioquímica aplicada, estuve ahí un tiempo, después volví a Tucumán y a los 70 empecé a vender lapiceras. Desde ese momento empecé a sentir algo que sobrepasa al amor y que es el respeto y el reconocimiento de los jóvenes”.

Una de las muestras de afecto que lo abrumaron a don Arias es lo que pasó un día en la Facultad de Filosofía y Letras: “Hay un hecho que ha repercutido en muchas partes: fue cuando me botaron de la Facultad del parque. La decana de ahí me dijo que no quería que vaya más porque tenía otra persona. Yo tenía una mesa en los pasillos. Destruyeron la mesa y todo lo que tenía. Y me avisaron que si yo no me iba, me iban a hacer sacar por la Policía. Esto pasó hace tres años. No dije nada y me fui. Cuando los chicos se enteraron por qué yo no iba a vender, tomaron la Facultad y, hasta que no dieran una contraorden, iban a seguir tomando la facultad”. El reclamo le permitió a don Arias volver a vender: “Y volví de mejor manera, con el apoyo de esos 2500 chicos”.

Mientras don Arias comprueba que ya está bien la joven golpeada en la vereda donde estaba el Carrefour, sigue camino hacia la esquina de 25 de Mayo y San Juan y cuenta por qué desde hace un tiempo elige la siguiente cuadra, a la altura del 400, para desplegar sobre las escalinatas al lado de Derecho sus lapiceras y resaltadores, una por una a lo ancho de los dos escalones, montando una librería imaginaria atendida por un señor grande con ojos de niño, peinado con gomina, camisa roja y blanca como su querido San Martín, saco y corbata: “Todas las noches vengo a las escalinatas de la facultad de Derecho. Vengo a las 20.30, cuando cierra el comercio, y me voy a las 23 a mi casa. Elegí estar ahí así no tengo que esperar que los profesores me autoricen a entrar a cualquier aula. 
Con la mano me dicen que sí, que pase, o no, que no pase. No me gusta molestar a nadie”.

Esa imagen de Hugo Arias con sus lapiceras y resaltadores se ha viralizado entre los tucumanos que le compran y se agachan para sacarse una foto con el abuelo que todos quisiéramos tener al menos por un instante. “Siempre he tratado de ser amigo de los jóvenes y lo que me han pedido siempre lo he tratado de solucionar. Son lapiceras que a ellos les permite estudiar, escribir, recibirse. Cuando empecé, me pedían que trajera de Buenos Aires las únicas lapiceras que no manchan la hoja. Son lapiceras que compro en Buenos Aires a personas que conozco desde hace 30 años. Lo mismo pasa con los resaltadores. Nunca han fallado”.

La imagen de un hombre grande trabajando en la calle también obliga a preguntarle por su salud. “Tengo 82 años y estoy perfecto. Tuve un problema pulmonar hace unos años, pero luego se hizo una junta médica que me dio el visto bueno para que saliera a vender. Me dijeron: ‘Bueno, don Arias, usted está totalmente sano y si nosotros le privamos que salga a vender no tendría ningún sentido. Si a usted es lo que le apasiona, hágalo tranquilo. Tiene para 20 años más’. Eso me decían los doctores. Y doy fe: trabajo todos los días, voy a la cancha a ver a San Martín cuando junto para la platea y hasta juego a la pelota con mis amigos dos veces al mes”.

A los colores ya mencionados de la camisa, otra característica de don Arias es la pinta. “La vestimenta se debe a que cuando iba vestido, por decirlo de alguna manera, vulgar, los guardias de la facultad y los policías me veían y me decían: ‘Tomate el palo de acá. Si te vestís bien, no vas a tener problemas’. Entonces uso traje. Y así, cuando entro a vender en alguna institución pública, es otro el trato. Todos me dicen: ‘Pase, profesor. Pase, doctor. Pase, ingeniero’. Cualquier nombre de profesional”, se ríe, mientras una mamá con dos chicos lo reconoce y le pide dos lapiceras azules Bic. Y los pequeños no son los únicos que estrenarán lapicera esta noche.

Me gusta escribir. Llevo un diario donde relato las cosas que me han tocado vivir, las más destacables. Tengo ya completo un libro sobre la historia de los mormones en Tucumán. Yo soy mormón. Y he recopilado la historia de los mormones para explicar qué han hecho desde que han llegado a Tucumán hace más de 50 años. En mi vida estudié 14 cátedras. Entre esas están Filosofía, Psicología, Historia, Geografía, Bioquímica. Todo lo que estaba a mano lo estudiaba y lo entendía. Hasta el día de hoy lo entiendo. De hecho, en mi casa de Ciudadela tengo muchos libros”, afirma, antes de volver al primer piso de su casa en la calle Lamadrid al 1000, donde los amigos de Edet le han cortado la luz, y don Arias necesita luz para seguir escribiendo, entonces antes de ir a su casa pasará por la guardia de Edet para pedir la reconexión.

Iluminado por las luces de los comercios ya cerrados del centro, don Arias le hace señas a un taxi para dirigirse a hacer el trámite de la luz y se despide con un mensaje que también puede dejarse por escrito: “Si la calle está como está es por lo que ha subido el costo de vida. Lo único que puedo decirles a los jóvenes ante este escenario es que, en lugar de seguir los pasos de sus abuelos o de sus padres, sean ellos los que se atrevan a preguntarse: ¿quién soy yo? ¿qué hago? ¿cómo estoy viviendo la vida? ¿mi vida qué es? ¿qué camino estoy siguiendo? El día que encuentren su camino, su personalidad va a ser muy rica. Es lo que yo aprendí: una persona que estudió su propia vida. Y soy lo que soy por lo que hago: ayudar a las personas, enseñar lo que conozco y sobre todo colaborar con los chicos, sean quienes sean, buscando su camino, en la calle o donde estén”.