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Maneja grúas, autoelevadores y es la primera mujer chatarrera de Tucumán

Historia de vida

Sus gustos –también fobias– son tan opuestos que cuesta creerle que entren en su metro cincuenta de altura, y más en ella que fundó su propio emprendimiento, poco convencional, ni bien terminó su primera carrera profesional.

Gabriela Victoria Gálvez, la primer mujer chatarrera de Tucumán. (Crédito: Paloma Cortés Ayusa)





Ama el cheesecake, le tiene pánico a las ratas y los bichos, pero no tiene miedo de conducir una grúa, un autoelevador, un camión gigante o cortar un tanque de hierro con una amoladora.  


Gabriela Victoria Gálvez egresó del colegio Carducci como abanderada y es chef, pero este es un título secundario porque su pasión es la chatarra y con su nombre fundó su propio emprendimiento de limpieza y servicios integrales para grandes industrias.


Gaby, a sus 27 años, es la primera mujer en Tucumán en tener una empresa de este tipo en sociedad con su papá, José Luis Gálvez, los hermanos Pablo y Fernando Tacchella, que alquilan maquinaria pesada, y el ingeniero Carlos D'anhelo, a quienes ella insiste en agradecer por las oportunidades que le dieron.  

(Crédito: Paloma Cortés Ayusa)


El negocio antes estaba vedado a las mujeres, pero fue su papá quien le contagió las ganas de hacer su propio horizonte en el rubro y demostrar que no hay trabajos privativos para hombres o mujeres.


Para charlar y sacarse fotos Gaby se siente cómoda en uno de sus cuatro galpones donde acopia chatarra y equipos, el que está en la avenida Alfredo Guzmán casi Roca. Hay cuatro máquinas pesadas, de gran tamaño, estacionadas y una camioneta Kia de color blanco que se destaca por ser la más chiquita del predio. Igual es un vehículo de carga, con una caja larga.  


“Ando en esa todos los días, los busco a mis sobrinos del colegio y a ellos le encanta porque vamos a pasear en el camión”, y marca un fuerte contraste con las otras mamás, papás, tías, tíos o abuelos que retiran a sus niños y niñas en vehículos comunes. 

(Crédito: Paloma Cortés Ayusa)


Está vestida con ropa de trabajo, que no deja de tener su toque fashion. Los borceguís de trabajo son rositas, de cuero. El jean es un chupín azul y la camisa a cuadros, tipo leñadora, combina con el chaleco también azul. “Siempre ando con los botines punta de acero, a veces con los chalecos reflectantes, esos verdes o amarillos, porque me olvido de sacármelos”. 

(Crédito: Paloma Cortés Ayusa)


Gabriela Victoria Gálvez Chatarra”, el nombre de fantasía de la empresa, trabaja con empresas multinacionales, como la de bebida cola más grande del mundo que tiene una embotelladora en Tucumán.


La firma de etiqueta roja y blanca le pidió un trabajo especial hace dos años: tenía que llevarse unos tanques de acero, de 60 mil litros de capacidad, en desuso que medían cuatro metros de alto por 10 de largo. La condición de la empresa era que no caigan en manos de ninguna otra embotelladora.


También le tocó de eliminar los restos de pasta seca y masa que queda mal cocida, y ya no sirve para la venta, en una fábrica de alimentos. “Me llaman a mí porque tengo todo en regla y al personal en blanco”, remarca.


La Caja Popular de Ahorros de Tucumán licitó la destrucción de archivos de más de 90 años de antigüedad que estaban vencidos. Los papeles de la lotería y otra documentación antiquísima pasaron por las manos de Gaby, que contaba con todo lo necesario para destruir el papel y darle un nuevo destino: hacer bobinas para resmas de hojas en Buenos Aires.


“No importa cuántas horas haya que trabajar. Nosotros queremos solucionar el problema que tenga la empresa o emprendimiento, lo que necesite el cliente”, explica Gaby, revelando el éxito de su negocio.


Aunque a veces las jornadas de trabajo pueden durar hasta 24 horas –“nos vamos a Catamarca a limpiar una fábrica, estamos todo el día hasta que terminamos y recién regresamos”– los fines de semana son sagrados. 

(Crédito: Paloma Cortés Ayusa)


“Tengo tres empleados a mi cargo con los que hacemos casi todo. Pero a veces llego a manejar a 10 o 15 personas. No tengo horas ni días fijos, pero respetamos los días de descanso. A veces pienso ‘¿en qué me meto?’ porque después tengo que volver a mi casa también a hacer las tareas del hogar, aunque con mi novio hacemos todo por igual”, cuenta Gaby que está en pareja, compró su casa y pronto se va a casar con Marcelo.


La curiosidad la llevó a aprender el oficio del chatarrero de su papá, cuando ella tenía 12 años. “Mi papá ya era chatarrero y viajaba mucho comprando tarimas y limpiando fábricas. Así que cuando se iba yo lo ayudaba atendiendo el teléfono”.


De su novio tomó el gusto por la mecánica: “Él me enseñó a cambiar filtros, aceite y muchas cosas que sacan de apuro cuando el auto se rompe”.

(Crédito: Paloma Cortés Ayusa)


Cuando faltan los operarios y choferes, Gaby es la que conduce las máquinas. “A ella le gusta manejar cualquier cosa, te lleva por delante con sus ganas. Es su forma de ser, yo solo la ayudé cuando comenzó”, cuenta orgulloso José Luis Gálvez, el papá y socio de Gaby.


Antes de ser chatarrera, Gaby trabajó de encargada en un restaurante de barrio Norte, pero se dio cuenta que estar encerrada no era lo suyo, porque ella es “muy andariega” y le gusta que la calle le “enseñe a reconocer y tratar a la gente”. Ahora va por más. Para profesionalizar su trabajo eligió estudiar la Licenciatura en Higiene y Seguridad, que pronto terminará.


Sí de marcar límites se trata, Gaby se hace respetar e impone su huella en un negocio poco conocido en Tucumán. “Cuando pasamos los datos de la empresa, figuran dos números. Siempre lo llaman primero a mí papá, pero después se dan cuenta que la que maneja todo soy yo”.