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Juana Albornoz, la señora del puesto de praliné en el Parravicini

HISTORIAS DE ACÁ

Hace 45 años había montado el puesto en el emblemático cine de 24 de Septiembre al 500. Ayer fue a trabajar como todos los días y caída la noche le dejó el puesto a su nieto Lautaro. El relato del derrumbe y la última venta a una de las víctimas fatales.

Juana Albornoz, la pralinera de 24 de Septiembre al 500. (FOTO: Silvana Díaz)





Juana Albornoz estaba embarazada de Claudio y ya vendía praliné en la vereda del Parravicini. Eso fue hace 45 años, en el 73, y desde hace dos que el Grand Splendid había cambiado de nombre en homenaje a Florencio Parravicini, el actor. Durante esa época, las noches en Tucumán pasaban por la 24 de Septiembre al 500, tomándose un café en el antiguo Molino y cruzándose al Parravicini a ver una película con los pralinés en el bolsillo del caballero o en la cartera de la dama. “Fue la primera vendedora de pralinés de Tucumán”, cuenta hoy Silvana, la nuera de Juana o “La señora que vende praliné”, como la conocen en el Santa Rosa, La Pizzada, en Tello o en Cami Store.

Como todas las mañanas de su vida, ayer doña Juana había ido al puesto que atiende todos los días. Durante los cambios de local de los últimos años, se había ido corriendo un poco más a la derecha, otro más a la izquierda, pero siempre bajo el techito del ex cine para cubrirse del frío y de la lluvia, justamente el clima del año cuando más praliné se vende. Y ayer, como todas las tardes, Juana envolvía praliné, pochoclos, manzanitas, cuando de repente sintió el ruido de los taladros: “Taladraban un poco y las paredes del Parravicini se movían de un lado para el otro. Ya habían caído bloques de ladrillo en los autos del estacionamiento que está al lado”.

Doña Juana está pagando un colchón en cuotas. Cuando pasó el cobrador por su puesto, le señaló las paredes del Parravicini. Juntos escucharon el ruido de los taladros y cómo seguían moviéndose las paredes. “Hoy esto se cae”, le anunció al cobrador, hasta que dejaron de taladrar cerca de las 19.30. A esa hora, doña Juana esperaba a Lautaro Alí, su nieto. “A esa hora Lautaro siempre va a ayudarla en el puesto y ya se queda él a atender”, detalla Silvana.

Claudito y Silvana, nieto y nuera de doña Juana Albornoz. "Somos una familia de pralineros. Lo que pasó nos golpeó muchísimo".-


Eran casi las 20 cuando la abuela le dio un beso a su nieto. Era el momento de irse a su casa en el barrio 11 de Marzo. Quedó Lautaro solo en el puesto cuando vio venir a un hombre: “Es el que tenía la bolsa de Sporting con la camiseta de San Martín. Se acercó al puesto y le pidió seis manzanitas. Cuando mi hijo se agachó para darle el vuelto, el hombre desapareció de repente, tapado por los escombros”. El hombre era Víctor Hugo Aranda, el fanático del Santo que había comprado la camiseta para viajar a Junín este fin de semana.

Tras el derrumbe, Silvana dejaba el puesto que atiende frente al local de Paco García de Congreso y Crisóstomo. Había recibido la noticia de una policía: “¡Se ha caído el lugar donde trabajan tu suegra y tu hijo! ¡Se acaba de caer!”. En ese  momento, Silvana sintió que ella misma se derrumbaba: “Dejé todo el puesto así, sin guardar nada, y me fui corriendo al puesto de la 24. Cuando llegué, los policías no me dejaban entrar por la 25 y tuve que correr y dar la vuelta hasta la Buenos Aires”.

Silvana buscaba a sus familiares cuando, entre los gritos de la escena y una nube de polvo, un periodista de canal 8 le avisaba que había una mujer mayor fallecida entre los escombros. “Yo sabía que no podía ser ella. Entonces la llamé y me atendió. Le pregunté dónde estaba y me contó que ya había llegado a la casa, que estaba bien. Pero no sabíamos nada de Lautaro. ‘¡Ya me vuelvo para ahí! ¡Ya voy!’, me dijo”.

La mujer entre los escombros era María Cristina Sosa, la señora que había ido con su hijo Miguel a una casa de celulares. Los dos fallecieron. Muchos heridos eran atendidos en las ambulancias apostadas sobre la 24 al 600. Silvana buscaba a su hijo entre la muchedumbre cuando Raúl, un vendedor de la zona, la calmó: “¡Lo saqué! ¡Lo saqué! Lo agarré del cuello del buzo y lo saqué de los escombros. Lloraba y vomitaba. Le pusieron oxígeno, aquí está”, le dijo el salvador, cerca de una ambulancia. Luego del abrazo, Silvana recibió el consejo de los médicos y llevó a su hijo a la guardia de la Clínica Mayo. Volvieron a revisarlo y le dieron el alta.

Junto a Juana, todos volvieron conmovidos, sanos y salvos a su casa. En medio del dolor y de las escenas difíciles de repasar, Lautaro le contó a la familia la escena con el señor de las seis manzanitas. En ese momento, cortaron la luz en toda la cuadra y pasaron la noche a oscuras. Mientras intentaba conciliar el sueño, Juana pensaba en el Parravicini. Y no paraba de llorar. Lo cuenta Silvana, antes de seguir con la venta de pralinés en esta tarde del día después: “Mi suegra está de cama. y tiene los ojos como si le hubieran pegado. No puede creer lo que pasó en el lugar donde siempre estuvo, y adonde dice que no va a volver más. A esa cuadra, me dijo, no vuelve más”.