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Un testigo de la tragedia: "Yo estaba ahí"

TRAGEDIA EN EL PARRAVICINI

Cuando el roce de las palas con los escombros se detuvo, se escuchó el respirar profundo de los bomberos y los policías. Había aparecido un cuerpo.

Desesperación entre los escombros. Fotografía de Daniel Villalba





Fue silencio.

Cuando el roce de las palas con los escombros se detuvo, se escuchó el respirar profundo de los bomberos y los policías. Había aparecido el segundo cuerpo.

A unos metros, a los pies del ex Parravicini derrumbado, un hombre llamado Walter Risso cargaba balde tras balde para despejar la vereda.

“Fue feísimo todo. Dijeron: acá hay un cuerpo. Y entonces nos miramos entre los que estábamos ahí. Después vino la policía forense y seguimos. Había que seguir”, dice Risso, a las doce de la noche, después de tres horas y media de quitar piedras, ladrillos y los pedazos rotos de historia del Parravicini, hoy vueltos tragedia.


Junto a Risso, los policías sacaban como podían los escombros. “¡Traigan palas! ¡Digan a los vecinos que traigan palas!”, gritaba un agente arriba de la montaña de piedras, unos quince minutos después del derrumbe, cuando todo era incertidumbre, cuando todo era desesperación.

Después llegaron. Camiones, ambulancias, carretillas, políticos. La Policía corrió hacia atrás a los periodistas y la cinta plástica roja y blanca quedó cerca de la esquina de 25 de Mayo. De lejos casi no se veía mucho.  Del lado de adentro, los bomberos volvían con los rostros cansados, la ropa sucia y el deber cumplido.  

Los miraban Noelia Cisterna y Nancy Villalba, las heladera de Tello que salieron a la vereda cuando escucharon el estruendo del edificio del frente que se vino abajo. “El mismo ruido de derrumbe que hacen en las películas”, recuerda Noelia. Dice que hubo una nube de tierra que duró cinco minutos y que un hombre en moto pasó gritando desesperado: "¡Casi me mata, casi mata!".



Sobre los escombros, cada cinco minutos alguien gritaba: “¡silencio!”. Y los demás repetían: "¡Silencio! ¡silencio! ¡silencio!". Entonces todos se callaban para escuchar alguna voz que indicara presencia. Y brotaba la esperanza en el pecho. 

Entonces llegó Risso, el empleado de limpieza del Tribunal de Cuentas. Lo dejaron ayudar. Llevó botellas de agua, cargó piedras con la pala y cuando llenaba los baldes apareció el segundo cuerpo. Luego encontrarían a una persona más. Y al silencio, otra vez.