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Mirando el carnaval uruguayo por un visillo

Opinion

El docente e investigador universitario Fulvio Rivero Sierra viajó al país vecino para analizar el fenómeno cultural detrás de las comparsas, las murgas y el candombe. "La energía que hay es tal que todo vibra como una sola cuerda, gigantesca y tensa, alegra y danzante".


Llegué a Montevideo el jueves anterior al lunes y martes de carnaval. Apenas con el tiempo justo para registrar algo de la enorme movida que significa el carnaval en Uruguay –apenas unos pocos días de los cuarenta que dura en total-. Mientras unos amigos movían contactos para gestionarme -contrareloj- un pase para fotografiar el Desfile de Llamadas desde adentro, yo me dediqué a recorrer Montevideo, especialmente Ciudad Vieja. Quienes hayan caminado las callecitas de Ciudad Vieja, habrán notado como una atmósfera peculiar te lleva de acá para allá, casi como al ritmo de la cadencia del viento salado que sube de la rambla. En épocas de carnaval el viento susurra letras murgueras y, cuando te acercás, ya no se escucha más, se escondió tras la oscuridad de las farolas rotas. Camino por la zona del mercado del puerto y me decido por el “tablado del museo del carnaval”, el único que garantiza que “no se suspende por lluvia”.

Los grupos se suceden; una murga, un grupo de teatro, candombe, etc. La gente se aprovisiona en los puestos de comidas y ocupa las gradas. Pronto un comentario; “no hay tanta gente porque hoy hay Llamadas”, es que el Desfile de Llamadas atrae buena parte de las miradas, los montevideanos y uruguayos de otros lares, más una gran cantidad de turistas, se agolpan en las calles para ver y escuchar aquellas reminiscencias de la cultura afro que late aún en Uruguay, a pesar de los pesares. Casi al mismo instante, un mensaje entra a mi celular “ya te conseguí el pase para las Llamadas y mañana vení a ver la previa de la comparsa ‘Mi Morena’”. 



Por la tarde del día siguiente, camino aprisa por la calle La Paz hasta encontrar la Casa de Cultura Mi Morena, el sitio que alberga a una de las comparsa de candombe más grandes de Uruguay que cuenta en su haber con veinte años de tradición. En cuanto me voy acercando, me cruzo de tanto en tanto con jóvenes de cara pintada de blanco y remeras rojas: es evidente que estoy cerca. Una pared pintada con un mural gigante, enmarca la casa de la cultura, por dentro y fuera, los integrantes de la comparsa caminan de acá para allá. Unos se están haciendo pintar las caras, otros toman las gigantescas banderas y practican sus pases en la calle, otros atan con elásticos sus piernas, la purpurina de las vedettes flota en el aire coloridamente. Claramente algo se empezó a cocinar. El barrio late cada vez más fuerte y a mayor ritmo, el punto más alto del calendario carnavalesco está por llegar para ellos. Terminaron los ensayos, terminaron los diseños de trajes, de los compases de los tambores, la formación, todo aquello por lo que trabajaron y esperaron tanto tiempo está por suceder.




Los movimientos son febriles desde la tarde y cobran mayor paso cuando la noche se cuela entre las viejas casas del barrio, barrio de obreros y mecánicos. Casi todos ellos tienen colgado un cartel colgado; “cerrado la semana de carnaval”. En algún momento el carácter popular e irredento del carnaval se apropia de las calles, de las gentes y estalla alrededor de la Casa Cultural “Mi Morena”. Es muy interesante como estas personas, quizás mayormente jóvenes, provienen de distintos lugares, muchos de la clase trabajadora y popular y otros no tanto. La heterogeneidad de esos espíritus individuales que forma “Mi Morena” van cuajando, amalgamando en la identidad colectiva de la comparsa. Todo se tiñe de rojo en el barrio, en los trajes, las banderas, los corazones y las calles. Un último preparativo se da en la esquina, se juntan los tambores con la formación definitiva, se dan las últimas recomendaciones sobre los ritmos a seguir y se arenga con fuerza. A partir de allí, todo sucede rápido, se desata un ritmo que es imposible de detener, las decenas de corazones de la comparsa se sincronizan y laten al unísono, la adrenalina se respira dentro del colectivo que nos lleva hacia donde será el desfile. Como gladiadores barriales, alegre la comparsa se lanza a su jugada final, 70 minutos de brillo, de luces, de pasarela para lo que trabajaron tanto tiempo está por ocurrir.

Alrededor del desfile ocurre una fiesta popular paralela, los puestos de comida humean, hay fogatas improvisadas, trompetas e instrumentos suenan acordes que hacen vibrar y bailar a las gentes que se han acercado para estar con las comparsas. La energía que hay es tal que todo vibra como una sola cuerda, gigantesca y tensa, alegra y danzante. La comparsa se agolpa en el acceso a la pista, los miembros de seguridad chequean sus pulseras con códigos de barras para que nadie se cuele indebidamente. Muestro mi credencial y paso también, cámara en mano y vibrando con ellos, como es imposible de evitar, se abren las puertas y nos adentramos a ese coliseo magnífico que es el Desfile de Llamadas…



El autor es investigador de CONICET especializado en temas de migraciones internacionales, Jefe de Cátedra de “Metodología de la Investigación” de la Fac. de Filosofía y Letras (UNT) y Director del Instituto de Historia y Pensamiento Argentinos de la misma Facultad.