Top

Fernández, el último galán de las peatonales tucumanas vacías

GENTE DE ACÁ

Responde al nombre de Juan Carlos Marcelo y su momento preferido del día es cuando sale a recorrer las calles de traje y sombrero: "Desde los dos años ando bien vestido". ¿A qué se dedica?





Juan Carlos Marcelo Fernández camina solo por las peatonales de Tucumán. Solo. Anda sin compañía ni transeúntes alrededor. Después de unos trámites de rutina, ha guardado los papeles en su portafolio y él mismo se ha resguardado en el fondo de un bar en las galerías de la San Martín. Revuelve la cuchara metálica entre las paredes del pocillo de café. La remueve lentamente hasta que cierren los comercios, se acerquen las dos de la tarde, cerquen las galerías y se escuche el desplome de las persianas. Ahí empieza el paseo. Mira vidrieras, repasa los ojos vacíos de los maniquíes, precios en tienda San Juan y sigue.

"Siempre vengo a la ciudad por las mañanas. Me gusta andar por las peatonales. Cuando estoy en la casa, el encierro a mí no me gusta. Tengo que salir. Además soy solo. Nunca hay que buscar el encierro", explica este caminante de 69 años, que ahora se acerca a la garita de la Policía y mientras mira toallas y juegos de sábanas sobre la vidriera de la Muñecas, descoloca a oficiales con su humor negro: "¿Qué hacen por acá parados que no están matando a nadie?"

Sin respuestas, Fernández continúa su marcha solitaria de las peatonales a la siesta. A su paso, todos lo miran: un achilatero sin venta a esta hora, tres lustrabotas soplándose las cartas, repositores de Fávrega y Garbarino cargando y descargando freezers y plasmas, todos reparan en su elegancia de traje y sombrero para este enero que empapa el cuello que ahora Juan Carlos Marcelo seca con su pañuelo de seda lavanda

"Mi padre era así: siempre andaba de traje. Él me acostumbró, desde los dos años ando bien vestido. El sombrero lo compré por una chica: ella ya se recibió de abogada y un día me dijo que siempre ande de sombrero", explica, retocándose la pluma naranja que le da pinta de ave tropical, de zorzal. 

Debajo de los anteojos protegidos por una cadenita de plata, la corbata celeste con motivos búlgaros y doble nudo decora el cuello. A su lado, los símbolos nacionales: el escudo y la bandera argentina. "Siempre en las solapas, las insignias patrias. Siempre en el corazón, ¿qué va a ser? No queda otra. En cada saco que uso, uso una insignia distinta. Tengo varias. Si le saco y le pongo las mismas a mis trajes, arruino la ropa".

"Se viene el agua", dice el señor Fernández, mientras mira el cielo cargado como el último café que se va a tomar antes de volver a San José, donde tiene una finca. "Siembro papa. Vengo a la ciudad a buscar gente que trabaje el campo con las manos. Las máquinas hacen perder mucha mercadería. A eso vengo. Tengo un arreglo con los chinos y mandamos papas al Japón. Me queda el último viaje al puerto y entro en vacaciones", asegura, mientras lustra sus zapatos, pasándole el empeine contra la gabardina del pantalón. 

Hay obras en la Muñecas y calle San Martín está cerrada al tránsito. Hay polvo en el ambiente. Y limpia los anteojos con el pañuelo lavanda que ahora dobla y deja en el bolsillo como una flor. Se entiende: es el último galán de las peatonales vacías. Y llueva o truene, Juan Carlos Marcelo Fernández brilla.