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A este sueño, no lo sueño dormido

QUE NO SE ACABE

Restan algunas horas para el partido más importante de la historia de Atlético Tucumán, y los nervios no paran de subir.

Foto: MinutoUno


La verdad que el viaje fue largo y cansador. Mucho más de lo esperado. Aun así, nos dimos tiempo de bañarnos, comer algo y hacer un balance de un año que fue realmente de locos, como nunca. Me cepillo los dientes, pongo el despertador. Temprano nomás, al que madruga… Apoyo la cabeza en la almohada y otro mundo se pone en marcha.


Me encuentro rumbo al Estadio Olímpico Atahualpa, en Quito, Ecuador. En el mismo micro vamos junto al Negro Juan Pablo, el Pila, Rubén y Nani. Los mensajes empiezan a llegar y no entendemos nada: “¿cómo es eso que Atlético aún no viajó a Quito?”. Llegamos al lugar y nos separamos, ya con los nervios de la impactante noticia.


En los pasillos del estadio, el teniente, general, cabo, coronel o no sé qué cargo militar tenía, y además vicepresidente de El Nacional, garantizaba que se lo iba a esperar a conjunto de Pablo Lavallén y el partido se iba a jugar. Instantes después, el entrenador del equipo ecuatoriano decía todo lo contrario y la realización del encuentro comenzaba a correr peligro. Al absorber toda esta información, los nervios me ganaron y decido marcharme de esos pasillos, donde no se podía fumar, y elijo instalarme en los pupitres de prensa. Allí donde prender un pucho ayudaría más a mi angustia.


No recuerdo bien que pasó en el medio, solo sé que, en el medio de cervezas y cigarros, un colega de Telam me afirma: “Se juega, quédate tranquilo”. Minutos después, las luces del Atahualpa se prendieron en su totalidad y desde el túnel, comenzó a salir la Selección Argentina. ¿Qué onda? Atlético había llegado sin su indumentaria y tuvo que pedir prestada la del equipo nacional sub 20, que se encontraba jugando el Sudamericano. Casi una hora después, con un pulmón extra, a casi 2.800 metros de altura sobre el nivel del mar, Fernando Evangelista corrió hasta el fondo y tiró un centro que, tras el desvío, fue a parar a la cabeza de Fernando Zampedri. El goleador la colgó en el primer palo y el primer éxtasis llegó a un nivel supremo.


Todo se nubla y de golpe, casi sin entenderlo, me encuentro en el sector 3 de un Monumental José Fierro que explota. Está jugando Atlético frente a un rival de camiseta roja y blanca. Lejos, muy lejos de ser San Martín, Junior de Barranquilla está abajo 3 a 1 y necesita un gol para entrar a la fase grupos de la Copa Libertadores. Falta casi un minuto para terminar el partido, la pelota vuela por los cielos rumbo al área, alguien la cabecea al punto penal y otro delantero colombiano la empalma de media vuelta, cambiándole el palo a Cristian Lucchetti. Esas tres milésimas de segundos fueron suficientes para sufrir 25 infartos simultáneos. El Laucha, con unos reflejos increíbles, vuela para detener el balón y comenzar a disfrutar la clasificación.


Son las 4.03 y mi cuerpo está sobre la cama, pero mi cabeza en San Pablo, Brasil. A metros de entrar al Allianz Parque con mi hermano Ignacio, el Perro Páez, Juan Pablo y su padre, Fede y el Negro Rogel. La monstruosidad de semejante estadio nos deja impactados. Minutos después, el Pulga gana en el salto para impactar de cabeza y poner un 1 a 1 que daba esperanzas de seguir en la Copa. Atlético tenía que ganar y esperar que Wilstermann no lo haga en Uruguay, cosa que estaba ocurriendo. Pero el sueño se esfumó cuando Palmeiras se iluminó unos minutos y clavó dos goles seguidos.


De golpe, Cristian Lucchetti le ataja un penal a Leandro Fernández y el sueño de meterse en cuartos de final de la Sudamericana se agrandaba. Pero Benítez tenía otros planes y con un zapatazo desde afuera del área dejaba un sabor amargo. Muy amargo. Pero el fútbol siempre te da revancha y en mi cabeza aparece Rodrigo Aliendro pegándole de derecha para poner el 2 a 1 en Mendoza y sacarse la espina.


Son casi las 7 de la mañana y Washington Camacho está por patearle un penal al Laucha. Pero el “1”, siempre gigante, vuelve a quedarse con el disparo. Exigiendo su cuerpo y dejando la vida. Instantes después deja el campo de juego por culpa de su maldito hombro y toda la responsabilidad cae en Alejandro Sánchez. Y el Oso no defraudó. Se quedó con los penales del Ruso Rodríguez y Mauricio Martínez y desató una locura enorme en Formosa y Tucumán.


Mi despertador comienza a sonar. Son las 9.15 y es hora de levantarse. Mientras me lavo la cara, comienzo analizar nuevamente todos esos pantallazos. ¿Los soñé? No, para nada. Los viví y los reviví una y mil veces. Porque tuve un 2017 de locos, con cosas impensadas. Hoy, a horas de la final de la Copa Argentina contra River, puedo decir que a éste sueño, no lo sueño dormido.