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Del Hospital al mundo mágico y sin dolores de los Payamédicos

Solidaridad

Casi 80 voluntarios vestidos con pelucas y trajes multicolores recorren los centros asistenciales con el objetivo de contribuir a la salud emocional de los pacientes.





Sacar aunque sea por un ratito a los pacientes y a sus familiares de los avatares de la enfermedad. Trasladarlos a un mundo mágico, lleno de risas y colores, donde no existe el dolor. Acompañarlos en los días difíciles o hasta la puerta del Hospital, cuando recibieron la buena noticia del alta. Esa es la función invaluable que cumplen los payamédicos tucumanos que cada jueves y sábados visitan los centros asistenciales de manera voluntaria. 

“Siempre decimos que todos llevamos un niño dentro y yo creo que, además, todos llevamos un payaso en nuestro interior”, sostiene Celeste Marcaida, quien desde hace dos años es formadora de Payamédicos en Tucumán. En dos semanas más, se sumarán 16 nuevos egresados del curso para unirse a otros 80 que desarrollan su labor en los hospitales del Niño Jesús y Ángel C. Padilla, de San Miguel de Tucumán y Miguel Belascuain, de Concepción


Para ser payamédico sólo se necesita haber completado el secundario y tener espíritu solidario. Ni más ni menos. El resto se aprende en la formación que se imparte en la Provincia desde el año 2002 con aval de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). “En la primera etapa de payateatralidad se aprende sobre teatro y clown, así como también sobre la estética y la ética del payamédico”, apuntó la joven de 27 años que está estudiando el profesorado en Educación Física. En la segunda etapa, especialistas de la Asociación Civil vienen a Tucumán para completar la formación en payamedicina

Al finalizar la primera fase, cada uno de los asistentes debe elegir su nombre, apellido y traje para desempeñarse como un “doctor de la alegría”. “Después de tres meses de curso, cada asistente crea su vestuario en base a su imaginación, teniendo en cuenta que sólo usamos los colores de la paleta: rosa, verde, amarillo, naranja y celeste”, completó la voluntaria, quien reveló que las narices rojas están exceptuadas “para no traer a la memoria ningún recuerdo ligado a la sangre” así como también el lila o negro, vinculados al luto. El blanco, por tanto, sólo queda reservado para las chaquetas. 

El nombre de cada personaje es otra cuestión: lo define cada clown combinando de manera original (y musical) un nombre propio con una práctica médica. El desafío es que no haya otro payamédico con el mismo nombre el todo el país, de manera que la Asociación Civil lo acepte como un documento de identidad único, que se entrega en caso de abandonar la actividad. 


Así, es posible encontrar a “Loriana Laminografía,  “Gema Helicotrema o  Giama Hemograma en los pasillos de los hospitales tucumanos llevando sonrisas que liberan endorfinas a borbotones. Según constató el médico psiquiatra y fundador de Payamédicos, José Pellucchi, los pacientes mejoran significativamente sus parámetros al tomar contacto con un payaso lleno de colores. “Pelluchi hizo la prueba de recibir a los pacientes en su consultorio con una nariz de plástico y una peluca. Les tomó la presión y el ritmo cardíaco al llegar y luego al irse y comprobó la mejora”, contó Celeste. Ahora, a la luz de los resultados, la UBA evalúa plantearlo como una nueva carrera universitaria.

“Todos los que hacemos payamedicina decimos que somos nosotros los que pagaríamos para poder realizar este trabajo”, revela la voluntaria, quien habla apurado para contar todo lo que significa para ella ir cada semana al Hospital de Niños a ponerse su traje de colores. “Muchas veces cuando recorremos los pasillos los papás se acercan a pedirnos que los visitemos en las salas porque ellos también nos necesitan. Nosotros los acompañamos llevándoles un mundo de alegría y mucho amor, sacándolos aunque sea 10 minutos de la realidad que están viviendo”, agregó. A ella y a sus compañeros les tocó visitar las guardias, las salas de terapia media e intensiva, a personas que creían que se iban a recuperar pero el destino les jugó una mala pasada y también a aquellos que se pudieron sobreponer. 


“Si tengo que decir de un caso que me marcó especialmente de entre todos los que conocimos a lo largo de estos años, es el de Rosario, una nena a la que conocimos cuando se había curado de un cáncer. Sin embargo, a los pocos meses la enfermedad volvió y decidimos hacerle el seguimiento en su casa durante tres años, hasta que falleció en septiembre del año pasado. Desde entonces, es un ángel de la guarda para todos los payamédicos de Tucumán”, contó Celeste con visible emoción y agradecida de que la vida también dé revancha y motivos para volver a sonreír. 

“Tuvimos muchos casos de pacientes que pudimos acompañar el día del alta hasta la puerta del hospital. Para nosotros y para todo el personal esos días son una auténtica fiesta”. Celeste no lo dice, pero no hace falta tampoco. Esos días de fiesta compartida con todos los que estuvieron durante los angustiantes días de internación son, en definitiva, lo que hace que todo haya valido la pena.