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Silencio y soledad en Chacabuco y Piedras

Clausura

Sólo un bar abrió en la noche del jueves.




Sólo se escucha el ladrido agudo del perro que saca su cabeza por el balcón de un tercer piso, acá en la vereda de la esquina de Chacabuco y Piedras. Dos jóvenes conversan bajito, como si estuvieran entrando a una iglesia. Uno de ellos, el que está abrigado con el chaleco inflable, dice: “Sí, está abierto”.



Caminan entonces al único local que esta noche de jueves tiene las luces encendidas y las puertas abiertas: la pizzería Pizzanti. Todas sus sillas y banquetas están dentro del negocio, pero están vacías. Parece que nada se mueve en esta esquina, salvo la tapa circular de hierro que está en la calle, cada vez que un auto le pasa por encima y se reacomoda con un golpe metálico.

Una pareja camina apurada, ella lo abraza por la cintura, él por el hombro. Su sombra se expande por la vereda vacía, donde cualquier jueves de los últimos diez años hubo sillas, mesas, alguien enchastrado, recién recibido, una moza que llevaba cervezas, risas, rock de fondo, amigos y hasta piñas; el bullicio que le daba vida y nombre a esta esquina, la Chacapiedras. Ahora, que el silencio reina ha perdido su esencia; es una esquina más de barrio Sur.



El semáforo en rojo detiene el tránsito que sube por Piedras. Se escuchan los motores de los autos que esperan, un ventilador externo de la rotisería Dani y el roce de las hojas del árbol de la vereda de Verdell, que entre ellas se empujan por la brisa.

En la puerta de los bares, hay una faja de clausura. Detrás del vidrio, las heladeras exhiben botellas y botellas de cerveza: los viernes, entre todos los locales, vendían unas mil por noche. Un fin de semana con la esquina seca es un golpe difícil para los dueños de los bares: “Tengo que cubrir una factura de luz de 8.000 pesos. Y si esto sigue cerrado, no sé cómo voy a hacer”, dijo Alejandro Rodríguez, propietario de Bud&Rock.



Ni él ni nadie se había imaginado lo que ocurrió el miércoles: unas 20 personas, entre policías de la Provincia y agentes municipales, cortaron las calles de la intersección y luego, uno tras otro, clausuraron siete bares. Motivos: Falta de matafuegos, en algunos casos. Permisos para ubicar las sillas en la calle, en otros.

Pero un día después, el jueves por la mañana, lo que fue algo técnico, tomó jerarquía política, de decisión urbanística: “Son recurrentes las denuncias de los vecinos por los excesos de las personas que concurren a los locales. La ciudad es de todos y tenemos que recuperar los espacios públicos”, declaró el secretario de Gobierno Municipal, Walter Berarducci.



Acá en la esquina, la noche avanza y se pone más frío. El cuidador de autos David Pérez ha llegado a su lugar de trabajo.

-Si no abren los bares yo me quedo sin laburo. Ya se estaban pasando, también. El kilombo del otro día fue por problemas de Atlético y de San Martín y por histeriqueos de algunas minas.

David se refiere a la pelea que ocurrió el viernes, donde las mesas y las sillas volaron mientras las piñas pasaban de bar en bar.

-Toy cagao. Ni un peso he hecho. Tengo cinco hijos que mantener y hago la moneda día a día- dice. Su familia lo acompaña en la esquina. Como nadie estaciona, no hay qué cuidar. Minutos antes de la una, emprende el regreso a casa, en el barrio Victoria, a pie.

Y en la esquina, además del silencio, ahora no hay nadie.