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Una tragedia que visibiliza un sistema político y social inerte

opinión

La especialista Laura Salado Teyssier reflexiona sobre las políticas viales de nuestro país y su relación con la sociedad.

Foto de El Intransigente


Cuando hablamos de siniestros de tránsito y su prevención, en lo primero que pensamos es en los niños, los más chicos, las nuevas generaciones que formarán el tránsito los años venideros. A la vez pensamos en cómo los estamos formando para que puedan ser mejores conductores y peatones de lo que nosotros lo somos ahora, y nos encontramos con que no los educamos lo suficiente ni de la forma correcta.

Esta semana un niño de 13 años y una joven de 24 perdieron la vida tras una colisión múltiple en la ciudad de San Miguel de Tucumán. El informe policial indica que estuvieron involucrados tres vehículos y uno de ellos era conducido por el niño, algo que no debiera haber ocurrido bajo ninguna circunstancia.

Las estadísticas más preocupantes difundidas por la Organización Mundial de la Salud este año afirman que los siniestros viales son la primera causa de muerte en los niños de 5 a 14 años y la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. La primera franja etaria responde, según la poca estadística en Argentina, Latinoamérica y el Caribe, a hechos en donde los menores son acompañantes de vehículos o viajan en motocicletas de forma indebida, y en una tercera instancia conducen motovehículos. La última causa posible es la de que un chico menor de 14 años conduzca un automóvil y pueda provocar una tragedia como la que sucedió el pasado domingo en la noche.

Los datos son alarmantes, sin embargo, en Argentina seguimos viendo casos cada vez más frecuentes. La pregunta que todos se harán por estas horas será, seguramente, ¿qué hacía un niño de 13 años conduciendo un automóvil? La respuesta no es sencilla, es multicausal y merece la atención no solamente de los funcionarios sino de toda la sociedad.

Se realizaron diversos estudios en el mundo sobre la psicología adolescente en general, y los especialistas aseguran que la noción de peligro y el temor por la muerte son dos elementos que los adolescentes no pueden comprender por su falta de madurez y experiencia. Estos elementos hacen que no tengan miedo al exceder las velocidades o tomar alcohol y conducir, y tampoco les preocupan las consecuencias de sus actos o la injerencia de los mismos sobre el otro. He aquí donde debemos enfocarnos para evitar la criminalización de un niño o adolescente, sin restarle su responsabilidad al conducir un vehículo de forma temeraria o habiendo consumido alguna sustancia psicoactiva.

El hecho de que un niño conduzca un vehículo y termine protagonizando un siniestro vial con víctimas fatales, no lo hace el responsable único del resultado. La construcción del mensaje de este tipo de acciones temerarias, difundido por los medios de comunicación, poco explicado en las escuelas y nada analizado en los hogares, genera en los más jóvenes incertidumbre y ansias de experimentar lo desconocido.

No se sabe aún porqué Facundo Emanuel González de 13 años conducía un auto. Sin embargo, esa realidad se repite en muchos lugares del país. ¿Qué llevó a Emanuel a tomar la decisión de conducir? Un factor externo, una persona o un mensaje construido en algún espacio de su entorno cercano o de contacto, donde absorbió la información o “el desafío”. Un niño de 13 años no construye por sí sólo una concepción tal, por eso, es imprescindible entender que todo el sistema y la sociedad es parte del origen, del porqué sucedió lo que sucedió.

También debemos mencionar, aunque no se conoce que sea el caso de la tragedia del domingo en Tucumán, la realidad de que muchos padres dan a sus hijos ciertas libertades, creyendo que están respetando sus espacios, cuando en realidad los están abandonando, porque ellos no saben hacerse responsables por sus acciones. De la misma forma, los menores y adolescentes acceden a cada vez más información a través de todos los medios virtuales posibles, por lo que ninguna expresión de los adultos será para ellos “palabra santa”.

También debemos mencionar el proceso de deconstrucción de la educación con el ejemplo. ¿Cómo un padre puede intentar imponer algo a su hijo si él mismo no comprende que debe utilizar el cinturón de seguridad? ¿por qué cree que su sobrino será responsable, si el tío adulto conduce luego de haber bebido alcohol? ¿cómo un profesor puede intentar enseñar a sus alumnos que deben respetar las normas si estaciona en un lugar prohibido?.

La pérdida de autoridad de los adultos ha derivado en muchas situaciones sociales, donde su falta de compresión sobre los elementos de riesgo termina perjudicando directamente a los más chicos.

No buscamos explayarnos en un análisis sociológico, solamente exponemos claramente realidades que los adultos conocemos pero que no queremos reconocer ni asumir como consecuencia de nuestras acciones.

Y finalmente llegamos a dos actores fundamentales en la construcción de esos mensajes que absorben los chicos. El Estado desde el sistema educativo, de control, prevención y sanción, y también del ejemplo. Donde la falta de medidas reales y eficaces invisibilizan un problema que no es pasible de análisis por la falta de rédito político que genera. Y los medios de comunicación y los periodistas, que tenemos una mayor responsabilidad que difundir solamente los siniestros, y tenemos la obligación, seamos especialistas en la materia o no, de educar a través del mensaje.

Lo que le sucedió a Emanuel y a Britani el domingo seguirá sucediendo, lamentablemente. El proceso de cambio es arduo y extenso. El sistema político y social argentino debe establecer la seguridad vial como política de Estado para poder implementar medidas eficaces y estudiadas, y así reducir la mortalidad y la siniestralidad vial. Los resultados se verán en muchos años, pero es fundamental dar el pie inicial lo antes posible, en la búsqueda de no seguir naturalizando muertes totalmente evitables.



*La autora pertenece a la asociación civil Salvemos Vida.