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En su último Tedeum, Zecca criticó las protestas ideológicas y llamó a la unidad

25 DE MAYO

La máxima autoridad religiosa de la provincia críticó a los católicos que no viven de acuerdo a lo que profesan y llamó a dejar de culpar a la dirigencia política y hacer un "mea culpa".

Alfredo Zecca, en su último Tedeum por la Revolución de Mayo. FOTO: SECRETARÍA DE COMUNICACIÓN





Monseñor Alfredo Zecca encabezó este jueves su último Tedeum por la Revolución de Mayo (Presentó su renuncia al Arzobispado de Tucumán el lunes). En su homilía, que escucharon atentemente el gobernador, algunos intendentes ─incluido Alfaro, de capital─, ministros, legisladores y funcionarios; emitió un mensaje que llamó a la unidad a pesar de las diferencias ideológicas.
Zecca comenzó su discurso preguntándose qué pasa con el país en la actualidad respecto a un pasado "brillante", y realizó una fuerte crítica a los católicos que no viven de acuerdo a lo que profesan. "Nuestra Patria –y muy particularmente nuestra provincia y región– está habitada por una inmensa mayoría de católicos que se profesan tales pero que no siempre viven de acuerdo a lo que confiesan", estepó.
El monseñor llamó a todos ─pero especialmente a los católicos─ a intensificar los valores republicanos, del diálogo, de la equidad en la participación de las riquezas y del afianzamiento de la amistad social y de la paz. Remarcó las dificultades que se presentan en la actualidad para elevar a la Argentina en el lano internacional  y, a partir de esto, de las personas y las familias en el plano social, cultural y espiritual. También invitó a la sociedad civil a dejar de culpar a la dirigencia política y hacer un "mea culpa", mostrar mayor interés por la cosa pública.
"El interés por la cosa pública debería llevarnos a mucho más que protestas y reclamos, que, ciertamente, deben estar cuando existan razones relevantes para efectuarlos, pero no cuando responden a cuestiones meramente ideológicas y de política mal entendida", criticó Zecca y agregó: "Me da mucha pena cuando, desde posiciones ideologizadas, no se reconoce todo lo que hemos dado a esta historia nacional y se nos quiere quitar la posibilidad de dar lo que aún tenemos para dar".
El arzobispo reivindicó el rol de la Iglesia en la sociedad y envió un mensaje para aquellos que los quieren "hacer callar": "Aquellos que buscan que nos callemos merecen ser tratados como hermanos. Son también nuestros hermanos y hermanas, y a ellos tenemos que dirigirnos también, no sólo con la palabra sino también con el testimonio de fraternidad, de cercanía, de paciencia, de solidaridad. Sólo cuando seamos capaces de mirar a todos como hermanos, más allá de la ideología, de la religión, de las convicciones de cada uno, podremos hablar de verdadera inclusión y pensar de nuevo las bases de nuestra nación".

Monseñor Alfredo Zecca encabezó este jueves su último Tedeum por la Revolución de Mayo (Presentó su renuncia al Arzobispado de Tucumán el lunes). En su homilía, que escucharon atentemente el gobernador, algunos intendentes ─incluido Alfaro, de capital─, ministros, legisladores y funcionarios; emitió un mensaje en el que llamó a la unidad a pesar de las diferencias ideológicas.

Zecca comenzó su discurso preguntándose qué pasa con el país en la actualidad respecto a un pasado "brillante", y realizó una fuerte crítica a los católicos que no viven de acuerdo a lo que profesan. "Nuestra Patria –y muy particularmente nuestra provincia y región– está habitada por una inmensa mayoría de católicos que se profesan tales pero que no siempre viven de acuerdo a lo que confiesan", estepó.

El monseñor llamó a todos ─pero especialmente a los católicos─ a intensificar los valores republicanos, del diálogo, de la equidad en la participación de las riquezas y del afianzamiento de la amistad social y de la paz. Remarcó las dificultades que se presentan en la actualidad para elevar a la Argentina en el lano internacional  y, a partir de esto, de las personas y las familias en el plano social, cultural y espiritual. También invitó a la sociedad civil a dejar de culpar a la dirigencia política y hacer un "mea culpa", mostrar mayor interés por la cosa pública.

"El interés por la cosa pública debería llevarnos a mucho más que protestas y reclamos, que, ciertamente, deben estar cuando existan razones relevantes para efectuarlos, pero no cuando responden a cuestiones meramente ideológicas y de política mal entendida", criticó Zecca y agregó: "Me da mucha pena cuando, desde posiciones ideologizadas, no se reconoce todo lo que hemos dado a esta historia nacional y se nos quiere quitar la posibilidad de dar lo que aún tenemos para dar".

El arzobispo reivindicó el rol de la Iglesia en la sociedad y envió un mensaje para aquellos que los quieren "hacer callar": "Aquellos que buscan que nos callemos merecen ser tratados como hermanos. Son también nuestros hermanos y hermanas, y a ellos tenemos que dirigirnos también, no sólo con la palabra sino también con el testimonio de fraternidad, de cercanía, de paciencia, de solidaridad. Sólo cuando seamos capaces de mirar a todos como hermanos, más allá de la ideología, de la religión, de las convicciones de cada uno, podremos hablar de verdadera inclusión y pensar de nuevo las bases de nuestra nación".


Discurso de Alfredo Zecca

Es para mí motivo de gran alegría estar hoy aquí con todos ustedes para dar gracias a Dios por un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, un paso significativo en el largo itinerario – no exento de tensiones, avances y retrocesos – hacia la definitiva independencia que, finalmente,  nuestra joven Nación declaró, en aquel memorable 9  de julio de 1816, en Congreso reunido en esta histórica ciudad de San Miguel de Tucumán.

 Saludo al Señor Gobernador de la Provincia, al Señor Vicegobernador, al Señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia, al Señor Intendente de la ciudad de San Miguel de Tucumán y demás autoridades presentes de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, autoridades eclesiásticas, autoridades civiles, militares y policiales, a los representantes de las distintas comunidades religiosas y al querido pueblo tucumano.

 Hace 207 años nuestros próceres, recogiendo el sentir popular, decidieron que valía la pena comenzar un proyecto juntos. El 25 de mayo de 1810 comenzaba la aventura apasionante, riesgosa e incierta de abrir las puertas a la posibilidad de conformar una nueva nación. Decisión que nos llevaría a dolorosos enfrentamientos externos e internos, que pondrían duramente a prueba la voluntad de los patriotas, pero que se reafirmaría en esta Ciudad de Tucumán el 9 de julio de 1816, y comenzaría una nueva etapa luego de la finalización de las guerras de independencia en 1824 y, más adelante, en la sanción de la Constitución de 1853. La corriente inmigratoria que comenzara unas décadas después, y el inteligente proyecto inclusivo-educativo que siguió inmediatamente, dieron al país una conformación original, y destinada al crecimiento y al desarrollo. Y así fue: con el pivote puesto en la educación y en una férrea conducción política – con sus luces y sus sombras –, la Argentina brilló en el concierto de las naciones y llegó a estar entre las primeras potencias mundiales por su incremento poblacional y su desenvolvimiento económico, social y cultural.

 ¿Qué nos está pasando ahora? ¿Por qué parece tan difícil plantearnos seriamente nuestra nacionalidad y volver a ofrecer a nuestros connacionales una perspectiva adaptada a nuestros tiempos, pero igualmente apasionante?

 Nuestra Patria – y muy particularmente nuestra provincia y región – está habitada por una inmensa mayoría de católicos que se profesan tales pero que no siempre viven de acuerdo a lo que confiesan. Por ello mismo, quisiera dirigir hoy algunas reflexiones a todos, pero en especial a los fieles católicos, cualquiera sea el lugar que ocupan en nuestra sociedad, para insistir que debe ser el compromiso de todos una eficaz contribución al afianzamiento de los valores republicanos, del diálogo, de la equidad en la participación de las riquezas fruto del trabajo y, finalmente, del afianzamiento de la amistad social y de la paz que sólo pueden ser fruto de la justicia.

 Convengamos en que esta época presenta complejidades muy particulares, que no son de mi competencia, pero que hacen a nuestra Patria muy difícil ocupar un lugar en el ámbito internacional que nos permita participar del desarrollo común y lograr así la conformación de bases materiales que favorezcan la elevación de las personas y las familias en el plano social, cultural y espiritual.

 Sin embargo, sigue siendo pertinente la pregunta que hace unos cuantos años encabezara el título de un libro muy conocido: ¿Queremos vivir juntos?

 Creo que en esta pregunta se resume un mundo. Estamos acostumbrados a echarle la culpa de los fracasos nacionales a la dirigencia política. No digo que no compartan esa culpa, pero también los ciudadanos debemos preguntarnos qué nos toca. Está claro que nos toca poner el hombro en las crisis, y eso lo hemos hecho y lo seguimos haciendo. Sin embargo, hay mucho más que podemos hacer. El interés por la cosa pública debería llevarnos a mucho más que protestas y reclamos, que, ciertamente, deben estar cuando existan razones relevantes para efectuarlos, pero no cuando responden a cuestiones meramente ideológicas y de política mal entendida.

 Porque la política bien entendida trasciende por mucho las luchas partidarias: no importa quién gobierne, la Argentina sigue siendo un proyecto común que es, al decir de Ortega y Gasset, “el haber hecho grandes cosas juntos y el querer seguir haciéndolas todavía”. Y esta es la pregunta que quiero que nos llevemos para reflexiona hoy: ¿Queremos hacer algo juntos? ¿Qué queremos hacer?

 La mira de toda generación está siempre puesta en la generación que sigue. De modo que creo que esa pregunta debería traducirse en otra: ¿cómo queremos que sean las generaciones que nos sigan? Debemos pensar seriamente en nuestro presente pero, sobre todo, en nuestro futuro, en concreto, en nuestros hijos y nietos. Me parece que lo primero en esa lista de lo que queremos hacer por ellos, sin dudarlo, está en la transmisión de valores sólidos, que los hagan caminar firme y responsablemente por la vida, generando respeto y empatía hacia los demás, y conformando un talante que potencie ese respeto y empatía. Una generación capaz de resistir con resiliencia en las adversidades y de aprovechar los momentos favorables para seguir poniendo bases cada vez más sólidas a las próximas generaciones.

 Hace poco, un artículo en un periódico español hablaba de las generaciones que se vienen y las calificaba de “blanditas”: personas incapaces de construir para otros porque nunca han tenido que hacer esfuerzos, jóvenes acostumbrados a ver satisfechos sus menores deseos al instante, e intelectualmente satisfechos a pesar de su casi nula educación objetiva. Porque “educarse” cuesta. Cuesta mucho esfuerzo, postergaciones, límites. Y las nuevas generaciones, hijos de padres agotados y sin tiempo para nada, no tienen quien les ponga metas semejantes. La expectativa se pone en la escuela, gestionada y acompañada por adultos igualmente cansados y sin tiempo, que no puede – y tampoco le corresponde en primer lugar – responder a la altura de las circunstancias. Pero el problema parte de más abajo.

 El esfuerzo que se nos pide es gastar y desgastar nuestra vida por la de nuestros hijos. Es una inversión que nos parece casi imposible, pero la única que produce resultados objetivos y comprobables, y que nos pondrá nuevamente en posición de hacer oír nuestra voz de argentinos.

 No quisiera que se me malinterpretara: no se trata aquí de falso nacionalismo o chauvinismo, sino de ofrecer al mundo una originalidad propia. Originalidad que vieron bien nuestros padres patrios, y en pos de cuya expresión desgastaron sus vidas. Y murieron jóvenes, sí, pero con la mirada puesta en el más allá, en el futuro, en lo que ese sacrificio depararía.

 Nuestros padres vieron también que, en ese camino, la fe propuesta por la Iglesia católica era un aliciente. En efecto, estos valores que se requieren tienen un correlato espiritual en virtudes cristianas: la esperanza puesta en el más allá, la entrega al plan de Dios, la certeza del triunfo final, la admiración ante el hombre como creación privilegiada del Padre, la mirada puesta en Jesucristo modelo de todo ser humano, el respeto por el mundo creado, el señorío sobre la naturaleza, la consideración sagrada del otro como merecedor del sacrificio de Jesucristo, la fraternidad universal, el respeto racional por la autoridad, la capacidad de construir aún con los diferentes, el valor de la solidaridad y de la paz, la fortaleza ante las adversidades, la reverencia por la verdad hasta dar la vida por ella si es necesario. Y podríamos seguir.

 ¿Cómo no reconocer que todo esto tiene que ver con la plenificación del hombre y, por consiguiente, con un desarrollo social armónico y pujante, llamado a seguir avanzando sin límites hacia la felicidad de la persona? Nadie puede negar que la Iglesia ha promovido siempre estas virtudes. Compuesta por hombres y mujeres frágiles y pecadores, muchas veces se ha equivocado; y es que el pecado tiñe toda la historia humana. Pero la flecha ha ido siempre hacia arriba y, cuando nos hemos dado cuenta de nuestros errores, los hemos reconocido y pedido perdón. Y hemos reclamado que se nos deje seguir adelante, rectificando lo que hubiera que rectificar, y ofreciendo nuevas energías provenientes de la oración y la conversión.

 Por eso me da mucha pena cuando, desde posiciones ideologizadas, no se reconoce todo lo que hemos dado a esta historia nacional y se nos quiere quitar la posibilidad de dar lo que aún tenemos para dar.

 Sin embargo, mucha de esa culpa es nuestra: de nuestra falta de perseverancia en la formación y en la acción, de nuestra facilidad para juzgarnos lastimándonos a nosotros mismos de una manera cruel, sin poner iguales energías en encontrar juntos la salida a tantos momentos difíciles. La dispersión es lo que buscan quienes quisieran que nos calláramos.

 Y voy más allá todavía: aquellos que buscan que nos callemos merecen ser tratados como hermanos. Son también nuestros hermanos y hermanas, y a ellos tenemos que dirigirnos también, no sólo con la palabra sino también con el testimonio de fraternidad, de cercanía, de paciencia, de solidaridad. Sólo cuando seamos capaces de mirar a todos como hermanos, más allá de la ideología, de la religión, de las convicciones de cada uno, podremos hablar de verdadera inclusión y pensar de nuevo las bases de nuestra nación.

 El cristiano está hoy llamado a aportar esto: esta mirada limpia, sin prejuicios, sin complejos. Mirada que se dirige en última instancia al Señor muerto y resucitado, que nos asegura que siempre estará con nosotros, hasta el fin del mundo, y que sólo nos pide que nos dirijamos a todos los hombres con perseverancia y caridad.

Invito a todos a la unidad, a la recuperación de nuestros más profundos valores republicanos, aquellos que hicieron grande nuestra Patria; a dejar atrás todo encono y división y a mirar el futuro con esperanza y entusiasmo. Será la mejor contribución que podemos hacer para que Argentina recupere su grandeza. Confío esta invitación a la intercesión maternal de Nuestra Señora de la Merced para que ella la lleve a su Hijo Jesús.