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¡Ay, mi Tucumán querido! - Parte II

OPINIÓN

Imagen ilustrativa perteneciente a la película 'Point Break', en la que asaltantes cometían delitos con máscaras de presidentes de Estados Unidos. FOTO DE NYDAILYNEWS.COM


Los políticos tucumanos como bandas de ladrones

En la primera parte de este artículo se establecía un paralelo analógico entre la Ciudad de Dios de san Agustín y el libro #Tucumanazo 2015 de los periodistas tucumanos Benito, Sánchez y Stanich; en ambos casos se cumpliría la sentencia del obispo de Hipona que decía que en un estado en el que no hay justicia se está ante un gobierno de una (o varias) bandas de ladrones, vengan de los eventuales oficialismos o de las eventuales oposiciones. Allí, sosteníamos, la estructura viciosa de la política mostraría que a la injusticia (y la concomitanteinequidad), se le suman la impunidad y la corrupción. Por el contrario, un estado de derecho bien constituido, debe estar presidido por la tríada virtuosa del imperio de la ley, el servicio de la justicia y el accionar cívico conforme a laética política, social y económica.

No hace falta ser muy perspicaces ni aportar demasiadas pruebas para saber que la Argentina, en general, y Tucumán, en particular, hace décadas, por no decir desde hace dos centurias, viene arrastrando esa estructura viciosa, injusta, corrupta e impune, que nos viene convirtiendo en una república, una democracia y una provincia fallidas, “inviables” o de baja intensidad y calidad, como se dice. Lo cual se evidenció patentemente en las elecciones tucumanas del 23 de agosto de 2015. Esas “elecciones que torcieron el rumbo político del país” constituyeron el bochorno, la farsa y el fraude electoral, condensado en un “salvajismo electoral”, de tirios y troyanos, de bárbaros y romanos o de salvajes oficialistas y, parejamente, salvajes opositores tucumanos.

Y uno de los puntos álgidos de ese sistema fueron las “relaciones carnales entre el poder ejecutivo y el poder judicial”, como afirman los periodistas tucumanos. Mencionemos algunos casos puntuales: En el Tucumán de 2015, se nos dice, los tucumanos habíamos perdido el asombro y, con él, la capacidad de repudio; en tal sentido los autores citan a Simone de Beauvoir: “lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra”; y es que “la provincia tucumana parece a veces una caricatura de la Argentina de los límites institucionales rotos”. Y allí se encuentra, quizá, la madre del borrego: en la falta de institucionalidad o, peor, en el atropello a las instituciones; esa es al menos la tesis elogiada y globalizada de dos investigadores y docentes norteamericanos en su libro “Por qué fracasan los países”1

Este colapso de la república democrática argentina, en general, y tucumana en particular, está estrechamente ligado a este avasallamiento sistemático a las instituciones jurídicas, políticas y económicas. En la investigación periodística de “Tucumanazo 2015”  se desnuda que una de las principales causas de ello fueron (y siguen siendo) “las relaciones carnales entre la justicia y el poder político (que) tendieron a naturalizarse en la provincia durante la década alperovichista”; y en esta “politización de la Justicia local”, como dijimos, un papel protagónico lo jugó el personaje responsable de los manejos poco claros que sometieron a la justicia tucumana al ejecutivo local, Edmundo “Pirincho” Jiménez, histórico Ministro de Gobierno y Justicia del alperovichismo, que devino jefe de los fiscales y de los defensores oficiales en funciones; y desde entonces “cruje la división de poderes”.

Pero Jiménez actuó también en banda o, al menos, con la complicidad de otros; dos ejemplos de esos “límites institucionales rotos” y de las “relaciones carnales” entre el poder judicial y el ejecutivo son “el nombramiento discrecional en el Poder Ejecutivo de Facundo Posse, hijo del vocal de la Corte afecto a las tertulias domésticas en la residencia de Alperovich”, y un antecedente de esos contubernios fue “la carrera política meteórica y fugaz de Oscar Bercovich, primogénito de la vocal Claudia Sbdar, quien durante el tercer mandato de Alperovich había pasado en pocos meses de ser su secretario privado a desempeñarse como directivo de la televisión oficial (Canal 10, a su vez “colonizado” y usurpado de su legítima propietaria, la UNT).

Ahora bien, el tembladeral que sumió al proceso electoral en el salvajismo farsesco que desencadenó el “Tucumanazo 2015”, se produjo el 16 de septiembre de ese año. Fue una “coincidencia perfecta” entre un terremoto con epicentro en Chile, 8.4 escala de Richter, que repercutió fuerte en Tucumán, y, simultáneamente, dos jueces locales “de la vieja guardia”, Salvador Ruiz y Ebe López Piossek, quienes declararon la nulidad de las elecciones que acababa de ganar el oficialismo. El sacudón del sismo físico y del judicial, dicen los periodistas, dejó a Tucumán en estado de shock.

En esa trama profundamente corrupta de la justicia y de la política se encuentran jueces, fiscales, abogados; que operaban para el “oficialismo” o para la “oposición”; todos en el mismo lodo manoseados y embarrados; manoseando y embarrando. Jorge Gassenbauer, mano derecha de Alperovich, vociferaba buscando apagar el incendio o aplacar el sismo, diciendo: “¡conseguilo a Renecito!”, el superministro de Gobierno, Justicia y Seguridad se refería, muy probablemente, al abogado René Goane (h), el primogénito del vocal decano homónimo de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán, considerado interlocutor –otra forma de decir nexo u operador- de uno de los jueces más intratables de los Tribunales provinciales. Resulta que René Goane (padre) es una pieza clave en esta corrupción y colapso de la justicia tucumana. Este, el número dos de la Suprema Corte, supo confraternizar y ser amigo del mentado Salvador Ruiz, al día siguiente del sismo telúrico y judicial (por la sentencia de Ruiz y López Piossek), se rumorea que vociferó: “¡Voy a tener que arreglar el quilombo que armó Ruiz!”

¿Cómo estaba servida la justicia del lado de los “opositores”? A 11.000 kilómetros de la plaza Independencia, donde se seguían sintiendo los sismos jurídicos y políticos, Roberto Toledo y Arnaldo Ahumada, abogados patrocinantes del Acuerdo para el Bicentenario (o sea: para Cano, Amaya y Alfaro), eran miembros festivos de una comitiva que paseaba por la “ruta del whiskey” en Escocia. Se enteraron de la sentencia que invalidaba los comicios tucumanos la noche del 16 al 17 de septiembre. Toledo y Ahumada festejaron y brindaron. Otros acompañantes de esos festejos de turismo etílico eran entonces Nicanor Rodríguez del Busto –célebre por sus conexiones comerciales con los patrones del juego de azar y con el oficialismo tucumano-, hermano del secretario electoral federal Rogelio Rodríguez del Busto y esposo de Belén Japaze, relatora de Gandur; así como Roberto Toledo es padre de Pablo Toledo, otro de los relatores del titular de la Corte y de la Junta (Gandur). Otro acompañante de esta “escapada alcohólica” escocesa era otro camarista, Carlos Giovanniello, y, como cereza del postre de la justicia corrupta tucumana, también era de la partida Antonio Estofán, el primero de los tres vocales de la Corte Suprema tucumana nombrado por Alperovich, un paladar negro del alperovichismo. Cuando uno se asoma a esta trama de contubernios y connivencias en la corrupción de la justicia, se pregunta, con razón y desconsuelo, dónde está la lista demarcatoria entre políticos, jueces o fiscales “oficialistas” u “opositores” corruptos.

Volvamos de nuevo a Goane en este embrollo de la invalidación de los comicios del 2015; el oficialismo (Alperovich, Manzur, Gassenbauer y cía.) estaba nerviosos porque sabía que era el único de los cinco jueces que podía convalidar (o sumarse para invalidar) la sentencia de Ruiz –su viejo compadre- y López Piossek. Finalmente Goane terminó avalando las elecciones, pero su voto –compartido en gran medida por Ibáñez- es el que más “cuida” a la Sala I. Y algunos renglones que llevan su firma dejan el sabor elogioso de la condena al clientelismo advertido el 23 de agosto que sentenciaban Ruiz y López Piossek. La pregunta de Benito, Sánchez y Stanich aquí es ¿cómo pudo Goane repudiar las dádivas y, a la vez, validar los comicios?

Una conjetura que ofrecen los periodistas tucumanos que investigan el hecho es que intervino para conjurar el voto potencialmente adverso del decano de la corte, un Ricardo Falú agonizante (murió el 21 de diciembre de 2015). Falú había actuado como defensor de Goane cuando en 2008 el alperovichismo trató de destituirlo. Falú se había manifetado en apoyo de José Cano, pero, agonizante como estaba, tenía motivos para operar a favor del oficialismo; murió “sabiendo que su hijo y heredero en el mundo del poder, el abogado penalista Alfredo Falú, quedaba bajo el ala de Sisto Terán”2

Confirmando a cada paso la tesis agustiniana de que la falta de justicia equivale a ser gobernado por una banda (o bandas) de ladrones, se puede seguir esta trama corrupta de la justicia desde Tucumán (la justicia federal en este caso) por uno de los varios personajes siniestros que intervienen en estos y otros desaguisados “judiciales”: el emblemáticamente corrupto juez Daniel Bejas, juez federal con competencia electoral que tuvo que ver con la anomia, la corrupción y la impunidad que constituyen el triángulo vicioso que corrompe la república, la democracia y la justicia.

En los procesos electorales uno de los focos de corrupción está en el clientelismo; este “nació, creció y se desarrolló a la sombra de la impunidad”, dicen los periodistas tucumanos. Una excepción en ese sentido es la pesquisa que llevó adelante el fiscal federal Carlos Brito contra el dirigente alperovichista Javier Morof. Éste arengaba una semana antes de la primera vuelta electoral del 2015, diciendo: “recorramos los barrios como lo venimos recorriendo, intensifiquemos el trabajo. Que el día 25 (de octubre) no quede ningún vecino sin llevar a votar, ni un amigo sin llevar a votar, ni un pariente, ni una persona que lo haya ayudado el gobernador (Alperovich) en estos últimos años. Si Tucumán es agradecido, no tengo dudas de que va a barrer el domingo”. Pero Daniel Bejas, el juez que debía entender en esa causa, sentenció que la acreditación de las manifestaciones de Morof a partir de piezas periodísticas no implicaba prueba suficiente para procesar al acusado y, por ello, dictó la falta de mérito en lo que podría haber sido el primer caso de persecución del clientelismo en Tucumán.

¿Quién es Daniel Bejas? Un ex abogado particular de Alperovich y ex apoderado del Partido Justicialista, y, oh casualidad, es el mismo juez que sobreseyó a Manzur en una causa por supuesto enriquecimiento ilícito (Leer para esto el libro “A su salud” de Benito, Sánchez y Stanich; Bejas es el mismo juez que se negó a citar indagatoria a César Milani en la causa Ledo (por delitos de lesa humanidad), cuando aquel todavía era jefe del Ejército del kirchnerismo; es el mismojuez que viene entorpeciendo o dictando faltas de méritos en las denuncias y juicios que se llevan a cabo en contra de las autoridades de la UNT (De Juan Cerisola a Alicia Bardón, pasando por José Hugo Saab, Luis Sacca y Angel “el zurdo” Morales,entre otros, o a la minera La Alumbrera por los presuntos delitos de saqueo, contaminación e incumplimiento de deberes de funcionarios públicos… y un largo y ominoso etcétera. Para informarse de la carrera de este injusto juez basta con releer las páginas que figuran en el libro recomendado; “A su salud” que dedican a este juez publicado en 2015 que los periodistas tucumanos consagraron al actual gobernador de Tucumán, quien fuera “el ministro más rico de la era kirchnerista”. Es que este juez, tampoco es casualidad, “milita” para esa “justicia” de la “era K” y de los simpatizantes de “justicia legítima”; pero antes que nada milita “pro domo sua”, para su enriquecimiento personal.

Para finalizar; ante el panorama catastrófico que dejan instaurados los bárbaros de Alarico pera el siglo V d.C. o las bandas de ladrones para el cambalache del Tucumán del siglo XXI, uno podría dejarse ganar por el desconsuelo y la desesperación. Con eso cuentan los tiranos, los dictadores, los ladrones y los variopintos criminales de todas las épocas y de todas las latitudes. Aceptar fatalistamente que las cosas son así; que nunca cambian (para bien) es ya haber entrado en la batalla como perdedores; perdiendo la vida, los bienes, la decencia y la dignidad. La única respuesta que hubo, hay y habrá siempre es apostar por una revolución de la ternura, de la compasión, de la fraternidad, de la justicia y la misericordia, como viene predicando con gestos, no con meras palabras, el papa Francisco.

La historia está siempre abierta. Siempre da segundas oportunidades. Todos y cada uno nosotros, estemos donde estemos y vivamos la hora que vivamos, tenemos la libertad de elegir obrar optando entre la ternura y la crueldad, la compasión o la indiferencia ante el otro necesitado, la fraternidad o el fratricidio (reeditando a Caín y Abel); la impunidad o la justicia, la corrupción o la ética y la honestidad, en fin, todos podemos elegir actuar de un modo misericordioso o inmisericorde. Al fin y al cabo, nuestra elección más personal y definitiva es siempre la elección entre amar y no amar; o, mejor dicho, en qué tipo de amor a sí mismo (amor sui) elegimos encarnar. Porque, dice san Agustín, dos amores fundaron dos ciudades, el amor a sí malo es amarse a sí mismo hasta el desprecio de Dios, el funda la ciudad terrena y temporal (o la civitas diaboli); y el amor a sí bueno, es amar a Dios hasta el desprecio de sí mismo, que funda la ciudad de Dios (civitas Dei). Y el fin último, esperanzador y definitivo de la ciudad de Dios; es la paz eterna y la felicidad eterna.