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¿Dónde iremos a parar, ahora que cerró nuestro Balderrama?

OPINIÓN

El cierre de Casa Managua cala hondo en la movida cultural tucumana. Alejandro Kaplan recuerda la historia del espacio y reclama mayores políticas para proteger la cultura local.

Casa Managua, ubicada en San Juan 1105. FOTO DE LA GACETA


Lo vi surgir. Vi nacer y crecer ahí las carreras artísticas de muchos colegas que hoy siguen abriéndose camino en la música. Casa Managua es el bastión más icónico que tuvo la cultura independiente de nuestra ciudad durante más de una década.

Allí las puertas estaban abiertas para todas las propuestas artísticas. No se fijaban si era convocante, si la rompía en la taquilla, si el nombre resonaba en las marquesinas. Todo aquel que deseaba producir una fecha, que defendía el amor por su arte, encontraba cobijo sin más. Pero no solo te facilitaban una de las mejores salas independientes del NOA sin costo, con un operador de sonido de lujo a un precio súper accesible (con todos los recursos técnicos incluidos) y te convidaban una cena para todos los músicos al terminar, no solo contabas con un espacio exclusivo para recitales donde el público sabía que debía respetar al espectáculo y al espectador, guardando silencio, pagando el derecho de espectáculo y demás buenas costumbres que sabemos lo difícil que es lograr, no solo programaba 2 a 4 artistas tucumanos por fin de semana, no tan solo todo eso, porque lo que de verdad recibías cuando entrabas por la puerta de San Juan 1015 era el trato de los amigos. Era el respeto y la calidez hacia los artistas. Era la convicción de que felizmente, en un rincón de tu provincia, había un reducto que defendía y sostenía diariamente la movida independiente. Y lo más sorprendente, sin otro recurso que el de la autogestión. Pero Casa Managua cerró sus puertas.

Si las líneas que anteceden a esta son suficientes para vislumbrar el rol que desempeñaba Casa Managua en la escena cultural no solo de la provincia, si no de la región, sería importante analizar el rol del estado en el desenlace de esta historia. Y no busco con esto apuntar con el dedo a tal o cual gestión de gobierno, que pudo haber desoído y/o desatendido los pedidos que pudieron hacerse. No busco responsabilizar a una institución gubernamental, que es el camino más fácil en estas circunstancias. 

Para empezar, lo que ahogó a esta pequeña empresa fue la presión impositiva. Sin entrar a ahondar en detalles, uno puede argumentar que en el marco recesivo de la economía actual, es absolutamente normal que una empresa cierre. Pero Casa Managua no es una empresa cualquiera. 

Y para empresas como Casa Managua, el estado no está preparado. Simplemente, no saben cómo habilitarlo. No existe una figura legal que contenga esta clase de emprendimientos, y que contemple el rol que desempeña en la comunidad.  Porque un bar que cierra no hace la diferencia, hay cientos de bares, pero un espacio cultural multidisciplinario, autogestivo, que alberga la producción de cientos, miles de artistas locales, promotores de la cultura, es una catástrofe.

Entonces, si en un primer vistazo pareciera que la culpa la tienen los entes recaudadores, en realidad el problema se origina en una etapa anterior, donde se debe definir las actividades que requieren un sostenimiento desde el estado, y las políticas para llevarlo a cabo. Sobran evidencias que la cultura, en el debate legislativo, no figura en agenda. 

Para decirlo lisa y llanamente, a empresas como Casa Managua debería defenderla una Ley provincial que la exima de un gran porcentaje de impuestos, y le permita acceder a fomentos y estímulos económicos para que puedan potenciar su rango de acción (beneficiarios primarios), el cual redundará en provecho para la comunidad artística y cultural (beneficiarios secundarios) y en definitiva para la sociedad que consume los bienes, servicios y propuestas culturales que allí se ofrecen (beneficiaros terciarios)

Sospecho que es muy tarde para lograr que la situación de Managua se revierta, pero es el deber de toda la comunidad, en especial los artistas, y fundamentalmente los músicos, tomar cartas en el asunto para que nuestra escena se expanda y no se contraiga como viene ocurriendo, reflexionemos y acerquemos nuestras propuestas, nos organicemos, y finalmente aportemos un poco de equilibrio a la balanza, hasta ahora tan desfavorable.

Mientras tanto, hay un proceso kafkiano de moratorias e indemnizaciones por delante, mucho más prosaico que la magia que aún fluye desde el escenario de Casa Managua.


Alejandro Kaplan es cantautor tucumano, gestor cultural, soñador a tiempo completo, opinador ad hoc.