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"Gordita, si seguís tomando gaseosa nunca vas a bajar de peso"

OPINIÓN

El machismo traspasa límites insospechados. La concepción de belleza de algunos hombres también es violencia de género. Clariss Yapur nos cuenta una situación incómoda que le tocó vivir.

Foto de Terra.com.co


Sábado a la siesta y yo moría de calor. Me fijo en mi billetera si tenía cambio y decido bajar al kiosco por una lima limón bien fresquita, la más barata. Hace poco me separé y con el tema de la mudanza no estaba para gastar mucho, pero en pleno enero me la merecía.

En la puerta del kiosco un grupo de hombres también se habían sentido merecedores de un porrón post jornada laboral, y ahí estaban ellos, y ahí llegaba yo. Se oían risas, susurros y cuando salgo del lugar escucho la frase que me partió en dos: “Gordita si seguís tomando gaseosa nunca vas a bajar de peso”.

¿Por qué en dos? Porque por un lado sentí vergüenza de mí, de mis kilos de más, y de no poder explicarles que la obesidad es una enfermedad. ¿Pero qué me iban a entender?  Sentí que yo estaba mal y que no encajaba en lo que ellos entendían por “normal”. 

Por otro lado sentí furia, pero de esas que te dan ganas de gritarle “a tu mama”, y en ese preciso instante cuando estaba por largar la puteada, me frené. Su “mama” es mujer. Ella, seguramente, en algún momento sufrió la violencia verbal, la discriminación y el prejuicio de una sociedad machista. Decidí ignorar lo que había escuchado y me largué a caminar apurada como si entre mis manos llevará una bomba y no una gaseosa.

Cuando llegué a casa, me serví el vaso de gaseosa más amargo de los últimos tiempos. Repensaba el episodio y me reprochaba no haber sabido reaccionar. ¿Qué me detuvo? No sé, lo dejé pasar. En fin... la vida sigue.

El viernes pasado me bajé del colectivo en calle Crisóstomo y Congreso. Iba camino a la radio y cuando estaba por cruzar la calle me encuentro a una amiga que hace cuatro meses que no veo. Nos abrazamos y rumbeamos para el mismo lado. En eso le pregunto por qué había estado desaparecida, a lo que ella me responde: “¿No te enteraste? Me quisieron secuestrar de camino al trabajo, dos tipos en un auto. Tuve que luchar con todas mis fuerzas para zafar, pero me golpearon tanto que tuve que pedir licencia en el trabajo y ahora estoy esperando que me cambien el psiquiatra porque el que me asignaron en la ART no me creyó, a pesar de verme los golpes y la cara desfigurada. La Policía no hizo nada y ahora tengo miedo de quedar sin trabajo”.

No podía creer lo que escuchaba y menos podía procesar que no le crean.

Llegamos a la esquina de Mendoza y Laprida y debíamos separarnos. La abracé fuerte y, entre tanto que nos dijimos, ella me soltó entre suspiros: “Que estés bien amiga, qué va a ser… la vida sigue”.

Me pongo a pensar en todas esas vidas que no siguen, esas que nos desaparecieron o, lo que es peor aún, nos las devolvieron en un cajón.

Me pregunto, qué tiene que cambiar para que dejen de matarnos, dejen de golpearnos nuestras parejas, dejen de violarnos, dejen de humillarnos en nuestros trabajos, dejen de obligarnos a parir, dejen de usarnos de excusa para ganar un voto y luego las políticas de Estado no nos protejan.

Qué tiene que pasar para que dejemos de auto consolarnos con la frase “en fin, la vida sigue”, como aceptando que lo que nos pasó no va a tener solución, total nadie nos defiende?

¿Qué tiene que pasar para que tan sólo podamos seguir VIVIENDO?


Clariss Yapur es madre, locutora de radio y comediante. En la vida real, una desordenada crónica.