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Mi tatuaje: una aguja en el aire

MUNDO TATTOO

Historias personales marcadas en la piel.

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Corría el año 2009. Era joven, todavía podía usar remeras sin estirarlas antes de calzármelas y en la cabeza portaba casi idéntica cantidad de ideas que de pelos. No trabajaba, hacía radio. Tras un año detrás de la consola de operación técnica me animé a presentar un proyecto para conducir mi propio espacio, escrito en Word, con negritas, en Arial y todo el bijou. Una vez alcanzado el objetivo, con el equipo salíamos a vender publicidades para conformar a los jefes y mantenernos al aire; llevar el pan a la mesa no era aún prioridad.
 
El programa se llamaba "Perdidos En El Aire", un programa segmentado en su totalidad para no perder demasiado el rumbo e irse por las ramas hablando de lo que pasó en el recital under de tal amigo under que le gustaba decir que era under pero que en realidad era un hippie con Osde que se movía en la movida con el auto de papá. 
 
Diferenciarse en el ambiente era clave para que el comerciante tucumano, que se caracteriza por su enorme generosidad a la hora de pautar (?), era clave para lograr captar anunciantes. En radio todo está inventado (¡Qué cliché!), pero teníamos algunas secciones que eran dignas de esos premios que se entregan a quienes compran más tarjetas para ir a comer y ponerse en pedo mientras ponen cara de sorpresa cuando los reciben. La mejor sección era una en la que un barman preparaba tragos de autoría y los probábamos al aire. Por supuesto, siempre iba al final y, teniendo en cuenta que ibamos de 21 a 23 jueves y viernes, venía como anillo al dedo.
 
¿Pero dónde encaja la historia del tatuaje? Ya llega. En la radio hice boludeces como cantar "Nothings Else Matters" a mi novia ─y actual compañera de vida─ antes de cumplir un año. Fue después del primer aniversario cuando me sentí en condiciones de dar un paso gigante hacia la decisión más pelotuda que tomé en mi vida: diseñar yo mismo un tatuaje y hacer que me lo estampen al aire, en aquel programa que disfrutaba tanto hacer. ¿El objetivo? Experimentar cómo se sentía hacer un programa mientras te hacen un tatuaje. También mermar el enojo de mi novia por el tiempo que pasaba en la radio sin percibir un peso, pero más por la primera razón.
 
El tatuaje, un corazón con las iniciales de dos amantes, fue realizado por Pablo Fino, que en aquel entonces era renombrado en El Museo. El fuego y la cinta escarpélica que contienen las letras fueron agregadas por el portador de la aguja. Recuerdo que el dolor no fue tan intenso como decían mientras dibujaba los contornos; otro tema fue cuando pintó el diseño. La sensación de la piel rasgándose cada milisegundo entre que la aguja se separaba de la piel y volvía a aterrizar en ella por momentos era insoportable. El proceso duró casi las dos horas del programa; las frases que pronuncié mientras realizaba el experimento deben ser contadas con los dedos de una sola mano. El resultado fue una boludez, pero hoy puedo decir que tengo mi tatuaje. Y gratis. Gracias, radio, por los favores conseguidos. Aguante el canje.
 
Sebastián Ángel

Corría el año 2009. Era joven, todavía podía usar remeras sin estirarlas antes de calzármelas y en la cabeza portaba casi idéntica cantidad de ideas que de pelos. No trabajaba, hacía radio. Tras un año detrás de la consola de operación técnica me animé a presentar un proyecto para conducir mi propio espacio, escrito en Word, con negritas, con letras en Arial y todo el bijou. Una vez alcanzado el objetivo, con el equipo salíamos a vender publicidades para conformar a los jefes y mantenernos al aire; llevar el pan a la mesa no era aún prioridad.

El programa se llamaba "Perdidos En El Aire", un ciclo segmentado en su totalidad para no perder demasiado el rumbo e irse por las ramas hablando de lo que pasó en el recital under de tal amigo under que le gustaba decir que era under pero que en realidad era un hippie con Osde que se movía en la movida con el auto de papá.

Diferenciarse en el ambiente era clave para que el comerciante tucumano, que se caracteriza por su enorme generosidad a la hora de pautar (?), decidiera ponerse con un par de Julio Argentino Roca. En radio todo está inventado (¡Qué cliché!), pero teníamos algunas secciones que eran dignas de esos premios que se entregan a quienes compran más tarjetas para ir a comer y ponerse en pedo mientras ponen cara de sorpresa cuando los reciben. La mejor sección era una en la que un barman preparaba tragos de autoría y los probábamos al aire. Por supuesto, siempre iba al final y, teniendo en cuenta que íbamos de 21 a 23 jueves y viernes, venía como anillo al dedo.

¿Pero dónde encaja la historia del tatuaje? Ya llega. En la radio hice boludeces como cantar "Nothings Else Matters" a mi novia de aquel entonces ─madre de mis hijas─ antes de cumplir un año. Fue después del primer aniversario cuando me sentí en condiciones de dar un paso gigante hacia la decisión más pelotuda que tomé en mi vida: diseñar yo mismo un tatuaje y hacer que me lo estampen al aire, en aquel programa que disfrutaba tanto hacer. ¿El objetivo? Experimentar cómo se sentía hacer un programa mientras te hacen un tatuaje. También mermar el enojo de mi novia por el tiempo que pasaba en la radio sin percibir un peso, pero más por la primera razón.

El tatuaje, un corazón con las iniciales de los amantes en cuestión e inmortalizado en el hombro izquierdo, fue realizado por Pablo Fino, que en aquel entonces era renombrado en El Museo. El fuego y la cinta escarapélica que contienen las letras fueron agregadas por el portador de la aguja.

Recuerdo que el dolor no fue tan intenso como me habían contado mientras dibujaba los contornos; otro tema fue cuando pintó el diseño. La sensación de la piel rasgándose cada milisegundo entre que la aguja se separaba de la piel y volvía a aterrizar en ella por momentos era insoportable. El proceso duró casi las dos horas del programa; la cantidad de frases que pronuncié mientras realizaba el experimento deben ser contadas con los dedos de una sola mano. El resultado fue una boludez, pero hoy puedo decir que tengo mi tatuaje. Y gratis. Gracias, radio, por los favores concedidos. Aguante el canje.


Sebastián Ángel