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Macri gato: ¿es o le dicen?

ANÁLISIS

Un estudio de las diferentes formas en que tucumanos y porteños usamos el vocablo gato para referirnos a los políticos.

Se le llama perro a quien es inútil para jugar al fútbol, gallina al cobarde, burro al tonto, carnero (chivo en decir más autóctono) a quien ha padecido en carne propia la infidelidad, zorro al astuto y así podríamos seguir largo rato clasificando la semántica zoológica que utilizamos a diario en nuestro lenguaje. La semántica política también supo y sabe tener sus representantes en el reino animal: A Néstor Kirchner le decían pingüino y tortuga a Arturo Illia. Hubo también quienes, afectados de cierta virulencia partidaria o política, llamaron yegua a Cristina Kirchner. Ahora, en su versión más reciente, se ha extendido el uso del Macri gato para referirse a nuestro actual presidente, Mauricio Macri. Los tucumanos usamos el calificativo de gato como sinónimo de ladrón,  razón por la cual no ha sido poco común asociar la condición gatuna con muchos políticos locales a quienes se acusa de corruptos. Sin embargo, el status felino de Macri sería de una índole diferente. Lo analizamos a continuación.

Además de su versión local como sinónimo de ladrón, gato se usa también de forma peyorativa para referirse a las mujeres de vida libertina, o bien a aquellas que ejercen el oficio de la prostitución. El apelativo de Macri gato no respondería ni a la primera ni tampoco a la segunda acepción: salvo por el ya olvidado escándalo de Panamá Papers (que sería a la sumo un caso de evasión o de lavado de dinero, es decir, no un robo en su estricto sentido) el presidente, por ahora, no tiene fama de ladrón. Tampoco de libertina o prostituta. El adjetivo gato que se adosa al apellido del presidente tendría otro origen que no deriva ni del lenguaje tucumano ni del léxico bohémico –prostibulario. El gato del Macri gato proviene de la jerga tumbera, el lenguaje que se usa en el ámbito carcelario, donde se lo utiliza para caracterizar al sirviente del capo del pabellón. Es decir, el “Valerio” u “mulo” del “poronga”. Esta definición brinda Rodolfo Belonne: El “gato” ejerce una autoridad prestada ante los demás, que paga con su servilismo ante el jefe, que a su vez, deja en claro todo el tiempo y frente a todos, quién es el jefe y que el respeto requerido para con el “gato”, es en realidad, para con él. El “gato” es el que recauda para el jefe y su bienestar recae en la eficacia de su acción, por lo tanto, es muy celoso e impiadoso en su trabajo. El “gato” por sobre todas las cosas, desprecia al que está en inferioridad de condiciones y admira a quien lo utiliza. El “gato” no es un esclavo que quiere ser libre, es un esclavo que anhela ser esclavista. Lo más ajeno a un “gato” es la solidaridad.

Si partimos entonces de la acepción tumbera del vocablo “gato”, quienes califican de esta manera al presidente tal vez le achaquen cierto servilismo ¿respecto a quiénes o a qué?: El capital extranjero, la oligarquía, el imperialismo, su esposa, Obama; las opciones son diversas según la ideología donde nos paremos. Lo cierto es que estamos ante una clase de gatismo político muy diferente al que estamos acostumbrados los tucumanos, quienes decimos de nuestros políticos que son “gatos” o “chorros” porque presuponemos que ejercen la función pública en beneficio propio. En cambio, cuando desde Buenos Aires se dice que Macri es gato, el significado es distinto y más bien opuesto al de nuestro uso. En este caso, el gato es quien ejerce el poder, no en provecho propio, sino de otro que no es él, pero que, en todo caso, tampoco somos nosotros; es decir, la plebe.

Otra diferencia sustancial entre el localismo de nuestros políticos gatos y el uso hegemónico del Macri gato porteño es la diferencia de recursos aplicados en la difusión de unos y de otro. Se sabe: Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires. El Macri gato ya tiene página web propia: macrigato.com.ar. La página incluye una extensión para agregarle automáticamente el vocablo gato a las noticias referidas a Macri y un divertido juego interactivo donde hay que atrapar versiones felinas del presidente. Toda una paquetería. A esto se suma el derroche creativo del humor gráfico de Eameo y su tsunami de memes. Un lujo. A nivel local, los tucumanos no gozamos de semejante parafernalia, sólo un par de memes bastantes rústicos y pintadas vandálicas en las calles, como aquellas que rezan Alperovich gato. Nuestros gatos carecen de promoción, aunque estén lejos de extinguirse en los usos y costumbres.